6/12/10

Filósofos… uf, que complejos!


El filósofo es idealista por naturaleza. Esto sucede en muchos sentidos. Pensemos en su mirada del mundo y en sus deseos: desea conocer el mundo entero, abarcar todo cuánto exista, “entenderlo” y explicárselo a él mismo y luego a los demás [que, por otra parte, nada le han pedido]; su mirada del mundo, no menos idealista, no permite que algo sea “imperfecto”, o que algo pueda no realizarse, o que no hayan soluciones para los innumerables “problemas” que él “ve” en todas partes.
Si combinamos, solamente, estos dos aspectos del filósofo, resultan en lo que podemos observar al ver a un filósofo: un ser complejo y ávido de conocimientos teóricos, agudo y afilado en su percepción, dispuesto a pasar largos períodos pensando y pensando, reflexionando; al mismo tiempo que parece ser una persona castigada, agobiada, frustrada, angustiada profundamente, sin encontrar salida a esa forma de vida (aunque muchas veces, sin querer encontrarla).
Curiosamente escriben, o parlan, con la sublime intención de “solucionar” altruistamente los “problemas” a la humanidad [¡vaya tarea quijotesca!]; los problemas que ellos ven. Intentan solucionarle el mundo a los demás, creyendo que los demás ven (viven en) el mismo mundo problemático que le ofrece su mirada personal y subjetiva del mundo. Mirada de ojo crítico, mirada “objetiva” [según ellos].
Tienen la capacidad de imaginarse un mundo ideal, tan ideal como su capacidad les permite [y por lo general son muy capaces]. Logran darle a “la vida” un matiz especial en el que todo “debería” ser diferente, en el que “tendrían” que cambiar muchas cosas para que todo funcionara “mejor” [lo que no aclaran es que esta palabra es relacional: “mejor que esto otro que yo veo”]. Cualquiera que emprenda el astuto ejercicio de comparar el mundo que ve todos los días con un mundo ideal inventado, rápidamente podrá notar cómo comienza a sentirse incómodo, con el estómago revuelto, con picazones en el cuerpo, carrasposidad en la garganta, o incluso, sentirse triste y deprimido. Claro que las cosas no pueden seguir como están [así de mal]!. Por eso es mejor pensar y pensar en ese mundo ideal, y compararlo con el de todos los días. Díganme si no estoy en lo cierto?. De esa forma lograremos vivir cómodamente angustiados, pero eso sí, pensando en un mundo mejor!!
El filósofo supera cualquier ejercicio de novato y se convierte en un verdadero profesional del pensamiento intelectual idealista. Él podrá, sin embargo, intentar dar solución a su problema intelectual: aplicando más pensamientos idealistas. De esta forma mantendrá su mente ocupada.
En los escasos, pero inevitables, tiempos libres que existen entre estos ejercicios del filósofo, no podrá esconderse a la realidad. Y no podrá tampoco escaparse a sentir lo que le provoca esta brecha que ha construido a partir de su mirada idealista del mundo. Mira hacia un lado y sólo ve pestes y miseria, mira hacia el otro y ve, embelesado, la pureza extrema del pensamiento. Algo comienza a notar en él mismo: es la angustia que se asoma, y nota que de pronto está en medio de todo eso. No importa dónde esté ni a donde mire, porque siempre estará en el medio. Ya que siempre verá estos dos extremos, aunque muy a menudo, viva a diario en el de la miseria. Al instante pone en marcha su “solución” a estos momentos: pensar más, darle una vuelta más de idealismo a todo, incluso a su situación actual, imaginando bellas formas de salirse de esa situación tan incómoda en la que se encuentra. Logra así, pensando e imaginando, salirse de su situación, pero metiéndose un nivel más profundo en el sinfondo mundo de los filósofos. Si bien no puedo negar que logra una cierta satisfacción en este lugar [alejado del presente], no puede evitar de ninguna forma volver a sentirse angustiado por su realidad “sabiendo” que podría vivir en la eterna pureza del intelecto. En estas “luchas” por sentirse mejor, siempre intenta dar la misma solución, el ya conocido “más de lo mismo”, que para él es… pensar más y más, reflexionar más y más, meterse más y más en ese mundo pensado y jamás vivido. De esta forma, se encuentra en una situación sin salida, lo que comúnmente suele llamarse círculo vicioso. Cuanto más se angustia, entonces “más solución” quiere dar, entonces más piensa y reflexiona, entonces menos vive la realidad, y entonces más lejos está de ella, y más se angustia. Lo que ocurre en él es una hermosa disociación entre su mente y su cuerpo (pensamiento del mundo ideal vs. vida real). Esta persona que tiene ideas descabelladamente complejas, ideas que intentan explicar el vasto mundo real, tan sólo con palabras, se condena así (de este modo) y a sí mismo, a vivir una vida desdichada. Cuanto más se aleje de la realidad que tanto desprecia, más cerca cree estar de una vida plena, perfecta, ideal. Pero tan sólo logra alejar una pequeña parte de sí mismo: su pensamiento. Su cuerpo y su vida transcurren en el mismísimo mundo que mira con ojos de rechazo e indignación.
Los filósofos reflexionan y explican. Los pragmáticos eligen y actúan. Ambos sufren, pero aquellos lo hacen en dos niveles al mismo tiempo: el de su creación del mundo paralelo y el del mundo corriente. Mientras que estos últimos sienten el dolor natural que implica elegir, decidir y actuar. Los primeros son complejos y sofisticados, los segundos simples y concretos.
Capacitados para entender los más intrincados procesos de la vida, los filósofos, quedan perplejos ante la simpleza o la forma expeditiva de los que, simplemente, se dedican a vivir.