19/3/10

La cultura de la queja


Gracias a ese conocimiento diferente que se adquiere luego de alejarse un tiempo de algo, he podido notar que vivimos en una cultura de queja constante. En todos los espacios, tanto concretos como en la Internet, a toda hora del día, en todos los ámbitos, la crítica, la queja, la protesta, la insatisfacción y el rechazo se hacen presentes en este país (Argentina). No sé en cuántos otros países sea así, pero estoy seguro que en este, lo es.

Puede resultar paradójico este escrito, ya que, si bien lo construyo en forma reflexiva e intento darle un tono informativo y testimonial (mis propias opiniones y percepciones), no deja de ser, en el fondo, una crítica a la cultura de la queja. Pero es una crítica a la crítica generalizada que encuentro en cada lugar a donde voy. Sin embargo, no por eso dejaré de dar mi punto de vista, el cual puede llegar a ser, incluso, una propuesta de cambio y de mejora social.

Tuve la oportunidad de estar fuera del país por unos meses, y la experiencia, al volver, fue impactante. Donde estuve (en Colombia, como muchos ya saben) la cultura no adquiere el carácter que tenemos acá. Ese contraste fue el que irrumpió en mi en el instante mismo en el que tuve contacto nuevamente con argentinos, en el aeropuerto internacional de Lima donde hizo escala mi vuelo. Luego de llegar a Ezeiza, no fui directamente a Capital, sino a la provincia de Buenos Aires, luego pasé unos días en mi estimado Neuquén, y ahora nuevamente estoy acá, en la provincia. Es increíble cómo aquí, en Argentina, aunque se incrementa gradualmente a medida que uno se acerca a la capital, todos tienen algo de qué quejarse, algo por qué protestar, algo que criticar. Si no es al de la tele, es al vecino, sino es al verdulero, o al presidente, o a los jóvenes, o a los adultos, o a los dueños, o a los empleados. Un amigo me replicaba: “pero es que acá la corrupción es altísima, y no te podés quedar cruzado de brazos”. Yo sé que vivo en un país donde existen altos niveles de corrupción, en todos los ámbitos, ya que no sólo ocurre esto en la política, o en cargos gubernamentales. Sin embargo, he visto en Colombia, personas que viven precariamente, se pasan el día entero en la calle, en la vereda, vendiendo alguna fruta, alguna película pirateada, o bebidas de frutas, en un lugar que huele hediondo, donde el calor es tan o más insoportable que en Buenos Aires en verano, donde la cantidad de gente que circula por ese lugar es comparable a la que podemos observar en la estación de trenes de Constitución, y sin embargo, a pesar de tener condiciones que para muchos acá serían insalubres e insostenibles, allá se los podía observar hablando con el vendedor de al lado, riendo, haciendo su trabajo sin quejarse de su situación, y atendiendo en forma muy servicial, muy amable, muy respetuosa. Acá uno va al kiosco y se encuentra con que, por poco, lo reciben con un golpe. La persona que se encuentra “atendiendo”, mientras mira su celular, hacia la calle, o cualquier otro punto que no sean los ojos de uno, nos recibe con un seco y cortante “¿Qué queré’?”. El antiguo saludo: “Hola” o “Buenos días/tardes/noches”, aquí, ya pasó de moda. Hacés señas para parar el colectivo desde la parada. Con suerte se detiene adelante tuyo, a 2 metros de la vereda. Te subís, y te llega un “¿cuánto?”, o, en el mejor de los casos es “¿donde va’?”. Creo que no es necesario aclarar el tono en que son emitidos. Si hay mucha gente, no falta el “arriba!”, aunque esté justo en la esquina y el semáforo esté en rojo. El chofer conduce como si llevara ganado detrás de él, o como si tuviese un deportivo de dos plazas. Si vas a la verdulería y querés elegir la verdura que vas a comprar (pagar) te sacan corriendo. Si de pronto, se te ocurrió cruzar la calle cuando estaba por cambiar el semáforo, no falta el que te toca bocina (insistentemente), cuando el semáforo está en amarillo todavía, al tiempo de un grito parecido a “¿no sabé’ lo’ colore’?”.

En la ciudad de Buenos Aires, según mis estimaciones, deben haber protestas, manifestaciones o paros unos 269 días al año, es decir, los 365 días que tiene el año menos los fines de semana. También están los que se quejan de aquel grupo de personas que se queja, esto es: un grupo de personas realizan una marcha o una manifestación, y esta forma de hacer valer sus intereses grupales va en desmedro de otros, por lo que esos otros no tardan en criticar a los primeros: “esos que no laburan y vienen a cortar la calle, y los trabajadores, los que sí laburamos, nos lo tenemos que bancar”.

Siempre hay motivos, y aunque suene irónico, no lo es, pero todos son válidos. Los del corralito, los jubilados, los empleados públicos, los maestros, los estudiantes. Subió la carne, subió la verdura, subió el combustible. Si construyen muchos edificios, si pasean perros, si talan árboles, si el tren hace mucho ruido. Todos estos motivos son válidos, son justificadas sus “luchas” o sus protestas. Ahora, ¿eso significa que, en los países que no tienen el despliegue de quejas que nuestro patrimonio exhibe, no existan este mismo tipo de problemas?. Yo creo que los hay, igual que acá, en más o en menos, en cualquier país.

La crítica se mezcla con la insatisfacción permanente y dirigida hacia todas partes, de esta forma el rechazo es altísimo: rechazo por la cultura, por el otro, por la sociedad, por la vida misma. Se genera un ámbito en el que todo es malo o negativo, todo es criticable, todo apesta. Las personas, de este modo, se sumergen en un estilo de vida que los enceguece completamente de los aspectos buenos que hay en todas partes, en todas las personas, en todos los momentos.

Hay una canción de Jorge Drexler que dice “un país habituado a añorar”. Si bien es uruguayo, esa frase también nos pertenece. Vivimos recordando el pasado, volviéndolo a vivir cada vez que es posible. Pensamos y pensamos en qué hubiera pasado si...; en dónde estaríamos si...; por qué a tal se le ocurrió hacer esto y no aquello otro; yo tenía...; antes se vivía de otra manera; todo tiempo pasado fue mejor (aunque también anterior, como dice la frase de Les Luthiers). Recordamos el mundial en que salimos campeones, y el gol que nos dio la victoria hace como 20 años. Tenemos feriados por la muerte de los próceres que vivieron hace 200 años, pero muy pocos saben lo que hicieron realmente o quiénes fueron. No es que sea malo recordar de dónde venimos, quiénes somos, cuáles fueron los hitos en nuestra historia, lo perjudicial resulta ser vivir en ese pasado. Tenemos un presente que, en rigor, es lo único real, ya que el pasado no existe, y si se lo rememora es en el presente donde ocurre. Sin embargo, ese presente pasa inadvertido. El gobierno de turno viene a vengar a los de “su bando” contra lo que les hizo el gobierno anterior. Ese resentimiento por lo que aconteció hace ya tiempo y la incapacidad de perdonar es lo que demanda tantas energías mal gastadas a la hora de gobernar, en lugar de buscar el bien común.

Insatisfechos con lo que viven, dan lugar a un mal humor generalizado, una alta predisposición hacia el enfrentamiento y la pelea.

No sé si se llega a notar en la nota que mi intención es no repetir el mismo patrón; si bien no realizo el énfasis necesario, queda sellado en la estructura del escrito. Quiero decir con ésto que, con la crítica (o con más crítica) no cambiamos la historia, sino que perpetuamos esa forma de relacionarnos. Tengo la intuición dentro mio de que la queja constante persiste justamente para no cambiar, es el intento de permanecer iguales. Uds. ya conocen el dicho: "más vale malo conocido, que bueno por conocer!".

Sería absurdo proponer soluciones a lo que constituye una forma de vida, una cultura, pero creo yo que, si fuésemos capaces de vivir con menos rechazo por todo lo que nos rodea, ese cambio de actitud generaría un círculo virtuoso, en términos de la cibernética, se generaría una retroalimentación positiva, donde la sonrisa sería contagiosa, el buen humor estaría en el aire, el buen trato sería lo cotidiano y, como dice el dicho, si pudiéramos poner “al mal tiempo, buena cara”, tendríamos mejores resultados. Debido a toda esa ola de amabilidad, y aunque suene algo utópico, el país entero se beneficiaría. Si piensan que estoy volando demasiado, entonces simplemente imaginen un lugar donde la mayoría estuviese de buen humor, viviera con mayor alegría; aunque la situación fuese la misma y los hechos no cambiaran, tendríamos igual un país mejor y más sano.

Este escrito puede tener un sabor a cambio para los que están dispuestos a construir, ya sea en pequeños gestos, un mejor lugar; y amargo para aquel que se identificó con él, ya que se presenta la realidad cotidiana en forma cruda, y además, critica su forma o estilo de vida. Por eso, y ahora sí, como buen “argento”, te pido que critiques esta crítica hecha a los que critican constantemente.

Gracias!