28/9/10

Las formas de relacionarse aprendidas


De lo que hoy quiero hablar (lo que voy a postear) tiene que ver con las formas de relacionarse aprendidas, adquiridas, las que son naturales.

Voy a redactarlo, siempre que pueda, en primera persona, siendo el protagonista de este relato, porque voy a hablar de lo que yo viví (y todavía lo estoy viviendo). Claro que la forma particular que yo viví no es la misma que otros hayan vivido, pero puede que muchos se sientan identificados en algunos aspectos. Me parece importante escribirlo en primera persona para evitar generalizar y, además, para ponerme como protagonista (responsable) de esto, y no como un mero observador, o descriptor.

Ahora sí, quiero hablar de esas formas que respiré sin saberlo. Eso que entra dentro de “lo normal”, lo habitual, lo de todos los días. Eso que uno no puede advertir, porque es parte de uno mismo. Sólo después de un largo trabajo personal estoy comenzando a saber qué fue lo que respiré, qué fue lo que viví, qué sentido tuvo para mí y cuáles fueron las consecuencias en mí. Piensen en el aire: ¿alguien lo ve?, ¿alguien lo puede ver?. ¿Cuándo nos enteramos que existía y que, además, ocupaba espacio!!!?. Sin embargo, todos los días pasa desapercibido hacia nuestros pulmones y luego, parte de él, usando como transporte nuestra sangre, recorre todo nuestro cuerpo. Para que puedan visualizar mejor esto que intento explicar piensen en el conocimiento que se tiene de la rana. Dicen que si uno mete una rana en una olla con agua caliente, la rana automáticamente salta fuera de la olla. En cambio, si se mete a la rana dentro de una olla con agua a temperatura ambiente y luego se la pone a calentar lentamente, la rana no se da cuenta, y termina por morir hervida dentro de la olla. ¿Queda claro?. Está demás decirlo, pero, como dicen Les Luthiers, y para agregar un poco de humor, nunca está demás repetirlo, nunca está de más repetirlo, nunca está demás repetirlo… bien sabrán que no siempre las formas que mamamos, respiramos y transpiramos nos hacen terminar hervidos como la rana. Algunas veces, estas formas, son bastante sanas. Caso contrario, llegamos a quemarnos un poquito pero alcanzamos a saltar a tiempo.

Muchas de estas formas que quiero hablar son dolorosas, lastimosas. Son formas que llevan inevitablemente a lo que yo llamo el sufrimiento absurdo, al sufrimiento que se vive al intentar no sentir dolor, al intentar evitarlo. No son formas que llevan al verdadero dolor, no son formas que lo enfrentan a uno con lo real, con lo que genera el dolor real. Son formas para evadir, para evitar, para esconderse. Para intentar manipular: a los demás, a la realidad y a uno mismo. Volviendo a mi, esas formas que aprendí, me llevaron a querer manipular a la vida misma, a querer cambiar lo que no se puede cambiar, a querer evitar lo que no se puede evitar. Y eso lo logré mintiéndome a mí mismo y a los demás. Eso lo hice inventándome historias. Eso lo hice buscando dar una vuelta a algo que no tenía vuelta, y en ese intento de dar la vuelta, terminé haciendo un doble esfuerzo, que además me ocultaba la realidad. Ustedes se preguntarán ¿quién va a ser tan tonto de mentirse a uno mismo?. Les puedo decir que el miedo que se percibe es tan grande y desesperante, que hasta el más valiente recurre a estos mecanismos. Claro que no comemos vidrio porque sí: yo no tenía plena y absoluta conciencia de lo que hacía, no era un “pensamiento pensado conscientemente”, era más bien, como dije antes, una forma adquirida, heredada, aprendida, imitada. Y por eso la importancia de lo que intento transmitir... vayan de a poco, que esto recién empieza!.

La cuestión fue que creí fuertemente en eso, intentando huir del sufrimiento. Luego lo hice realidad: materialicé un impulso aprendido. Y después tuve que inventar, además, otra cosa que me dijera que estaba haciendo lo mejor.

¿Qué rebuscado parece todo esto, no?. No parece: lo es!. Pero ahora intento pensarlo de otra forma y trato de visualizar este mecanismo de una forma más clara. Diría que hay tres instancias: la realidad, nuestro invento y lo que sentimos. Nuestro invento tiene que triunfar necesariamente (recuerden que es para evitar el dolor), entonces lo que pasa allá afuera, en la realidad, lo deformamos para que encaje a nuestro invento. Nuestro invento falla, porque hay cosas que son inevitables, pero igual queremos evitarlas. Cuando nuestro invento falla, debemos hacer el segundo esfuerzo de acomodar el fallo a una nueva situación inventada. Es decir, lo que sentimos, el impacto que tuvo en nosotros la respuesta del afuera a nuestro invento, debemos también enmascararla. Si este circuito se hace permanente, terminamos por vivir distanciados de la realidad, intentando evitar lo inevitable, y además creyendo que lo que sentimos y vivimos es lo que realmente está pasando. Se perpetúa, de esta forma, una forma poco sana de vivir.

¿Qué ocurre después? Si queremos desarticular todo este mecanismo (si tenemos los huevos para hacerlo) tenemos un doble dolor: el sentimiento verosímil que produce la realidad (el dolor real, aquel que quisimos evitar inicialmente con nuestro invento), y también el sentimiento de dolor que produce darnos cuenta que nuestro invento falló (nosotros fallamos) y que lo que vivimos no fue lo que realmente sucedió (nos mentimos, nos traicionamos a nosotros mismos). Y todo eso con la excusa de querer evitar la realidad, es decir el dolor real. En pocas palabras, queriendo evitar sufrir, terminamos sufriendo más.

Como este proceso de desarticulación es doblemente doloroso, muchos prefieren seguir, semi-conscientes, viviendo en el mundo inventado. Muchos prefieren vivir el sufrimiento que genera la situación ilusoria antes que el verdadero dolor. No se imaginan cuánto los entiendo!! Pero no los estimulo a seguir por ese camino. Si así lo deciden sólo postergan ese sentimiento y terminan por dejarlo bajo tierra. Se ponen capas y capas de aislantes, que nunca son completamente aislantes y siempre algo de dolor se filtra hacia la superficie, y nosotros lo transformamos, desvirtuamos, modificamos y tergiversamos, para terminar viviendo un sufrimiento sin explicación. Aquí comienzan (o se perpetúan) los sentimientos a los que no logramos darle sentido: aflicción, depresión, desgano, tristeza, etc., por sólo nombrar algo leve. Muchos logran “llevar” su vida por medio de actividades y relaciones que distraen el foco, es decir, ponen más y más capas de enmascaramiento. Prefieren vivir anestesiados en este hermoso parque de diversiones fabricado a medida.

Este proceso de desentramado y luego reconstrucción, desarmado y armado de la realidad, puede llevar mucho tiempo, que no sólo puede ser, sino que podrán incluso, hacia el final del camino, averiguar lo inevitablemente doloroso que es. Igualmente quiero marcar aquí que para mí, dolor y sufrimiento son cosas distintas. Habrán podido notar que uso esas dos palabras para significar cosas distintas. Retomando: a pesar del profundo dolor vivido, puedo asegurar desde mis entrañas, que tiene una ganancia invaluable. Sólo aquél que decida empaparse de compromiso y emprender este camino hasta el final, podrá entender esta ganancia, sólo al adquirirla podrá conocerla y valuarla en invaluable.

Está claro que es muy difícil, mientras se transita este camino, determinar si se está haciendo El camino, o si se está poniendo otra capa de recubrimiento, otro proceso de “chapa y pintura” para que todo parezca que cambiamos, que realmente lo hicimos, aunque no hayamos hecho nada más que perpetuar el proceso del sufrimiento inútil y sin sentido. Es decir, que es muy fácil perderse en el camino, manteniendo la siguiente constante: “cambiar para que nada cambie”. Pero no importa esto, en verdad no tiene importancia, porque el único que “gana” o “pierde” aquí es el que se dice la verdad o el que se miente.

También puedo asegurar que es muy difícil hacerlo solo a este camino, y hay varias razones por las cuales me animo a decir, si me lo permiten, que es imposible. Si uno vivió toda la vida de una forma, y ha ido intentando una y otra vez, dar solución a algo que no entiende, pero que sin embargo lo frena en su vida, lo detiene sin razón, raramente quiera seguir intentándolo, y mucho menos por el lado más doloroso. Hará lo posible, y con más fuerza todavía, para mantener esta tendencia de evitar el sufrimiento (y con gran razón lo hará). Yo intenté cambiar muchas veces, creyéndome que estaba cambiando, y hasta el cansancio y el sinsentido, sin embargo, nada cambiaba. Les puedo contar que la frustración es inmensa. Lo único que acumulaba era más sufrimiento vivido, sin siquiera haber tocado ni un ápice de lo que debía tocar. A medida que seguía por ese camino “del cambio” sólo acumulaba marcas, algo que en primera instancia no sirvió para nada, porque seguí repitiendo los mismos actos, seguí relacionándome con los mismos tipos de personas, seguí manteniendo los mismos patrones que me llevaban al sufrimiento absurdo. Aquí tenía razón de seguir por el camino de la evitación, pero tuve que aprender que la razón del pensador, por muy aguda que sea, no tiene solución para este problema.

Por eso afirmo que se necesita un sostén del cual uno pueda agarrarse en medio del camino, en medio de la escalada. Se necesita un punto de referencia en medio de la tormenta que no deja ver nada, se necesita un punto de apoyo para que no todo quede en forma relativa a todo. Recuerden a Arquímedes en su bañera: “dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”. Alguien, desde afuera de nuestros inventos y nuestras ilusiones, tiene que ser capaz de discernir y de discriminar lo que pertenece y lo que no, lo que es y lo que no es. Se necesita tener extrema confianza en alguien que permanezca estable y respetuoso con nosotros, que no cambie, que no deje de ser de acuerdo a lo que ocurra en nuestra interpretación de los hechos. Se necesita un modelo distinto a todo lo conocido. ¿Cómo vamos a reconstruir una nueva forma de vivir y de relacionarnos si nunca pudimos ver, vivir y sentir de otra forma que la que heredamos, respiramos y conocimos?. ¿A partir de qué?. ¿Cómo hacemos para salirnos afuera de nosotros mismos y mirar “con otros ojos” lo que (nos) sucede?. ¿Quién es capaz de verse a uno mismo sin un espejo, sin algo que nos refleje lo que somos?. Es imposible ser espectador y actor de un mismo escenario. No se puede ser director y ejecutor de una obra. No es posible tener dos perspectivas de una misma cosa. Se es uno o se es otro. No se puede ser las dos cosas al mismo tiempo. Recuerden las típicas imágenes que tienen dos figuras diferentes superpuestas. La clásica donde aparece una niña y una vieja con una nariz gigante, ¿la recuerdan?. Bueno, hagan un ejercicio: intenten ver las dos figuras al mismo tiempo. Podrán notar, después de varios intentos, la imposibilidad de ver ambas al mismo tiempo: o se ve a la niña, o se ve a la vieja, pueden cambiar de “foco” tan rápido como quieran, pero no podrán ver ambas al mismo tiempo. Bueno, a eso me refiero!.

Vuelvo sobre una palabra bastante fuerte que mencioné antes: imposible. Todo me lleva a pensar en la imposibilidad. Sigan esta línea de pensamiento: ¿cómo hacemos para romper o atravesar el límite que no percibimos?. No se puede pensar en algo que uno no puede pensar. Uno no puede querer ser algo que es incapaz de imaginar. Por otro lado, uno no tiene todas las herramientas para lograr ser ese que quiere ser. No conoce la forma, el procedimiento, el camino, el proceso, el recorrido para llegar a ese que desea ser. Es decir, uno no puede hacer lo que uno quiera de uno, porque para eso necesita conocer algo diferente a lo que uno conoce, algo diferente a lo que uno es. Es una hermosa paradoja: uno necesita ser distinto al que es, para lograr ser diferente al que es. Sepan que esto no se logra simplemente observando a otro, observando algo diferente. Porque en ese otro tengo que ser capaz de ver algo que no conozco, tengo que ver algo que no sé como mirar, tengo que interpretar algo que no tengo los conocimientos para poder interpretar. Y como muy bien sabrán: en la vida, no todo se aprende leyendo un manual. No existe un manual que nos diga como vivir, cómo ser hijos, cómo ser padres, cómo ser esposos, cómo ser amigo, novio, hermano, jefe o camarero. Y no existe, no sólo porque hay infinitas formas de serlo (algunas más sanas que otras, claro está), sino porque en un manual no se podrían escribir las enseñanzas necesarias. Ese proceso o recorrido del que hoy les hablo, justamente, se recorre, se procesa, se transcurre, se vive. Es algo viviente, es algo cambiante, es algo dinámico. Y es extremadamente complejo, es decir, tiene muchas variables y modificadores que cambian radicalmente de un caso a otro.

Hay una frase bastante conocida que me viene muy bien para el desenlace que quiero dar. Si no me equivoco es de Sartre y acomodándola un poco a mi gusto queda así: “uno es lo que logra hacer con lo que hicieron de lo que uno es”. Queda claro que uno no puede hacer todo lo que se propone, mucho menos en estos aspectos, donde está limitado a cambiar justamente dentro de los límites que aprendió, del contacto que tuvo. Por más ganas que uno tenga, por más empeño que uno le ponga, por más esfuerzo que uno haga, el cambio no sucede de esta forma. Con ésto, no digo que nadie pueda cambiar. Digo que para que ese alguien pueda cambiar, tiene que tener las herramientas necesarias para poder hacerlo. Y la mayoría de las veces, no tenemos la variedad completa de herramientas para lograr el cambio que queremos. Además, debemos tener en cuenta que no siempre lo que buscamos hacer es lo que necesitamos para lograr aquello que tanto queremos. ¿Se entiende?. Vuelvo hacia atrás: no se puede lograr lo que uno quiere ser con sólo conocer eso que quiere. Y un nivel más arriba: no se puede ser lo que uno desconoce.

Hasta aquí llego mi escrito por hoy. A partir de esa frase disparadora, logré hacia el final, darle más forma a lo que necesitaba decir. Espero les haya gustado, y sobre todo, les haya aportado algo que los incite a buscar más.
Hasta la próxima!