21/4/10

La aventura del conocimiento y el aprendizaje


Diego, gracias por el aporte!.
A continuación un texto facilitado por Diego, con algunos resaltes en negrita y cursiva personales, cuya autoría le corresponde, nada más ni nada menos, que a Alejandro Dolina:


La velocidad nos ayuda a apurar los tragos amargos. Pero esto no significa que siempre debamos ser veloces. En los buenos momentos de la vida, más bien conviene demorarse. Tal parece que para vivir sabiamente hay que tener más de una velocidad. Premura en lo que molesta, lentitud en lo que es placentero. Entre las cosas que parecen acelerarse figura -inexplicablemente- la adquisición de conocimientos.

En los últimos años han aparecido en nuestro medio numerosos institutos y establecimientos que enseñan cosas con toda rapidez: "....haga el bachillerato en 6 meses, vuélvase perito mercantil en 3 semanas, avívese de golpe en 5 días, alcance el doctorado en 10 minutos....."
Quizá se supriman algunos... detalles. ¿Qué detalles? Desconfío. Yo he pasado 7 años de mi vida en la escuela primaria, 5 en el colegio secundario y 4 en la universidad. Y a pesar de que he malgastado algunas horas tirando tinteros al aire, fumando en el baño o haciendo rimas chuscas.
Y no creo que ningún genio recorra en un ratito el camino que a mí me llevó decenios.

¿Por qué florecen estos apurones educativos? Quizá por el ansia de recompensa inmediata que tiene la gente. A nadie le gusta esperar. Todos quieren cosechar, aún sin haber sembrado. Es una lamentable característica que viene acompañando a los hombres desde hace milenios.
A causa de este sentimiento algunos se hacen chorros. Otros abandonan la ingeniería para levantar quiniela. Otros se resisten a leer las historietas que continúan en el próximo número. Por esta misma ansiedad es que tienen éxito las novelas cortas, los teleteatros unitarios, los copetines al paso, las "señoritas livianas", los concursos de cantores, los libros condensados, las máquinas de tejer, las licuadoras y en general, todo aquello que ahorre la espera y nos permita recibir mucho entregando poco.
Todos nosotros habremos conocido un número prodigioso de sujetos que quisieran ser ingenieros, pero no soportan las funciones trigonométricas. O que se mueren por tocar la guitarra, pero no están dispuestos a perder un segundo en el solfeo. O que le hubiera encantado leer a Dostoievsky, pero les parecen muy extensos sus libros.
Lo que en realidad quieren estos sujetos es disfrutar de los beneficios de cada una de esas actividades, sin pagar nada a cambio.

Quieren el prestigio y la guita que ganan los ingenieros, sin pasar por las fatigas del estudio. Quieren sorprender a sus amigos tocando "Desde el Alma" sin conocer la escala de si menor. Quieren darse aires de conocedores de literatura rusa sin haber abierto jamás un libro.
Tales actitudes no deben ser alentadas, me parece. Y sin embargo eso es precisamente lo que hacen los anuncios de los cursos acelerados de cualquier cosa.
Emprenda una carrera corta. Triunfe rápidamente.
Gane mucho "vento" sin esfuerzo ninguno.
No me gusta. No me gusta que se fomente el deseo de obtener mucho entregando poco. Y menos me gusta que se deje caer la idea de que el conocimiento es algo tedioso y poco deseable.
¡No señores!: ¡aprender es hermoso y lleva la vida entera!

El que verdaderamente tiene vocación de guitarrista jamás preguntará en cuanto tiempo alcanzará a acompañar la zamba de Vargas. "Nunca termina uno de aprender" reza un viejo y amable lugar común. Y es cierto, caballeros, es cierto.

Los cursos que no se dictan: Aquí conviene puntualizar algunas excepciones. No todas las disciplinas son de aprendizaje grato, y en alguna de ellas valdría la pena una aceleración. Hay cosas que deberían aprenderse en un instante. El olvido, sin ir más lejos. He conocido señores que han penado durante largos años tratando de olvidar a damas de poca monta (es un decir). Y he visto a muchos doctos varones darse a la bebida por culpa de señoritas que no valían ni el precio del primer Campari. Para esta gente sería bueno dictar cursos de olvido. "Olvide hoy, pague mañana". Así terminaríamos con tanta canalla inolvidable que anda dando vueltas por el alma de la buena gente.
Otro curso muy indicado sería el de humildad. Habitualmente se necesitan largas décadas de desengaños, frustraciones y fracasos para que un señor soberbio entienda que no es tan pícaro como él supone. Todos -el soberbio y sus víctimas- podrían ahorrarse centenares de episodios insoportables con un buen sistema de humillación instantánea.
Hay -además- cursos acelerados que tienen una efectividad probada a lo largo de los siglos. Tal es el caso de los "sistemas para enseñar lo que es bueno", "a respetar, quién es uno", etc.
Todos estos cursos comienzan con la frase "Yo te voy a enseñar" y terminan con un castañazo. Son rápidos, efectivos y terminantes.

Elogio de la ignorancia: Las carreras cortas y los cursillos que hemos venido denostando a lo largo de este opúsculo tienen su utilidad, no lo niego. Todos sabemos que hay muchos que han perdido el tren de la ilustración y no por negligencia. Todos tienen derecho a recuperar el tiempo perdido. Y la ignorancia es demasiado castigo para quienes tenían que laburar mientras uno estudiaba.
Pero los otros, los buscadores de éxito fácil y rápido, no merecen la preocupación de nadie. Todo tiene su costo y el que no quiere afrontarlo es un garronero de la vida.
De manera que aquel que no se sienta con ánimo de vivir la maravillosa aventura de aprender, es mejor que no aprenda.

Yo propongo a todos los amantes sinceros del conocimiento el establecimiento de cursos prolongadísimos, con anuncios en todos los periódicos y en las estaciones del subterráneo.

"Aprenda a tocar la flauta en 100 años".
"Aprenda a vivir durante toda la vida".
"Aprenda. No le prometemos nada, ni el éxito, ni la felicidad, ni el dinero. Ni siquiera la sabiduría. Tan solo los deliciosos sobresaltos del aprendizaje".


ALEJANDRO DOLINA


14/4/10

Aprendiendo


Siempre se nos pide que no nos equivoquemos, o que lo hagamos lo menos posible. Desde nuestra familia de origen hasta la misma sociedad, que pide personas cada vez más capacitadas, con menor edad, con mayor experiencia y habilidad para llevar adelante un proyecto: es decir un experto que ya no se equivoca.
Se nos exige saber vivir, cuando en verdad, es algo que se aprende toda la vida, desde que se nace hasta que se muere. Se exige saber sin haber aprendido, sin habernos dado el espacio y el tiempo para adquirir comprensión.
Es justamente el desafío, la nueva experiencia, lo desconocido, lo no vivido, lo no sabido y lo no aprendido lo que le da esa magia y ese suspenso a la vida, le da emoción y dinamismo, le da chispa. Cuando nos encontramos sin respuesta, sentimos que estamos vivos, tal vez algo desesperados o angustiados, pero vivos, seguro!. Es eso mismo lo que nos motiva, incita y hasta obliga a crecer, a madurar, a cambiar, a abrirnos al nuevo aprendizaje, a la vida!. Cada vez que ocurre, nos enfrentamos con una realidad inevitable: no sabemos todo y sobre lo que hoy sabemos, mañana cambiará, por lo tanto tendremos que cambiar nosotros también y aprender constantemente.
Sin desafíos, sin desconocimiento e incertezas estaríamos quietos, seguros, estables, apagados. Eso nos llevaría sin escalas a un profundo desgano, y sin duda, pereceríamos sin gracia.
Tenemos que vivir esas experiencias faltas de seguridad y certeza para aprehender al conocimiento.
Lo que siempre se exige, obligaría una inversión del proceso natural: primero saber para luego enfrentar la situación donde usaríamos ese conocimiento, esa experticia. Algunos más despabilados, otros menos, todos estamos al día con esta verdad: constantemente, en toda vida, surge una necesidad a partir de una carencia. Es decir, las situaciones emergentes que ocurren en la vida presentan ante nuestros ojos la realidad en la que carecemos de las herramientas, los conocimientos y las aptitudes para sobrellevar esa nueva situación. Esa ausencia, carencia o falta de, es la que nos genera la necesidad.
Entonces se pone en marcha el proceso de adaptación: el organismo vivo comienza a desarrollarse, tomando información del medio con el cual interactúa y adquiere un conocimiento nuevo, que utilizará en esa situación y en futuras situaciones desafiantes, amenazantes y punzantes.
De este modo se restablece nuevamente la situación de seguridad temporal, que será, en el devenir, aplazada por otra de desconcierto.
Hoy presenciamos una sociedad en la que se intenta controlar todo a favor del hombre, también los procesos naturales: fertilizantes, vitaminas y aditivos a las plantas; conservantes a los alimentos; cirugías plásticas para aparentar menor edad; anabólicos para acelerar el desarrollo muscular; etc. Yo creo que es necesario respetar los tiempos vitales; cada proceso, entre ellas la vida misma, tiene tiempos intrínsecos, inherentes a cada etapa, que juntas cierran el ciclo. Por más hambre que uno tenga, los fideos no se cocinan más rápido. Entonces inventamos el microondas y el delivery. Lo que ocurre es que si se intenta dar mayor celeridad a una etapa, es muy posible que no se supere completamente, se precipite y quede trunca, ejerciendo, en adelante, fuertes movimientos condicionantes y limitantes desde nuestro interior.
Al mismo tiempo, esto contrasta con el aparente aletargamiento actual de los procesos normales o esperables, como lo es hoy la eterna adolescencia. ¿Será que la presión ejercida para adelantarse es la misma presión que el proceso ejerce en forma contraria para detener esa aceleración coercitiva?. Me recuerda a la 3ra ley de Newton en física, de acción y reacción: por cada fuerza que actúa sobre un cuerpo, éste realiza una fuerza de igual intensidad y dirección, pero de sentido contrario sobre el cuerpo que la produjo. Me pregunto si las leyes de la física pueden ser aplicadas también a los procesos vitales, o a la vida social.
Hoy, el niño que adquiere aptitudes intelectuales antes de lo esperado, es elogiado en exceso, y así aprende a vivir frenéticamente, intentando superarse en forma constante para mantener los elogios. Pero, más tarde, las mismas personas que lo impulsaban a vivir de esta manera, se extrañan cuando el niño no logra encajar entre sus compañeros de clase, o cuando es desplazado, o cuando no puede resolver situaciones normales en su vida cotidiana, habiendo confundido amor con elogios.
Se irrespeta a la vida (y a quienes la viven), se le quita el valor y la sabiduría que ella trae en sí misma, y esto ocurre al intentar controlarla, al desconectarse de los procesos básicos y sus tiempos. No se la escucha. Se cierran los canales de entrada y sólo se persiguen objetivos utópicos e infantiles.

A los niños (y a los no tan niños también) no los dejan moverse, golpearse, ni equivocarse. Les construyen límites, excesiva cantidad de límites, pero no les dan motivos. Paradójicamente, los obligan a ser perfectos. No tienen que sufrir, no tienen que lastimarse, no tienen que probar, no tienen que intentar. Siempre se les debe proveer seguridad y situaciones en las que sólo pueden acertar, ganar o triunfar. No se los invita a la experiencia, al contacto, a seguir sus instintos, sus intuiciones, su voz interior. Debe confiar ciegamente en lo que los demás le digan, sin importar por qué, y por sobre lo que él considere, piense o crea. No importa su opinión. De este modo terminamos como empezamos: los cavernícolas no sabían qué ocurría, simplemente adoraban al dios del fuego, al dios de la lluvia. La evolución se vuelve retrógrada.

Hubo un experimento muy famoso realizado con nuestros hermanos más cercanos: los simios. Lo que hicieron fue: encerrar en una jaula a un grupo de 5 con una escalera ubicada en el centro del recinto, y arriba de ella, un racimo de bananas colgadas del techo. Los monos, al ser ingresados, comenzaron a explorar el lugar. Rápidamente encontraron ese manjar, y se lanzaron escalera arriba para alcanzarlas. Lo que no se imaginaban era que todo el conjunto (los que subieron y los que no) iban a ser rociados con un potente chorro de agua. Luego de varios intentos con el mismo “castigo”, quedaron condicionados, y ya no intentaron subir. Si alguno de ellos, en un acto de arrojo, intentaba subir, era detenido, ya no por el agua, sino por los otros monos, que conocían las consecuencias. Una vez lograda esta estabilidad, los que controlaban el experimento, hicieron un cambio: un mono de la jaula por otro que no había estado en esa jaula antes, ni vivido esa experiencia. Al poco tiempo de ingresar, hizo el intento de buscar las bananas, a lo que recibió una paliza por los otros 4 integrantes del grupo inicial. Esto sucedió algunas veces hasta que fue condicionado igual que los otros, con la diferencia que este nuevo simio nunca recibió agua, sólo una fuerte oposición por el grupo de sus semejantes. Él no conoció las consecuencias reales. De esta forma y de a uno, se fueron cambiando todos los monos del grupo inicial, y también de a uno fueron condicionados por los otros monos. Así se llegó a cambiar a todos los monos de la jaula, quedando sólo monos nuevos, es decir que nunca habían recibido el “castigo” del agua por intentar coger las bananas. La estabilidad lograda, en monos que no “sabían” el motivo original por el cual no debían subir a la escalera, nos muestra cómo fue establecido un comportamiento limitante sin una razón externa válida. Fue el comportamiento interno del grupo lo que les estableció el límite, lo que les hizo renunciar a su impulso.
Nosotros, creo yo, no estamos muy lejos de limitarnos sin razones, al igual que estos monos. Lo podemos ver y comprobar. Podemos verlo y comprobarlo al no dejar que el nuevo integrante, el infante, tenga su propia experiencia, se equivoque él mismo, se lastime y hasta sufra como consecuencia de sus propios actos. La cultura yanqui, donde todo está colmado de protección y sobreprotección para que a nadie le pase nada, es bastante representativa, y probablemente la influencia más grande recibida en otros países. Existe una protección extrema, tal vez ridícula, que es claramente disfuncional e ineficaz. No funciona. Cuando tienen que enfrentar una vida real, fuera de ese sistema, se mueren debido a su ingenuidad, igual que la de un niño. Y ocurre porque crearon un mundo ficticio en el que nada malo puede pasar, nada malo debe suceder. Un caso anecdótico es, quizá, Disneylandia. En este mundo de Disney, todo debe ser perfecto, al punto de que ningún niño puede llorar. Y para evitar ésto tienen un ejército de personas atentas a los niños, y en cuanto ocurre algo, aparece en forma instantánea una personita con un hermoso helado, que detiene el llanto del niño. O tal vez el caso de los turistas que visitaron un zoológico en el que los animales estaban sueltos, y la gente paseaba en sus autos; esa era su seguridad. Pero uno de estos turistas, ingenuo, al ver una manada de leones muy relajados, se bajó de su auto para fotografiarlos desde un lugar más cercano. Aunque cualquiera de nosotros podemos predecirlo, él no, y en pocos segundos se convirtió en comida de leones. Muchas veces, los límites son impuestos sin razones, el niño no entiende, llega a ser adulto sin saber realmente, sin haber aprendido, experienciado. Porque el límite no fue desde su experiencia, desde su vida, desde vivir personalmente las consecuencias directas de su accionar. Fue una censura coercitiva, vivida como irritante y frustrante, completamente incomprensible.
¿Se le puede exigir a un mono que acaba de ingresar a la jaula que sepa que no tiene que subir la escalera? ¿Se le puede exigir al que ingresa al mundo que no se equivoque? ¿Es conveniente protegerlo poniendo límites, restringiendo su experiencia, recortando su realidad? Yo creo que no. Ustedes que piensan? ... ustedes qué hacen con sus hijos, hermanos, primos, amigos?


Creo que tenemos que aprender a vivir y a dejar vivir a los demás, a pesar de lo que sintamos con la experiencia del otro. Y para todo esto, creo que la Vida es una fuente de sabiduría más que confiable.

1/4/10

No van a volver los mismos...


Hoy quiero publicar un extracto del epílogo de un libro que fue verdaderamente importante para mi, es un relato autobiográfico del mismo autor del libro. Luego hago una reflexión personal con algunas inquietudes. Ahora sí los dejo con la cita:

«"No van a volver los mismos", nos advirtió Fede, el cocinero de la expedición. Apenas pasadas las seis de la mañana, con 20 grados bajo cero y un amanecer inminente, Marcela, Nico, Vicente, Richi y yo nos disponíamos a salir del campamento Berlín hacia la cima del Aconcagua. "Pase lo que pase", insistió Fede, "nadie vuelve igual de la cumbre. Tanto los que llegan como los que no, cambian para siempre. Ya van a ver." Me estremecí, y no de frío. Me embargaba una sensación a la vez exultante y ominosa. Estaba entrando en un camino sin retorno, una experiencia de la cual no volvería la persona que la había emprendido. Las palabras de Fede me recordaron la historia del "Viaje a Ixtlán". Mientras empezaba con mis cuatro compañeros el devastador camino hacia la cumbre del "Centinela de Piedra" (significado de "Aconcagua" en quechua), reflexionaba sobre las palabras de don Juan, el maestro chamán de Carlos Castaneda.
"Si sobrevives [al encuentro con el conocimiento] te encontrarás en una tierra desconocida. Entonces, como es natural, lo primero que querrás hacer es volver [a tu hogar]. Pero no hay modo de volver. Lo que dejaste allí está perdido para siempre... Todo cuanto amas, odias o deseas habrá quedado atrás. Pero los sentimientos del hombre no mueren ni cambian, y el chamán inicia su camino a casa sabiendo que nunca llegará, sabiendo que ningún poder sobre la tierra lo conducirá al sitio, las cosas, la gente que amaba (...) [Encontrarte con el conocimiento] cambiará tu idea del mundo [tu modelo mental]. Esa idea es todo y, cuando cambia, el mundo entero cambia [irreversiblemente]".
Para ilustrar esta idea, don Juan invita a su compadre don Genaro a constar la historia de su viaje a Ixtlán. Mientras caminaba hacia su casa, Genaro se encontró con su "aliado" (fuente de conocimiento) y se trabó en combate con él. "Después que lo atrapé", relata Genaro, "empezamos a girar. El aliado me hizo dar vueltas, pero yo no lo solté. Giramos por el aire tan rápido y tan fuerte que yo ya no veía nada. Todo era como una nube. Dimos vueltas, y vueltas, y más vueltas. De repente sentí que estaba de pie otra vez en el suelo. Me miré. El aliado no me había matado. Estaba entero. ¡Era yo mismo! Supe entonces que había triunfado. Por fin tenía un aliado. Me puse a saltar de alegría...
"Luego miré alrededor para averiguar dónde estaba. No conocía ese lugar. Pensé que el aliado debía de haberme llevado por los aires para arrojarme en algún sitio, muy lejos de donde empezamos a dar vueltas. Me orienté. Pensaba que mi casa estaría hacia el este, así que empecé a caminar en esa dirección...”
"'¿Cuál fue el resultado final de aquella experiencia, don Genaro? ¿Cuándo y cómo llegó usted por fin a Ixtlán?'", preguntó Castaneda. Don Juan y don Genaro echaron a reír al mismo tiempo. 'Con que ese es para ti el resultado final', comentó don Juan. 'Digamos entonces que no hubo ningún resultado final en el viaje de Genaro. Nunca habrá ningún resultado final. ¡Genaro va todavía camino a Ixtlán!' 'Nunca llegaré a Ixtlán', dijo Genaro observando la distancia..."
Todo aprendizaje trascendente cambia el modelo mental del observador, por lo tanto, cambia también su realidad, su experiencia de lo real. Por eso es imposible volver a casa, por eso uno nunca llegará a Ixtlán. La "casa" que uno dejó ya no existe. El mundo ya no aparece de la misma forma para quien ha cruzado la barrera del conocimiento: las personas, los lugares, todo es distinto para él. Aun con todo el cariño y la nostalgia, es imposible volver a experimentar el mundo de la vieja manera. Por ello los chamanes dicen que uno debe ir al encuentro del conocimiento con la impecable perfección de un guerrero, con la intención pura de trascender toda ilusión y encontrar la verdad. El precio de esta verdad es el abandono de todo lo conocido. Como dice el Mummokan, antiguo libro de sabiduría oriental: "quien franquea la barrera sin barrera camina solo por el universo".
[...]
Cuando subía al Aconcagua, estas palabras cobraron un sentido profundo. Al caminar por sus laderas, sentía que la montaña iba puliendo las impurezas físicas, emocionales, mentales y espirituales que se habían acumulado en mi interior como una costra. Los kilos perdidos por la anorexia que produce la altura y por el ejercicio agotador, los cambios hormonales y la multiplicación de hematocritos en la sangre disparados por la insoportable levedad del aire, la desesperación de no poder más, el deseo incontenible de llegar a lo más alto, la seguridad del inminente desmayo y la sorpresa de seguir consciente al siguiente paso; todas son experiencias que pulverizan la auto-imagen y que desenmascaran irremediablemente aquello que uno cree que es.
Sabíamos que la última subida era difícil. Habíamos escuchado muchas veces las historias de horror de la "canaleta", esos trescientos metros de pedregullo resbaloso donde reina "María La Paz" (la que da un paso "pa'lante" y tres "pa'trás"). Estábamos preparados para ese combate, el round definitivo donde la montaña intentaría noquearnos. Pero lo que nadie nos dijo es que el encuentro con la montaña era más parecido a una larga maratón que a un corto encuentro de box. "La canaleta" (como desafío físico, emocional, mental y espiritual) había empezado 1.500 metros por debajo de la canaleta física (situada a los 6.600 metros), cuando nuestros estómagos se cerraron definitivamente, cuando nuestras cabezas empezaron a hincharse por la baja presión atmosférica, cuando nuestros pulmones empezaron a procesar fluidos junto con el aire. "La canaleta" había empezado con el temporal de la noche anterior que casi vuela todas las carpas. Ese temporal que impulsó a desistir a seis de los once que quedábamos a esa altura en la partida.
Cuántas veces siento la tentación de resumir el aprendizaje a un hecho único y final. Una situación límite en la que uno triunfa o fracasa definitivamente. Pero la vida no es así: la mayoría de los problemas que enfrentamos son compañeros de largo plazo más que asaltantes fugaces.
Necesitamos relacionarnos con ellos más que reaccionar frente a ellos. El aprendizaje, la resolución de problemas, es un proceso, no un hecho. La paciencia y la conciencia son elementos invalorables para llevar a cabo este proceso. La visión, la capacidad para demorar la gratificación (o soportar el sufrimiento) en lo inmediato, en aras de conseguir el objetivo trascendente, son la clave para vivir en libertad. La fuerza para relacionarse con la cara feroz de la vida, tal como lo hacemos con la cara mansa o apolínea. La montaña enseña eso en forma áspera. Pero al mismo tiempo, ofrece su ayuda a quienes aprenden la lección. Como decía Sir Edmund Hillary, el primero que volvió con vida después de escalar el Everest,


"Hasta que uno se compromete a hacer algo, la duda lo domina, tiene la oportunidad de echarse atrás, que nunca sirve para nada. En lo que respecta a todas las iniciativas y actos de creación hay una verdad única y elemental, cuya ignorancia asesina innumerables ideas y espléndidos planes: que en el momento en que uno se compromete definitivamente consigo mismo, entonces la Providencia se pone también en marcha. Toda suerte de cosas que de otro modo jamás le habrían ocurrido a uno, vienen entonces en su ayuda. Todo un flujo de acontecimientos surge de la decisión, brindándole toda clase de incidentes, encuentros y ayudas materiales, entes imprevisibles que ningún hombre podría haber soñado que vendrían a su encuentro. Siento un gran respeto por los versos de Goethe que dicen: 'Sea lo que fuere que puedes hacer, o soñar que puedes hacer, comiénzalo. El arrojo tiene en él genio, poder y magia'".


Tuvimos un día de cumbre espectacular: cálido, soleado y sin viento. Pero para disfrutar de él debimos superar un temporal con ráfagas de 80 kilómetros por hora y nieve a raudales. Fue como si la montaña nos dijera: "Para llegar a mi cumbre necesitan conocerme completamente; quienes no quieran abrazar mi lado oscuro no podrán abrazar tampoco mi lado luminoso". Esa noche de terror, mientras el techo de la carpa golpeaba mi cara semi congelada, me la pasé repitiendo las palabras de Helen Keller (famosa escritora norteamericana que desarrolló sus habilidades a pesar de haber nacido ciega, sorda y muda) como un mantra consolador: "La seguridad es, más que nada, una superstición. Ni existe en la naturaleza, ni la experimentan los hijos de los humanos. Evitar el peligro no es más seguro en el largo plazo que la exposición absoluta. La vida es una aventura osada, o nada en absoluto".
Marcela regresó; los demás continuamos. No creo que estuviéramos mucho menos cansados que ella; creo que lo que tuvimos fue una mayor capacidad para aguantar el dolor sofocante de los músculos exigidos más allá de su límite. Pero los cuatro que seguimos tuvimos la misma vivencia: de algo que estaba más allá de quienes creíamos ser. Cada uno de nuestros egos "abandonó" la escalada final entre las cinco y seis horas de camino. Las tres horas restantes no fueron caminadas por lo que normalmente llamamos "yo mismo". Hubo algo más allá, una fuerza trascendente que se hizo carne y siguió subiendo cuando la intención egoica se había agotado.
Ya en la famosa canaleta, me sentía desfallecer a cada momento. De hecho, la única manera de caminar era dar diez pasitos (muy cortos) y recostarme en una piedra o en mis propios bastones para jadear como un perro durante un minuto. Era desconsolador (y vergonzante para mi ego) no poder avanzar más que unos pocos metros sin quedar totalmente agotado. Pero en ese momento me asaltó un pensamiento, tal vez un regalo de inspiración del propio Apu (el espíritu de la montaña): "Hay sólo un número finito de pasos desde aquí hasta la cumbre, y los voy a caminar de uno en uno". Tal vez mil, tal vez diez mil, pero fuera lo que fuese, cada paso que daba me acercaba un paso más a mi objetivo. En el llano, este pensamiento puede parecer trivial o infantil pero, a 6.700 metros de altura, fue un verdadero "salvavidas".
Ante el colapso de la capa superficial de la personalidad, apareció una intención profunda, capaz de seguir adelante. Esto es precisamente lo que cada uno de nosotros había ido a buscar al Aconcagua: llegar al límite de sus fuerzas personales para encontrar la puerta de sus fuerzas transpersonales. Más allá de las reservas conocidas, encontramos un manantial de energía oculto, una fuerte de poder reservada para situaciones límites. Este descubrimiento fue comparable al de avistar un oasis en el desierto. En el momento en que uno está listo para rendirse, aparece un hada madrina con una carroza y zapatitos de cristal. Hasta ese momento tenía esperanzas en el hada, tenía fe. Pero a partir de ese entonces, tengo conocimiento y certeza. Sé por mi propia experiencia que hay algo más allá de la voluntad individual.
Cuando llegamos a la cumbre (aunque en realidad lo que llegó a la cumbre no puede ser correctamente categorizado como lo que convencionalmente llamamos "nosotros") estallamos en un llanto incontenible. Es difícil explicar esas lágrimas, era como si el cuerpo no pudiera contener tanta emoción y necesitara descargarla por los ojos. Sentirse al mismo tiempo infinito, e infinitesimal: grandioso en una comunión cuasi mística con las montañas circundantes, y pequeño en la observación asombrada y reverente de la magnificencia del universo. En ese momento nos abrazamos, gimiendo, con el corazón uncido de amor. Cuatro almas, cuatro cuentas enhebradas en el collar luminoso del Aconcagua. Parafraseando al Curso de los milagros, pensé: "Nada real puede ser dañado, nada irreal existe, aquí yace la paz del espíritu". Todo lo irreal había sido disuelto por el amor salvaje de la montaña, sólo lo real quedaba. Y en ese estallido de realidad comprendí, con la tristeza más dulce del mundo, que jamás podría volver a Ixtlán. Ixtlán aún estaba allí, pero ya no quedaba un "yo" que pudiera volver a casa.
Mis padres, mis amigos, mis hijos, mi esposa, todos (salvo mis compañeros escaladores) me preguntaban lo mismo antes de salir: "¿Para qué demonios vas a sufrir? ¿Qué cuernos vas a buscar en uno de los ambientes más inhóspitos del planeta?". Hasta hoy, dos días después de hacer cumbre, no tenía respuesta. Sólo había un deseo abrasador en mi corazón que me atraía al desafío. Más allá de llegar a la cima o no, ahora comprendo que lo que quería era enfrentar todos mis límites y descubrir que tanto ellos como esa entidad que reconozco como "yo mismo" son una ilusión, una pared de viento, una barrera sin barrera, detrás de la cual está el universo, manifestación maravillosa y terrible del Espíritu radiante.
Para encontrar eso, vale la pena dislocarse un brazo, ampollarse la piel, dormir envuelto en plumas a 15 grados bajo cero, vomitar cualquier clase de comida, pasar hambre, no dormir, sentir que la cabeza estalla, desmayarse de cansancio. Porque cuando uno encuentra el milagro de la existencia, no hay más miedo, sólo queda la felicidad incontenible y la paz inquebrantable de reconocerse como expresión luminosa de la naturaleza última de la existencia.
[...]
Mucha gente me preguntó cuando volví: "¿Cómo se curan estos síntomas?". Lamentablemente la respuesta resulta insatisfactoria para la gran mayoría: estos síntomas no se curan. La única estrategia es soportarlos, tomarlos como signos de progreso.
[...]
Es imposible transformar la propia existencia sin convertirse en una amenaza para todos aquellos que prefieren vivir en la inconciencia. Cualquiera puede esconderse debajo del piadoso manto del "no se puede". Pero cuando alguien ofrece su vida como ejemplo de que "sí se puede", no es de extrañar que salgan a relucir los puñales.»
1(el resalte en negrita es mío)


¿Quién establece el límite que existe entre poder y no poder?
¿Cuándo es posible algo y cuando es imposible?
¿Cuándo es incapacidad real y cuando es incapacidad mental? ‘Tiene algo que ver la inmadurez? ¿La auto-estima?
¿Cuándo el esfuerzo es suficiente? ¿Cuándo es necesario el esfuerzo organizado, planificado y constante, es decir, la disciplina?
La naturaleza del ser humano es, hasta el momento, indescifrable, y eso es exactamente lo que me fascina. A pesar de mis esfuerzos, y los de muchos otros, nunca llegaremos al utópico momento en que se pueda decir: “el ser humano es así”; al menos así lo creo yo. Y esto está intrincado con la misma esencia del ser humano y su forma de conocer el mundo. En cada momento de la historia de la humanidad, el conocimiento que se tiene es diferente, y no siempre se acumula. Muchas veces encontramos regresiones, saltos, desviaciones y otras alternativas similares. El conocimiento acerca del hombre cambia constantemente, porque el hombre mismo cambia constantemente. La cosmovisión es una variable, y depende del tiempo, del contexto, de la historia. El hombre se posiciona frente al mundo según se sienta frente a él y según cuáles sean sus ideales. El hombre de las cavernas se sentía temeroso frente al mundo, cualquier evento natural era incomprendido, y me imagino que no tenía muchos más ideales que los de cubrir en todo momento sus necesidades fisiológicas (abrigo, comida, procreación). Los primeros hombres sedentarios, que ya tenían cierta tecnología para labrar la tierra, cultivar y cosechar, también se sentían temerosos, ya que el clima podría destruir todo lo que ellos construían. Un viento fuerte volaba toda vivienda construida. El hombre de hoy ha sido capaz de salir a explorar el espacio, se salió de la Tierra, que ya cree dominar. Ésto lo posiciona de otra forma frente al mundo. En cada momento de la historia, el hombre se piensa a sí mismo de otra forma.
Entonces y volviendo, ¿cómo es posible definir algo en constante cambio?. Es necesario para eso, delimitarlo, simplificarlo, restringirlo y recortarlo. Quedando únicamente lo que nos interesa o lo que estamos en condiciones de ver, lo que podemos ver. La percepción que tiene el hombre del hombre mismo, es decir, de sí mismo, es otra de las variables que se deben tener en cuenta en este análisis. El conocimiento es adquirido a partir de la actividad intelectual, pero sólo es accesible a través de la percepción, y la percepción no es una constante, es otra de las características variables; en síntesis, no es algo que se pueda estudiar en forma acabada, obteniendo una conclusión determinista y absolutista. Para estudiar cualquier aspecto “mental” del ser humano, es necesario cambiar la forma de estudio, porque el objeto de estudio y el observador, son la misma cosa. He aquí el quid de la cuestión. No es igual que en geografía, por ejemplo, donde lo que se estudia es la superficie terrestre, territorios, paisajes, lugares, regiones. En este caso el observador es el ser humano, que, a través de sus órganos perceptivos, puede tomar nota de su objeto de estudio: superficie terrestre, paisajes, etc.
El problema que surge al querer responder a las preguntas: ¿cómo sabemos?, ¿qué sabemos?, ¿quién sabe?, etc., nace con la especie humana. Estoy diciendo que, desde que el hombre tiene conciencia de sí mismo, se pregunta esto (aunque no estoy tan seguro que el hombre de las cavernas lo hiciera, como dice Maslow: hay que cubrir una cierta cuota de necesidades más básicas antes de poder aspirar a otras menos básicas). Así tenemos ramas del conocimiento, como la epistemología y la gnoseología, que estudian específicamente el conocimiento, son teorías del conocimiento. Si bien estas nomenclaturas son modernas, la actividad como tal se realiza desde hace mucho tiempo. Me fascina reflexionar sobre estos temas, aún cuando mucho ya lo han hecho mentes más brillantes que la mía. No tengo un estado del arte “actualizado”, lo cual me puede estar llevando irremediablemente a repetir, sin siquiera saberlo, lo que otros ya han pensado y escrito. Pero este escrito no pretende responder formalmente a estos cuestionamientos, sino acercar a otras personas, que tal vez no han tenido oportunidad de toparse con estos genios, una reflexión más, para abrir nuevos caminos e invitarlos a que reflexionemos en conjunto.
Ahora, luego de haber pasado por cuestiones tan profundas, quiero volver a las preguntas iniciales, que son incógnitas con las que hoy cuento y vivo cada día de mi vida. ¿Es el hombre capaz de “todo”?. ¿Cuándo creemos darnos cuenta de que es un “caso perdido” y abandonamos la causa?. Esta última pregunta me hace pensar que, en rigor, este conocimiento lo obtenemos en forma espontánea e intuitiva, cuando nuestra capacidad de soportar el fracaso es superada por los hechos. Pero esto no constituye una respuesta definitiva, ya que cada persona tiene un nivel distinto, cada persona es capaz de “demorar la gratificación”, como nos dice Fredy, de diferentes formas y de acuerdo, también, al momento de su vida que esté viviendo; en síntesis, todo se relativiza de acuerdo a cada persona, cada momento, cada contexto, cada situación. Termina siendo una respuesta personal y singular, con un alto contenido, sino total, de subjetividad.
Pero no puedo dejar todo esto en “nada es absoluto, todo es relativo”, quiero, deseo, necesito obtener ciertas pautas generales antes de abandonar la causa... ¿hasta acá llegué?, ¿éste es mi límite?.
Bueno, tal vez ésta sea la respuesta final. A pesar de eso, no puedo asegurar que el hombre es capaz de todo, creo que hay una cota superior, es decir, determinadas situaciones que sobrepasan los límites humanos, a todos los seres humanos. Qué difícil es establecer un límite claro. Tal vez mi planteo es tan abierto, tan flexible, tan falto de límites, que me exige a acotarlo para hallar una respuesta más concreta y no tan relativa. Parece ser que, inherentemente, desde la esencia misma del planteo, estoy obligando una respuesta relativa.
En cada situación, somos nosotros mismos los que ponemos el límite. Es nuestra mente la que dice hasta dónde llegaremos. En cada situación, nos limitamos acerca de lo que vamos a dar de nosotros mismos.
En lo personal, y en la historia misma de la humanidad, hay incontables casos en los que se pensaba, se creía, se intuía, se sabía, en la generalidad, que algo era imposible... hasta que dejó de serlo. Hasta que dejó de ser imposible. Sólo para citar un ejemplo, puedo mencionar al átomo (del latín atomum, y éste del griego ἄτομον, sin partes). Se le asignó ese nombre justamente por la creencia de que éste era, indivisible. Con el desarrollo de la física nuclear en el siglo XX se comprobó que el átomo puede subdividirse en partículas más pequeñas (protones, neutrones y electrones)2. Cuando se obtuvo el conocimiento o habilidad práctica correspondiente, fue posible lo imposible. Sucedió una recategorización, una reclasificación. Algo que encontrábamos en los “imposibles”, luego lo encontramos en los “posibles”.
Los problemas mismos son imposibles en un determinado momento y contexto. Pero dejan de serlo en el momento en que son superados, o resueltos.
Una dificultad nos detiene parcialmente, nos obliga a dar más de nosotros, y con ese simple refuerzo, se logra sobrepasarla. Sin embargo, un problema es aquel que, siendo una cuestión dificultosa, se convierte en un imposible. Luego de intentadas una serie de soluciones, un determinado número de veces, nos vemos frente a un imposible, lo categorizamos como no-posible. Reunimos todas nuestras capacidades, conocimientos y destrezas, las aplicamos reiteradas veces, lo intentamos, pero damos siempre con una negativa. Cuando asumimos nuestra incapacidad para realizar eso, es cuando lo incluimos en la clase de lo “no-posible”. Ahí es cuando se convierte en problema, lo que hasta ese momento no lo era. Fue un cambio lógico simplemente, no fue un cambio fáctico o real.
Luego de esto, en forma casual (¿causal?), esta u otra persona cualquiera, que desconoce esa clasificación, o que simplemente hace caso omiso y se posiciona frente al supuesto problema en forma optimista, pretende encontrar la(s) solución(es). Al salir de la posición pesimista, y entrar en la duda, comienza el juego del “a que sí se puede”.
Esto es lo que sucede, entre otras cosas, en la psicoterapia. Pero voy a dejar este tema que tanto me apasiona, para el futuro, en otro apartado.
Puedo volver al texto de Fredy Kofman y tomar el fragmento donde relata que Marcela se volvió y no siguió, aludiendo no a la diferencia de cansancio con respecto a ellos, sino a una menor capacidad de soportar el dolor físico. Es claro que Fredy no sabe esto con certeza, ya que no tiene una balanza que “pese” el dolor físico de una persona, o la capacidad de soportar dicho dolor; es algo que él intuyó a partir de lo que vivió y lo que vio. Sin embargo hay algo innegable, y es que, ciertamente, hubo una diferencia entre Marcela y los demás. Ahí es a donde dirijo mis dudas: a intentar saber cuál es el factor determinante, en una situación decisiva, para seguir o detenerse.
Por ejemplo, en una relación de noviazgo o de pareja, o incluso en el matrimonio, cuando se acercan a una separación, al fin de cuentas lo que se cuestiona es si seguir o no seguir, si intentarlo nuevamente o dejarlo ahí. Los dos integrantes, no pocas veces, suelen tener en esta disyuntiva decisiones opuestas, lo que provoca la separación definitiva. En este caso, ¿qué fue lo que hizo que una persona decidiera seguir y la otra detenerse?. En otras situaciones anteriores, muy probablemente, hablaron sobre lo mismo, pero sin embargo, esa vez decidieron, los dos, continuar en lugar de detenerse. ¿Qué fue lo que cambió desde aquella vez, en que ambos querían seguir, a la última, en que la separación fue inminente?. Uno de ellos (o los dos) se dio cuenta que ya no podía soportar, no podía seguir o no quería seguir. Entonces, ¿no podían seguir? ¿no querían? ¿llegaron al límite personal?.
Me gustaría poner en relieve, y a modo de conclusión, que de lo que se está hablando acá es del sentido. El sentido que atribuimos a una situación.
Victor Frankl sabe sobre esto, y en su libro El hombre en busca de sentido3 podemos encontrar algún destello de luz:
Pareciera que en los campos de concentración, según testimonia, existía una porción de decisión personal en la muerte de cada uno. Si no se quita el contexto a lo que acabo de decir, puedo postular que si una persona encuentra sentido en una situación dada, a pesar de que las circunstancias en las que vive sean inhumanas e inmodificables, esa persona puede seguir dando más de sí o, al menos, intentarlo. Él dice que sobrevivían sólo aquellos que aún tenían “algo por hacer” fuera del campo, aquellos que encontraban un sentido a la vida a pesar de lo que estaban viviendo. Parafraseando a Nietzsche, “quien tiene un por qué (para qué) vivir, es capaz de soportar cualquier cómo”.
Sintetizo entonces que es el sentido encontrado, en mi opinión, lo que discrimina el poder del no poder, o mejor dicho, lo que se cree posible o imposible.


Referencias:

1. Kofman, Fredy: Metamanagement, Granica, Buenos Aires, 2001.
2. Wikipedia. La enciclopedia libre.
3. Frankl, Viktor: El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, 1979.