6/12/10

Filósofos… uf, que complejos!


El filósofo es idealista por naturaleza. Esto sucede en muchos sentidos. Pensemos en su mirada del mundo y en sus deseos: desea conocer el mundo entero, abarcar todo cuánto exista, “entenderlo” y explicárselo a él mismo y luego a los demás [que, por otra parte, nada le han pedido]; su mirada del mundo, no menos idealista, no permite que algo sea “imperfecto”, o que algo pueda no realizarse, o que no hayan soluciones para los innumerables “problemas” que él “ve” en todas partes.
Si combinamos, solamente, estos dos aspectos del filósofo, resultan en lo que podemos observar al ver a un filósofo: un ser complejo y ávido de conocimientos teóricos, agudo y afilado en su percepción, dispuesto a pasar largos períodos pensando y pensando, reflexionando; al mismo tiempo que parece ser una persona castigada, agobiada, frustrada, angustiada profundamente, sin encontrar salida a esa forma de vida (aunque muchas veces, sin querer encontrarla).
Curiosamente escriben, o parlan, con la sublime intención de “solucionar” altruistamente los “problemas” a la humanidad [¡vaya tarea quijotesca!]; los problemas que ellos ven. Intentan solucionarle el mundo a los demás, creyendo que los demás ven (viven en) el mismo mundo problemático que le ofrece su mirada personal y subjetiva del mundo. Mirada de ojo crítico, mirada “objetiva” [según ellos].
Tienen la capacidad de imaginarse un mundo ideal, tan ideal como su capacidad les permite [y por lo general son muy capaces]. Logran darle a “la vida” un matiz especial en el que todo “debería” ser diferente, en el que “tendrían” que cambiar muchas cosas para que todo funcionara “mejor” [lo que no aclaran es que esta palabra es relacional: “mejor que esto otro que yo veo”]. Cualquiera que emprenda el astuto ejercicio de comparar el mundo que ve todos los días con un mundo ideal inventado, rápidamente podrá notar cómo comienza a sentirse incómodo, con el estómago revuelto, con picazones en el cuerpo, carrasposidad en la garganta, o incluso, sentirse triste y deprimido. Claro que las cosas no pueden seguir como están [así de mal]!. Por eso es mejor pensar y pensar en ese mundo ideal, y compararlo con el de todos los días. Díganme si no estoy en lo cierto?. De esa forma lograremos vivir cómodamente angustiados, pero eso sí, pensando en un mundo mejor!!
El filósofo supera cualquier ejercicio de novato y se convierte en un verdadero profesional del pensamiento intelectual idealista. Él podrá, sin embargo, intentar dar solución a su problema intelectual: aplicando más pensamientos idealistas. De esta forma mantendrá su mente ocupada.
En los escasos, pero inevitables, tiempos libres que existen entre estos ejercicios del filósofo, no podrá esconderse a la realidad. Y no podrá tampoco escaparse a sentir lo que le provoca esta brecha que ha construido a partir de su mirada idealista del mundo. Mira hacia un lado y sólo ve pestes y miseria, mira hacia el otro y ve, embelesado, la pureza extrema del pensamiento. Algo comienza a notar en él mismo: es la angustia que se asoma, y nota que de pronto está en medio de todo eso. No importa dónde esté ni a donde mire, porque siempre estará en el medio. Ya que siempre verá estos dos extremos, aunque muy a menudo, viva a diario en el de la miseria. Al instante pone en marcha su “solución” a estos momentos: pensar más, darle una vuelta más de idealismo a todo, incluso a su situación actual, imaginando bellas formas de salirse de esa situación tan incómoda en la que se encuentra. Logra así, pensando e imaginando, salirse de su situación, pero metiéndose un nivel más profundo en el sinfondo mundo de los filósofos. Si bien no puedo negar que logra una cierta satisfacción en este lugar [alejado del presente], no puede evitar de ninguna forma volver a sentirse angustiado por su realidad “sabiendo” que podría vivir en la eterna pureza del intelecto. En estas “luchas” por sentirse mejor, siempre intenta dar la misma solución, el ya conocido “más de lo mismo”, que para él es… pensar más y más, reflexionar más y más, meterse más y más en ese mundo pensado y jamás vivido. De esta forma, se encuentra en una situación sin salida, lo que comúnmente suele llamarse círculo vicioso. Cuanto más se angustia, entonces “más solución” quiere dar, entonces más piensa y reflexiona, entonces menos vive la realidad, y entonces más lejos está de ella, y más se angustia. Lo que ocurre en él es una hermosa disociación entre su mente y su cuerpo (pensamiento del mundo ideal vs. vida real). Esta persona que tiene ideas descabelladamente complejas, ideas que intentan explicar el vasto mundo real, tan sólo con palabras, se condena así (de este modo) y a sí mismo, a vivir una vida desdichada. Cuanto más se aleje de la realidad que tanto desprecia, más cerca cree estar de una vida plena, perfecta, ideal. Pero tan sólo logra alejar una pequeña parte de sí mismo: su pensamiento. Su cuerpo y su vida transcurren en el mismísimo mundo que mira con ojos de rechazo e indignación.
Los filósofos reflexionan y explican. Los pragmáticos eligen y actúan. Ambos sufren, pero aquellos lo hacen en dos niveles al mismo tiempo: el de su creación del mundo paralelo y el del mundo corriente. Mientras que estos últimos sienten el dolor natural que implica elegir, decidir y actuar. Los primeros son complejos y sofisticados, los segundos simples y concretos.
Capacitados para entender los más intrincados procesos de la vida, los filósofos, quedan perplejos ante la simpleza o la forma expeditiva de los que, simplemente, se dedican a vivir.

13/10/10

Buscando soluciones donde no las hay


Este artículo está dirigido a todos aquellos que, como yo (¿cómo todos?), solemos intentar dar solución a un problema en un ámbito diferente al cual pertenece ese problema que queremos solucionar.
Es habitual encontrarse con formas absurdas, que hemos ido desarrollando o simplemente heredado, que intentan vanamente solucionar problemas de la forma equivocada. Esta es la forma de buscar donde no hay solución. Seguramente podrán recordar el cuento en el que una persona buscaba sus llaves bajo el haz de luz que irradiaba una lámpara, cuando se acerca otra persona a ayudarle en su búsqueda y le pregunta si las había perdido ahí, a lo que ésta le responde que no, pero no tenía sentido buscarlas en otra parte, ya que en la oscuridad no iba a poder verlas. Es una respuesta absurda, todos podemos notar eso, sin embargo, no podemos notarlo cuando nosotros mismos lo estamos haciendo (hasta incluso con unas inocuas llaves).

No se imaginan cuántas veces quise (y me pongo como ejemplo para evitar plantear situaciones hipotéticas o teóricas, sino claras, concretas y experimentadas personalmente) solucionar mis problemas emocionales desde mi cabeza: pensando más y más. O leyendo libros de todo tipo, sofisticados libros de filosofía y psicología, los más abstractos y sutiles libros de pensamientos orientales, o la gran variedad de libros de autoayuda que hay!. También intenté dar solución a mis problemas emocionales con otras actividades, que como regla general, tenían que entretener al director de la orquesta de mi organismo. Con estos ejemplos no quiero limitarme únicamente a problemas emocionales o problemas particulares míos. ¿A cuántos de ustedes no les ha pasado buscar en una relación algo que sólo podían encontrarlo al cambiar ustedes mismos?. ¿Cuántas veces proyectamos (vemos) en los demás algo que nos sucede a nosotros mismos?. ¿Quién no ha somatizado gran parte de sus problemas en tontas enfermedades nerviosas?. Yo digo que es tan difícil aceptar la realidad o la verdad (nuestra), que buscamos cualquier treta que nos saque de la situación incómoda y dolorosa.

Cada uno puede interpretar ésto desde el lugar que quiera, pero debe aceptar que las situaciones muchas veces nos superan y no encontramos la solución que tanto necesitamos. Sin embargo acá no se termina todo, no sólo es esto. En mi experiencia personal, me parece haber aprendido que (todo esto que digo) es sólo una parte del proceso. Tan necesaria como cualquier otra. ¿Qué estoy queriendo decir?. Que en el camino del crecimiento y del aprendizaje, muchas veces nos topamos con "imposibles", pero que pertenecen sólo a esa parte del proceso. En ese contexto tienen sentido, y no sólo eso, sino que se convierten en necesarios. Es decir que, no tenemos que “dejar de hacer” nada si no estamos preparados para dejar de hacerlo, no tendría sentido dejar de hacerlo. De hecho, estoy convencido que no podríamos: la vida misma no nos lo “permitiría”. Con suerte nos engañaríamos a nosotros mismos, pero nuestro inconsciente (¿nuestro karma, nuestro destino, nuestro dios, la vida misma, la naturaleza?) tiene un poder mayor (o un plan distinto).

Me refiero a que es muy difícil dejar de hacer siempre lo mismo. Y acá no me refiero a cosas superficiales como tomar la misma bebida, tener siempre el mismo corte de pelo, el mismo estilo de ropa, el mismo tipo de trabajo, la misma casa o la misma inclinación política y filosófica. Acá me refiero a algo más sutil y menos perceptible, casi intangible, pero que sin embargo nos determina enormemente. Aunque lo parezca, no se trata sólo de una nueva interpretación de los hechos. Reflexionen por un momento, piensen en esto: si no somos los mismos, no vivimos lo mismo, no damos lo mismo y no recibimos lo mismo. O sea, cambiamos nosotros y también cambia nuestro entorno, y viceversa, cambia nuestro entorno y también cambiamos nosotros. Es cierto también que no siempre podemos (ni queremos) dejar de ser los mismos. No sé cuánto se pueda entender de todo esto, no es algo fácil de captar con una simple leída a un artículo.
Déjenme explicarlo mejor: de lo que estoy hablando es de que muchas veces nos exceden las circunstancias, trascienden nuestra capacidad y nos obligan a vivir necesariamente ciertas relaciones, a tener ciertos sentimientos y emociones, a estar frecuentemente en las mismas situaciones (insatisfactorias). ¿Será que la vida nos incita a (¿exige?) crecer y a aprender?. Todavía no sé lo que es, y no sé si algún día lo podré saber “a ciencia cierta”, pero lo que veo por doquier es esto que describo: coincidencias, repeticiones, reincidencias, perpetuaciones, etc. Y algo más a tener en cuenta mis amigos: todo eso tiene que ver con nosotros. No miremos afuera, no culpemos al vecino, no nos desliguemos de lo que nos pertenece. Seamos responsables!.

Intento que quede claro todo esto. Sé que es muy fuerte lo que estoy diciendo, porque para poder dejar atrás todo eso, para cambiar realmente, antes, es necesario tener estas reincidencias, hay que bancarse ese estadío, y mucho más: hay que bancarse trascenderlo. ¿Quién se anima de buenas a primeras a transitar un camino tan tormentoso sin un buen motivo?. Perdón si soy insistente con ésto: nadie se salva del dolor. Nada se supera sin el sudor de la frente. El camino que debemos transitar es el dolor: el maldito, el odioso, el terrible, el inmenso. El que todos queremos evitar. No se vayan por otro camino, que el dolor del que les hablo no es el que nos vuelve a lo mismo, no es el que nos deja como estábamos antes de sentirlo. Les aseguro que no es necesario prestar especial atención para no confundirlo, en el momento en que sientan verdadero dolor, lo reconocerán de inmediato.
Me refiero a aquel dolor que se vuelve gratificante (y no lo confundan con el masoquismo por favor!). Es el dolor que de pronto nos sorprende, porque luego de sentirlo nos sentimos más livianos, como si nos hubiésemos liberado de una gran carga que llevábamos siempre con nosotros. Nos sentimos diferentes, pero desconcertados y sin entender mucho. Me refiero al verdadero dolor. ¿Lo han sentido alguna vez?.

¿Han notado la soltura y sencillez a la que los lleva un sentimiento tan hondo, tan profundo?. Si dejamos de sentir un sufrimiento externo, encadenante, un sufrimiento que no nos lleva a ninguna parte y pasamos a “sentir lo que sentimos”, al dolor que realmente nos libera, entonces es que estamos avanzando, estamos cambiando. Algo dentro de nosotros está cambiando. No importa qué. No importa cómo. No importa por qué. Importa que lo estamos sintiendo, nos animamos a sentirlo!. Importa que estamos yendo por el camino liberador. Estamos dejando atrás lo absurdo, lo redundante, lo recurrente y lo incomprensible. Estamos abriéndonos al dolor. Y éste a su vez, nos abre paso a que podamos lograr el cambio que necesitamos. Olvidémonos de tratar de entender con nuestra cabeza insaciable de conocimiento, y vayamos a lo importante: al cambio.
Probablemente me tildarán de insistente y cansador, pero no puedo dejar de decir lo importante que es agotarnos. Antes de poder dar este paso, tenemos que cansarnos, tenemos que cargarnos hasta el cuello y más arriba del “siempre igual”. Necesitamos llenarnos de coraje de alguna forma, y necesitamos desear más el cambio que el miedo.

Claro que podemos adaptarnos bastante bien en cualquier momento de nuestra vida (proceso). En cualquier punto de la evolución personal, del crecimiento interno o simplemente del proceso madurativo, podríamos detenernos si así lo quisiéramos. Sólo depende de nosotros, de lo que queramos y de lo que estemos dispuestos a dar y a recibir. Es tan fácil vivir una vida neurótica, obsesiva, trastornada, angustiante, depresiva, triste, chata o renegada. Todos podríamos hacer esto. De hecho es lo que hacemos la gran mayoría. Y cuando digo la gran mayoría me refiero a LA GRAN MAYORÍA… ¿fui claro?. Pero sepan que también tenemos otra opción. Podemos ir dando pasos. Podemos ir soltando un poco, aflojando, dejando que este dolor libere nuestra neurosis, nuestras obsesiones, nuestros trastornos, nuestras angustias profundas, nuestras depresiones sin fin, nuestras tristezas sin sentido, nuestras chatezas y negaciones incomprensibles. Bueno… tengo que ser muy sincero en este punto: esto ya no lo podrían hacer todos. ¿Por qué?. Porque no todos están dispuestos a sentir tanto dolor ni tan profundo. Espero cansarlos de hablarles del dolor, porque sólo así van a dejar de leer esto y van a salir a la vida a sentirlo, a vivirlo y a trascenderlo. Tienen que saber que no todos tuvieron la fortuna de haber recibido las herramientas para poder buscar más, no todos han podido adquirir la fortaleza, el sostén y la valentía que se necesita para querer más, para animarse a más (y no es una publicidad de Pepsi). Si están acá leyendo esto, es porque algo los atrapó, algo llamó su atención. Además, no todos quieren hacer el proceso, y ¿saben qué? están en todo su derecho!!!. Porque además, no todos saben lo que les espera luego de trascender esta barrera. Y esto no es una promesa religiosa.

Para cerrar con el artículo y no extenderlo más, permítanme contarles ahora cómo fue para mí este proceso, en el que todavía estoy, pero del cual les puedo contar lo que viví (que no es poco en absoluto). Prometo volver a esto en un próximo artículo.

Para mí, fue muy difícil dar el paso. Sin embargo, lo fui dando sin darme cuenta, y esto es extraño, porque fue muy doloroso. Ahora que hago memoria y pienso en el inicio del proceso me doy cuenta que fue hace mucho tiempo. Comencé buscando donde no había solución, pero la vida me fue guiando, algo dentro mío no se cansó de buscar nunca.
Es cierto que encontré algunas personas que me dieron mucho, pero igualmente quiero contarles que en todo este tiempo pasé por muchas etapas diferentes, y necesariamente tuve que vivir muchos opuestos. Entre esas etapas recuerdo fuertemente que me angustié muchísimo, más allá de donde creí que estaba mi límite. Llegué al centro de la desesperación, al punto de casi desvanecerme. Permanecí dormido durante meses, y también, llegué a obsesionarme con varias cuestiones. La verdad es que cometí muchísimos errores y también lastimé a varias personas. Me anestesié con lecturas de todo tipo. Busqué desesperadamente una salida a mi falta de sentido que cada día ganaba más campo en mi vida. El vacío que sentía era total. Y aunque sea paradójico, busqué una salida en forma apasionada a mi falta de sentido. Mi desgano era aterrador, sin embargo nunca dejé de buscar. Sentía apatía y abulia. Desinterés completo. Pero no cesaba mi búsqueda. Recuerdo que peleaba con todas las personas que conocía, con todas las personas con las que interactuaba. Estuve en contra del mundo y de la sociedad. Pasé por el catolicismo más fuerte al ateísmo más aterrador. Hice deportes y dejé de hacerlos por completo. Comencé 3 carreras universitarias de orientaciones completamente distintas, y las abandoné también a todas. Me lancé de lleno a cursos de coaching y PNL. Me “cambié de bando” dejando atrás el occidentalismo y me metí en la onda oriental: medité, hice yoga, vestí como ellos, intenté relajarme, hice un curso de masajes japoneses y también encendí sahumerios. Viajé, busqué nuevos rumbos y nuevas experiencias. Me afeité la barba y la cabeza. Me dejé la barba y el pelo largo. Viví sólo, en una residencia con gente desconocida. Viví con mi papá, en la casa de mi novia, con mi tía, conviví con mi pareja y volví a vivir sólo. Podría decir que probé y viví muchísimas cosas. Si hay algo que nunca dejé de hacer fue buscar incansablemente algo que me ayudara, metiéndome de lleno en cada cosa nueva que descubría, me empapaba de la novedad. Nada me detuvo. En el camino me encontré con muchos tesoros ficticios: algunos me sirvieron para pasar el momento, otros me movieron mucho internamente, pero ninguno me daba la tranquilidad que buscaba, el sentido que había perdido (que nunca había tenído). Ninguno me daba la seguridad que ofrece el confiar plenamente.

Hacia el final de todo este proceso (final provisorio y temporal) llegué al nodo central: mis orígenes. A veces me sorprende saber que tuve que hacer tantas cosas para volver al lugar donde comencé mi vida: mi familia.

Los dejo por el momento con este final aparentemente abierto, pero nos volveremos a encontrar en mi próximo artículo. Hasta pronto!

28/9/10

Las formas de relacionarse aprendidas


De lo que hoy quiero hablar (lo que voy a postear) tiene que ver con las formas de relacionarse aprendidas, adquiridas, las que son naturales.

Voy a redactarlo, siempre que pueda, en primera persona, siendo el protagonista de este relato, porque voy a hablar de lo que yo viví (y todavía lo estoy viviendo). Claro que la forma particular que yo viví no es la misma que otros hayan vivido, pero puede que muchos se sientan identificados en algunos aspectos. Me parece importante escribirlo en primera persona para evitar generalizar y, además, para ponerme como protagonista (responsable) de esto, y no como un mero observador, o descriptor.

Ahora sí, quiero hablar de esas formas que respiré sin saberlo. Eso que entra dentro de “lo normal”, lo habitual, lo de todos los días. Eso que uno no puede advertir, porque es parte de uno mismo. Sólo después de un largo trabajo personal estoy comenzando a saber qué fue lo que respiré, qué fue lo que viví, qué sentido tuvo para mí y cuáles fueron las consecuencias en mí. Piensen en el aire: ¿alguien lo ve?, ¿alguien lo puede ver?. ¿Cuándo nos enteramos que existía y que, además, ocupaba espacio!!!?. Sin embargo, todos los días pasa desapercibido hacia nuestros pulmones y luego, parte de él, usando como transporte nuestra sangre, recorre todo nuestro cuerpo. Para que puedan visualizar mejor esto que intento explicar piensen en el conocimiento que se tiene de la rana. Dicen que si uno mete una rana en una olla con agua caliente, la rana automáticamente salta fuera de la olla. En cambio, si se mete a la rana dentro de una olla con agua a temperatura ambiente y luego se la pone a calentar lentamente, la rana no se da cuenta, y termina por morir hervida dentro de la olla. ¿Queda claro?. Está demás decirlo, pero, como dicen Les Luthiers, y para agregar un poco de humor, nunca está demás repetirlo, nunca está de más repetirlo, nunca está demás repetirlo… bien sabrán que no siempre las formas que mamamos, respiramos y transpiramos nos hacen terminar hervidos como la rana. Algunas veces, estas formas, son bastante sanas. Caso contrario, llegamos a quemarnos un poquito pero alcanzamos a saltar a tiempo.

Muchas de estas formas que quiero hablar son dolorosas, lastimosas. Son formas que llevan inevitablemente a lo que yo llamo el sufrimiento absurdo, al sufrimiento que se vive al intentar no sentir dolor, al intentar evitarlo. No son formas que llevan al verdadero dolor, no son formas que lo enfrentan a uno con lo real, con lo que genera el dolor real. Son formas para evadir, para evitar, para esconderse. Para intentar manipular: a los demás, a la realidad y a uno mismo. Volviendo a mi, esas formas que aprendí, me llevaron a querer manipular a la vida misma, a querer cambiar lo que no se puede cambiar, a querer evitar lo que no se puede evitar. Y eso lo logré mintiéndome a mí mismo y a los demás. Eso lo hice inventándome historias. Eso lo hice buscando dar una vuelta a algo que no tenía vuelta, y en ese intento de dar la vuelta, terminé haciendo un doble esfuerzo, que además me ocultaba la realidad. Ustedes se preguntarán ¿quién va a ser tan tonto de mentirse a uno mismo?. Les puedo decir que el miedo que se percibe es tan grande y desesperante, que hasta el más valiente recurre a estos mecanismos. Claro que no comemos vidrio porque sí: yo no tenía plena y absoluta conciencia de lo que hacía, no era un “pensamiento pensado conscientemente”, era más bien, como dije antes, una forma adquirida, heredada, aprendida, imitada. Y por eso la importancia de lo que intento transmitir... vayan de a poco, que esto recién empieza!.

La cuestión fue que creí fuertemente en eso, intentando huir del sufrimiento. Luego lo hice realidad: materialicé un impulso aprendido. Y después tuve que inventar, además, otra cosa que me dijera que estaba haciendo lo mejor.

¿Qué rebuscado parece todo esto, no?. No parece: lo es!. Pero ahora intento pensarlo de otra forma y trato de visualizar este mecanismo de una forma más clara. Diría que hay tres instancias: la realidad, nuestro invento y lo que sentimos. Nuestro invento tiene que triunfar necesariamente (recuerden que es para evitar el dolor), entonces lo que pasa allá afuera, en la realidad, lo deformamos para que encaje a nuestro invento. Nuestro invento falla, porque hay cosas que son inevitables, pero igual queremos evitarlas. Cuando nuestro invento falla, debemos hacer el segundo esfuerzo de acomodar el fallo a una nueva situación inventada. Es decir, lo que sentimos, el impacto que tuvo en nosotros la respuesta del afuera a nuestro invento, debemos también enmascararla. Si este circuito se hace permanente, terminamos por vivir distanciados de la realidad, intentando evitar lo inevitable, y además creyendo que lo que sentimos y vivimos es lo que realmente está pasando. Se perpetúa, de esta forma, una forma poco sana de vivir.

¿Qué ocurre después? Si queremos desarticular todo este mecanismo (si tenemos los huevos para hacerlo) tenemos un doble dolor: el sentimiento verosímil que produce la realidad (el dolor real, aquel que quisimos evitar inicialmente con nuestro invento), y también el sentimiento de dolor que produce darnos cuenta que nuestro invento falló (nosotros fallamos) y que lo que vivimos no fue lo que realmente sucedió (nos mentimos, nos traicionamos a nosotros mismos). Y todo eso con la excusa de querer evitar la realidad, es decir el dolor real. En pocas palabras, queriendo evitar sufrir, terminamos sufriendo más.

Como este proceso de desarticulación es doblemente doloroso, muchos prefieren seguir, semi-conscientes, viviendo en el mundo inventado. Muchos prefieren vivir el sufrimiento que genera la situación ilusoria antes que el verdadero dolor. No se imaginan cuánto los entiendo!! Pero no los estimulo a seguir por ese camino. Si así lo deciden sólo postergan ese sentimiento y terminan por dejarlo bajo tierra. Se ponen capas y capas de aislantes, que nunca son completamente aislantes y siempre algo de dolor se filtra hacia la superficie, y nosotros lo transformamos, desvirtuamos, modificamos y tergiversamos, para terminar viviendo un sufrimiento sin explicación. Aquí comienzan (o se perpetúan) los sentimientos a los que no logramos darle sentido: aflicción, depresión, desgano, tristeza, etc., por sólo nombrar algo leve. Muchos logran “llevar” su vida por medio de actividades y relaciones que distraen el foco, es decir, ponen más y más capas de enmascaramiento. Prefieren vivir anestesiados en este hermoso parque de diversiones fabricado a medida.

Este proceso de desentramado y luego reconstrucción, desarmado y armado de la realidad, puede llevar mucho tiempo, que no sólo puede ser, sino que podrán incluso, hacia el final del camino, averiguar lo inevitablemente doloroso que es. Igualmente quiero marcar aquí que para mí, dolor y sufrimiento son cosas distintas. Habrán podido notar que uso esas dos palabras para significar cosas distintas. Retomando: a pesar del profundo dolor vivido, puedo asegurar desde mis entrañas, que tiene una ganancia invaluable. Sólo aquél que decida empaparse de compromiso y emprender este camino hasta el final, podrá entender esta ganancia, sólo al adquirirla podrá conocerla y valuarla en invaluable.

Está claro que es muy difícil, mientras se transita este camino, determinar si se está haciendo El camino, o si se está poniendo otra capa de recubrimiento, otro proceso de “chapa y pintura” para que todo parezca que cambiamos, que realmente lo hicimos, aunque no hayamos hecho nada más que perpetuar el proceso del sufrimiento inútil y sin sentido. Es decir, que es muy fácil perderse en el camino, manteniendo la siguiente constante: “cambiar para que nada cambie”. Pero no importa esto, en verdad no tiene importancia, porque el único que “gana” o “pierde” aquí es el que se dice la verdad o el que se miente.

También puedo asegurar que es muy difícil hacerlo solo a este camino, y hay varias razones por las cuales me animo a decir, si me lo permiten, que es imposible. Si uno vivió toda la vida de una forma, y ha ido intentando una y otra vez, dar solución a algo que no entiende, pero que sin embargo lo frena en su vida, lo detiene sin razón, raramente quiera seguir intentándolo, y mucho menos por el lado más doloroso. Hará lo posible, y con más fuerza todavía, para mantener esta tendencia de evitar el sufrimiento (y con gran razón lo hará). Yo intenté cambiar muchas veces, creyéndome que estaba cambiando, y hasta el cansancio y el sinsentido, sin embargo, nada cambiaba. Les puedo contar que la frustración es inmensa. Lo único que acumulaba era más sufrimiento vivido, sin siquiera haber tocado ni un ápice de lo que debía tocar. A medida que seguía por ese camino “del cambio” sólo acumulaba marcas, algo que en primera instancia no sirvió para nada, porque seguí repitiendo los mismos actos, seguí relacionándome con los mismos tipos de personas, seguí manteniendo los mismos patrones que me llevaban al sufrimiento absurdo. Aquí tenía razón de seguir por el camino de la evitación, pero tuve que aprender que la razón del pensador, por muy aguda que sea, no tiene solución para este problema.

Por eso afirmo que se necesita un sostén del cual uno pueda agarrarse en medio del camino, en medio de la escalada. Se necesita un punto de referencia en medio de la tormenta que no deja ver nada, se necesita un punto de apoyo para que no todo quede en forma relativa a todo. Recuerden a Arquímedes en su bañera: “dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”. Alguien, desde afuera de nuestros inventos y nuestras ilusiones, tiene que ser capaz de discernir y de discriminar lo que pertenece y lo que no, lo que es y lo que no es. Se necesita tener extrema confianza en alguien que permanezca estable y respetuoso con nosotros, que no cambie, que no deje de ser de acuerdo a lo que ocurra en nuestra interpretación de los hechos. Se necesita un modelo distinto a todo lo conocido. ¿Cómo vamos a reconstruir una nueva forma de vivir y de relacionarnos si nunca pudimos ver, vivir y sentir de otra forma que la que heredamos, respiramos y conocimos?. ¿A partir de qué?. ¿Cómo hacemos para salirnos afuera de nosotros mismos y mirar “con otros ojos” lo que (nos) sucede?. ¿Quién es capaz de verse a uno mismo sin un espejo, sin algo que nos refleje lo que somos?. Es imposible ser espectador y actor de un mismo escenario. No se puede ser director y ejecutor de una obra. No es posible tener dos perspectivas de una misma cosa. Se es uno o se es otro. No se puede ser las dos cosas al mismo tiempo. Recuerden las típicas imágenes que tienen dos figuras diferentes superpuestas. La clásica donde aparece una niña y una vieja con una nariz gigante, ¿la recuerdan?. Bueno, hagan un ejercicio: intenten ver las dos figuras al mismo tiempo. Podrán notar, después de varios intentos, la imposibilidad de ver ambas al mismo tiempo: o se ve a la niña, o se ve a la vieja, pueden cambiar de “foco” tan rápido como quieran, pero no podrán ver ambas al mismo tiempo. Bueno, a eso me refiero!.

Vuelvo sobre una palabra bastante fuerte que mencioné antes: imposible. Todo me lleva a pensar en la imposibilidad. Sigan esta línea de pensamiento: ¿cómo hacemos para romper o atravesar el límite que no percibimos?. No se puede pensar en algo que uno no puede pensar. Uno no puede querer ser algo que es incapaz de imaginar. Por otro lado, uno no tiene todas las herramientas para lograr ser ese que quiere ser. No conoce la forma, el procedimiento, el camino, el proceso, el recorrido para llegar a ese que desea ser. Es decir, uno no puede hacer lo que uno quiera de uno, porque para eso necesita conocer algo diferente a lo que uno conoce, algo diferente a lo que uno es. Es una hermosa paradoja: uno necesita ser distinto al que es, para lograr ser diferente al que es. Sepan que esto no se logra simplemente observando a otro, observando algo diferente. Porque en ese otro tengo que ser capaz de ver algo que no conozco, tengo que ver algo que no sé como mirar, tengo que interpretar algo que no tengo los conocimientos para poder interpretar. Y como muy bien sabrán: en la vida, no todo se aprende leyendo un manual. No existe un manual que nos diga como vivir, cómo ser hijos, cómo ser padres, cómo ser esposos, cómo ser amigo, novio, hermano, jefe o camarero. Y no existe, no sólo porque hay infinitas formas de serlo (algunas más sanas que otras, claro está), sino porque en un manual no se podrían escribir las enseñanzas necesarias. Ese proceso o recorrido del que hoy les hablo, justamente, se recorre, se procesa, se transcurre, se vive. Es algo viviente, es algo cambiante, es algo dinámico. Y es extremadamente complejo, es decir, tiene muchas variables y modificadores que cambian radicalmente de un caso a otro.

Hay una frase bastante conocida que me viene muy bien para el desenlace que quiero dar. Si no me equivoco es de Sartre y acomodándola un poco a mi gusto queda así: “uno es lo que logra hacer con lo que hicieron de lo que uno es”. Queda claro que uno no puede hacer todo lo que se propone, mucho menos en estos aspectos, donde está limitado a cambiar justamente dentro de los límites que aprendió, del contacto que tuvo. Por más ganas que uno tenga, por más empeño que uno le ponga, por más esfuerzo que uno haga, el cambio no sucede de esta forma. Con ésto, no digo que nadie pueda cambiar. Digo que para que ese alguien pueda cambiar, tiene que tener las herramientas necesarias para poder hacerlo. Y la mayoría de las veces, no tenemos la variedad completa de herramientas para lograr el cambio que queremos. Además, debemos tener en cuenta que no siempre lo que buscamos hacer es lo que necesitamos para lograr aquello que tanto queremos. ¿Se entiende?. Vuelvo hacia atrás: no se puede lograr lo que uno quiere ser con sólo conocer eso que quiere. Y un nivel más arriba: no se puede ser lo que uno desconoce.

Hasta aquí llego mi escrito por hoy. A partir de esa frase disparadora, logré hacia el final, darle más forma a lo que necesitaba decir. Espero les haya gustado, y sobre todo, les haya aportado algo que los incite a buscar más.
Hasta la próxima!

21/4/10

La aventura del conocimiento y el aprendizaje


Diego, gracias por el aporte!.
A continuación un texto facilitado por Diego, con algunos resaltes en negrita y cursiva personales, cuya autoría le corresponde, nada más ni nada menos, que a Alejandro Dolina:


La velocidad nos ayuda a apurar los tragos amargos. Pero esto no significa que siempre debamos ser veloces. En los buenos momentos de la vida, más bien conviene demorarse. Tal parece que para vivir sabiamente hay que tener más de una velocidad. Premura en lo que molesta, lentitud en lo que es placentero. Entre las cosas que parecen acelerarse figura -inexplicablemente- la adquisición de conocimientos.

En los últimos años han aparecido en nuestro medio numerosos institutos y establecimientos que enseñan cosas con toda rapidez: "....haga el bachillerato en 6 meses, vuélvase perito mercantil en 3 semanas, avívese de golpe en 5 días, alcance el doctorado en 10 minutos....."
Quizá se supriman algunos... detalles. ¿Qué detalles? Desconfío. Yo he pasado 7 años de mi vida en la escuela primaria, 5 en el colegio secundario y 4 en la universidad. Y a pesar de que he malgastado algunas horas tirando tinteros al aire, fumando en el baño o haciendo rimas chuscas.
Y no creo que ningún genio recorra en un ratito el camino que a mí me llevó decenios.

¿Por qué florecen estos apurones educativos? Quizá por el ansia de recompensa inmediata que tiene la gente. A nadie le gusta esperar. Todos quieren cosechar, aún sin haber sembrado. Es una lamentable característica que viene acompañando a los hombres desde hace milenios.
A causa de este sentimiento algunos se hacen chorros. Otros abandonan la ingeniería para levantar quiniela. Otros se resisten a leer las historietas que continúan en el próximo número. Por esta misma ansiedad es que tienen éxito las novelas cortas, los teleteatros unitarios, los copetines al paso, las "señoritas livianas", los concursos de cantores, los libros condensados, las máquinas de tejer, las licuadoras y en general, todo aquello que ahorre la espera y nos permita recibir mucho entregando poco.
Todos nosotros habremos conocido un número prodigioso de sujetos que quisieran ser ingenieros, pero no soportan las funciones trigonométricas. O que se mueren por tocar la guitarra, pero no están dispuestos a perder un segundo en el solfeo. O que le hubiera encantado leer a Dostoievsky, pero les parecen muy extensos sus libros.
Lo que en realidad quieren estos sujetos es disfrutar de los beneficios de cada una de esas actividades, sin pagar nada a cambio.

Quieren el prestigio y la guita que ganan los ingenieros, sin pasar por las fatigas del estudio. Quieren sorprender a sus amigos tocando "Desde el Alma" sin conocer la escala de si menor. Quieren darse aires de conocedores de literatura rusa sin haber abierto jamás un libro.
Tales actitudes no deben ser alentadas, me parece. Y sin embargo eso es precisamente lo que hacen los anuncios de los cursos acelerados de cualquier cosa.
Emprenda una carrera corta. Triunfe rápidamente.
Gane mucho "vento" sin esfuerzo ninguno.
No me gusta. No me gusta que se fomente el deseo de obtener mucho entregando poco. Y menos me gusta que se deje caer la idea de que el conocimiento es algo tedioso y poco deseable.
¡No señores!: ¡aprender es hermoso y lleva la vida entera!

El que verdaderamente tiene vocación de guitarrista jamás preguntará en cuanto tiempo alcanzará a acompañar la zamba de Vargas. "Nunca termina uno de aprender" reza un viejo y amable lugar común. Y es cierto, caballeros, es cierto.

Los cursos que no se dictan: Aquí conviene puntualizar algunas excepciones. No todas las disciplinas son de aprendizaje grato, y en alguna de ellas valdría la pena una aceleración. Hay cosas que deberían aprenderse en un instante. El olvido, sin ir más lejos. He conocido señores que han penado durante largos años tratando de olvidar a damas de poca monta (es un decir). Y he visto a muchos doctos varones darse a la bebida por culpa de señoritas que no valían ni el precio del primer Campari. Para esta gente sería bueno dictar cursos de olvido. "Olvide hoy, pague mañana". Así terminaríamos con tanta canalla inolvidable que anda dando vueltas por el alma de la buena gente.
Otro curso muy indicado sería el de humildad. Habitualmente se necesitan largas décadas de desengaños, frustraciones y fracasos para que un señor soberbio entienda que no es tan pícaro como él supone. Todos -el soberbio y sus víctimas- podrían ahorrarse centenares de episodios insoportables con un buen sistema de humillación instantánea.
Hay -además- cursos acelerados que tienen una efectividad probada a lo largo de los siglos. Tal es el caso de los "sistemas para enseñar lo que es bueno", "a respetar, quién es uno", etc.
Todos estos cursos comienzan con la frase "Yo te voy a enseñar" y terminan con un castañazo. Son rápidos, efectivos y terminantes.

Elogio de la ignorancia: Las carreras cortas y los cursillos que hemos venido denostando a lo largo de este opúsculo tienen su utilidad, no lo niego. Todos sabemos que hay muchos que han perdido el tren de la ilustración y no por negligencia. Todos tienen derecho a recuperar el tiempo perdido. Y la ignorancia es demasiado castigo para quienes tenían que laburar mientras uno estudiaba.
Pero los otros, los buscadores de éxito fácil y rápido, no merecen la preocupación de nadie. Todo tiene su costo y el que no quiere afrontarlo es un garronero de la vida.
De manera que aquel que no se sienta con ánimo de vivir la maravillosa aventura de aprender, es mejor que no aprenda.

Yo propongo a todos los amantes sinceros del conocimiento el establecimiento de cursos prolongadísimos, con anuncios en todos los periódicos y en las estaciones del subterráneo.

"Aprenda a tocar la flauta en 100 años".
"Aprenda a vivir durante toda la vida".
"Aprenda. No le prometemos nada, ni el éxito, ni la felicidad, ni el dinero. Ni siquiera la sabiduría. Tan solo los deliciosos sobresaltos del aprendizaje".


ALEJANDRO DOLINA


14/4/10

Aprendiendo


Siempre se nos pide que no nos equivoquemos, o que lo hagamos lo menos posible. Desde nuestra familia de origen hasta la misma sociedad, que pide personas cada vez más capacitadas, con menor edad, con mayor experiencia y habilidad para llevar adelante un proyecto: es decir un experto que ya no se equivoca.
Se nos exige saber vivir, cuando en verdad, es algo que se aprende toda la vida, desde que se nace hasta que se muere. Se exige saber sin haber aprendido, sin habernos dado el espacio y el tiempo para adquirir comprensión.
Es justamente el desafío, la nueva experiencia, lo desconocido, lo no vivido, lo no sabido y lo no aprendido lo que le da esa magia y ese suspenso a la vida, le da emoción y dinamismo, le da chispa. Cuando nos encontramos sin respuesta, sentimos que estamos vivos, tal vez algo desesperados o angustiados, pero vivos, seguro!. Es eso mismo lo que nos motiva, incita y hasta obliga a crecer, a madurar, a cambiar, a abrirnos al nuevo aprendizaje, a la vida!. Cada vez que ocurre, nos enfrentamos con una realidad inevitable: no sabemos todo y sobre lo que hoy sabemos, mañana cambiará, por lo tanto tendremos que cambiar nosotros también y aprender constantemente.
Sin desafíos, sin desconocimiento e incertezas estaríamos quietos, seguros, estables, apagados. Eso nos llevaría sin escalas a un profundo desgano, y sin duda, pereceríamos sin gracia.
Tenemos que vivir esas experiencias faltas de seguridad y certeza para aprehender al conocimiento.
Lo que siempre se exige, obligaría una inversión del proceso natural: primero saber para luego enfrentar la situación donde usaríamos ese conocimiento, esa experticia. Algunos más despabilados, otros menos, todos estamos al día con esta verdad: constantemente, en toda vida, surge una necesidad a partir de una carencia. Es decir, las situaciones emergentes que ocurren en la vida presentan ante nuestros ojos la realidad en la que carecemos de las herramientas, los conocimientos y las aptitudes para sobrellevar esa nueva situación. Esa ausencia, carencia o falta de, es la que nos genera la necesidad.
Entonces se pone en marcha el proceso de adaptación: el organismo vivo comienza a desarrollarse, tomando información del medio con el cual interactúa y adquiere un conocimiento nuevo, que utilizará en esa situación y en futuras situaciones desafiantes, amenazantes y punzantes.
De este modo se restablece nuevamente la situación de seguridad temporal, que será, en el devenir, aplazada por otra de desconcierto.
Hoy presenciamos una sociedad en la que se intenta controlar todo a favor del hombre, también los procesos naturales: fertilizantes, vitaminas y aditivos a las plantas; conservantes a los alimentos; cirugías plásticas para aparentar menor edad; anabólicos para acelerar el desarrollo muscular; etc. Yo creo que es necesario respetar los tiempos vitales; cada proceso, entre ellas la vida misma, tiene tiempos intrínsecos, inherentes a cada etapa, que juntas cierran el ciclo. Por más hambre que uno tenga, los fideos no se cocinan más rápido. Entonces inventamos el microondas y el delivery. Lo que ocurre es que si se intenta dar mayor celeridad a una etapa, es muy posible que no se supere completamente, se precipite y quede trunca, ejerciendo, en adelante, fuertes movimientos condicionantes y limitantes desde nuestro interior.
Al mismo tiempo, esto contrasta con el aparente aletargamiento actual de los procesos normales o esperables, como lo es hoy la eterna adolescencia. ¿Será que la presión ejercida para adelantarse es la misma presión que el proceso ejerce en forma contraria para detener esa aceleración coercitiva?. Me recuerda a la 3ra ley de Newton en física, de acción y reacción: por cada fuerza que actúa sobre un cuerpo, éste realiza una fuerza de igual intensidad y dirección, pero de sentido contrario sobre el cuerpo que la produjo. Me pregunto si las leyes de la física pueden ser aplicadas también a los procesos vitales, o a la vida social.
Hoy, el niño que adquiere aptitudes intelectuales antes de lo esperado, es elogiado en exceso, y así aprende a vivir frenéticamente, intentando superarse en forma constante para mantener los elogios. Pero, más tarde, las mismas personas que lo impulsaban a vivir de esta manera, se extrañan cuando el niño no logra encajar entre sus compañeros de clase, o cuando es desplazado, o cuando no puede resolver situaciones normales en su vida cotidiana, habiendo confundido amor con elogios.
Se irrespeta a la vida (y a quienes la viven), se le quita el valor y la sabiduría que ella trae en sí misma, y esto ocurre al intentar controlarla, al desconectarse de los procesos básicos y sus tiempos. No se la escucha. Se cierran los canales de entrada y sólo se persiguen objetivos utópicos e infantiles.

A los niños (y a los no tan niños también) no los dejan moverse, golpearse, ni equivocarse. Les construyen límites, excesiva cantidad de límites, pero no les dan motivos. Paradójicamente, los obligan a ser perfectos. No tienen que sufrir, no tienen que lastimarse, no tienen que probar, no tienen que intentar. Siempre se les debe proveer seguridad y situaciones en las que sólo pueden acertar, ganar o triunfar. No se los invita a la experiencia, al contacto, a seguir sus instintos, sus intuiciones, su voz interior. Debe confiar ciegamente en lo que los demás le digan, sin importar por qué, y por sobre lo que él considere, piense o crea. No importa su opinión. De este modo terminamos como empezamos: los cavernícolas no sabían qué ocurría, simplemente adoraban al dios del fuego, al dios de la lluvia. La evolución se vuelve retrógrada.

Hubo un experimento muy famoso realizado con nuestros hermanos más cercanos: los simios. Lo que hicieron fue: encerrar en una jaula a un grupo de 5 con una escalera ubicada en el centro del recinto, y arriba de ella, un racimo de bananas colgadas del techo. Los monos, al ser ingresados, comenzaron a explorar el lugar. Rápidamente encontraron ese manjar, y se lanzaron escalera arriba para alcanzarlas. Lo que no se imaginaban era que todo el conjunto (los que subieron y los que no) iban a ser rociados con un potente chorro de agua. Luego de varios intentos con el mismo “castigo”, quedaron condicionados, y ya no intentaron subir. Si alguno de ellos, en un acto de arrojo, intentaba subir, era detenido, ya no por el agua, sino por los otros monos, que conocían las consecuencias. Una vez lograda esta estabilidad, los que controlaban el experimento, hicieron un cambio: un mono de la jaula por otro que no había estado en esa jaula antes, ni vivido esa experiencia. Al poco tiempo de ingresar, hizo el intento de buscar las bananas, a lo que recibió una paliza por los otros 4 integrantes del grupo inicial. Esto sucedió algunas veces hasta que fue condicionado igual que los otros, con la diferencia que este nuevo simio nunca recibió agua, sólo una fuerte oposición por el grupo de sus semejantes. Él no conoció las consecuencias reales. De esta forma y de a uno, se fueron cambiando todos los monos del grupo inicial, y también de a uno fueron condicionados por los otros monos. Así se llegó a cambiar a todos los monos de la jaula, quedando sólo monos nuevos, es decir que nunca habían recibido el “castigo” del agua por intentar coger las bananas. La estabilidad lograda, en monos que no “sabían” el motivo original por el cual no debían subir a la escalera, nos muestra cómo fue establecido un comportamiento limitante sin una razón externa válida. Fue el comportamiento interno del grupo lo que les estableció el límite, lo que les hizo renunciar a su impulso.
Nosotros, creo yo, no estamos muy lejos de limitarnos sin razones, al igual que estos monos. Lo podemos ver y comprobar. Podemos verlo y comprobarlo al no dejar que el nuevo integrante, el infante, tenga su propia experiencia, se equivoque él mismo, se lastime y hasta sufra como consecuencia de sus propios actos. La cultura yanqui, donde todo está colmado de protección y sobreprotección para que a nadie le pase nada, es bastante representativa, y probablemente la influencia más grande recibida en otros países. Existe una protección extrema, tal vez ridícula, que es claramente disfuncional e ineficaz. No funciona. Cuando tienen que enfrentar una vida real, fuera de ese sistema, se mueren debido a su ingenuidad, igual que la de un niño. Y ocurre porque crearon un mundo ficticio en el que nada malo puede pasar, nada malo debe suceder. Un caso anecdótico es, quizá, Disneylandia. En este mundo de Disney, todo debe ser perfecto, al punto de que ningún niño puede llorar. Y para evitar ésto tienen un ejército de personas atentas a los niños, y en cuanto ocurre algo, aparece en forma instantánea una personita con un hermoso helado, que detiene el llanto del niño. O tal vez el caso de los turistas que visitaron un zoológico en el que los animales estaban sueltos, y la gente paseaba en sus autos; esa era su seguridad. Pero uno de estos turistas, ingenuo, al ver una manada de leones muy relajados, se bajó de su auto para fotografiarlos desde un lugar más cercano. Aunque cualquiera de nosotros podemos predecirlo, él no, y en pocos segundos se convirtió en comida de leones. Muchas veces, los límites son impuestos sin razones, el niño no entiende, llega a ser adulto sin saber realmente, sin haber aprendido, experienciado. Porque el límite no fue desde su experiencia, desde su vida, desde vivir personalmente las consecuencias directas de su accionar. Fue una censura coercitiva, vivida como irritante y frustrante, completamente incomprensible.
¿Se le puede exigir a un mono que acaba de ingresar a la jaula que sepa que no tiene que subir la escalera? ¿Se le puede exigir al que ingresa al mundo que no se equivoque? ¿Es conveniente protegerlo poniendo límites, restringiendo su experiencia, recortando su realidad? Yo creo que no. Ustedes que piensan? ... ustedes qué hacen con sus hijos, hermanos, primos, amigos?


Creo que tenemos que aprender a vivir y a dejar vivir a los demás, a pesar de lo que sintamos con la experiencia del otro. Y para todo esto, creo que la Vida es una fuente de sabiduría más que confiable.

1/4/10

No van a volver los mismos...


Hoy quiero publicar un extracto del epílogo de un libro que fue verdaderamente importante para mi, es un relato autobiográfico del mismo autor del libro. Luego hago una reflexión personal con algunas inquietudes. Ahora sí los dejo con la cita:

«"No van a volver los mismos", nos advirtió Fede, el cocinero de la expedición. Apenas pasadas las seis de la mañana, con 20 grados bajo cero y un amanecer inminente, Marcela, Nico, Vicente, Richi y yo nos disponíamos a salir del campamento Berlín hacia la cima del Aconcagua. "Pase lo que pase", insistió Fede, "nadie vuelve igual de la cumbre. Tanto los que llegan como los que no, cambian para siempre. Ya van a ver." Me estremecí, y no de frío. Me embargaba una sensación a la vez exultante y ominosa. Estaba entrando en un camino sin retorno, una experiencia de la cual no volvería la persona que la había emprendido. Las palabras de Fede me recordaron la historia del "Viaje a Ixtlán". Mientras empezaba con mis cuatro compañeros el devastador camino hacia la cumbre del "Centinela de Piedra" (significado de "Aconcagua" en quechua), reflexionaba sobre las palabras de don Juan, el maestro chamán de Carlos Castaneda.
"Si sobrevives [al encuentro con el conocimiento] te encontrarás en una tierra desconocida. Entonces, como es natural, lo primero que querrás hacer es volver [a tu hogar]. Pero no hay modo de volver. Lo que dejaste allí está perdido para siempre... Todo cuanto amas, odias o deseas habrá quedado atrás. Pero los sentimientos del hombre no mueren ni cambian, y el chamán inicia su camino a casa sabiendo que nunca llegará, sabiendo que ningún poder sobre la tierra lo conducirá al sitio, las cosas, la gente que amaba (...) [Encontrarte con el conocimiento] cambiará tu idea del mundo [tu modelo mental]. Esa idea es todo y, cuando cambia, el mundo entero cambia [irreversiblemente]".
Para ilustrar esta idea, don Juan invita a su compadre don Genaro a constar la historia de su viaje a Ixtlán. Mientras caminaba hacia su casa, Genaro se encontró con su "aliado" (fuente de conocimiento) y se trabó en combate con él. "Después que lo atrapé", relata Genaro, "empezamos a girar. El aliado me hizo dar vueltas, pero yo no lo solté. Giramos por el aire tan rápido y tan fuerte que yo ya no veía nada. Todo era como una nube. Dimos vueltas, y vueltas, y más vueltas. De repente sentí que estaba de pie otra vez en el suelo. Me miré. El aliado no me había matado. Estaba entero. ¡Era yo mismo! Supe entonces que había triunfado. Por fin tenía un aliado. Me puse a saltar de alegría...
"Luego miré alrededor para averiguar dónde estaba. No conocía ese lugar. Pensé que el aliado debía de haberme llevado por los aires para arrojarme en algún sitio, muy lejos de donde empezamos a dar vueltas. Me orienté. Pensaba que mi casa estaría hacia el este, así que empecé a caminar en esa dirección...”
"'¿Cuál fue el resultado final de aquella experiencia, don Genaro? ¿Cuándo y cómo llegó usted por fin a Ixtlán?'", preguntó Castaneda. Don Juan y don Genaro echaron a reír al mismo tiempo. 'Con que ese es para ti el resultado final', comentó don Juan. 'Digamos entonces que no hubo ningún resultado final en el viaje de Genaro. Nunca habrá ningún resultado final. ¡Genaro va todavía camino a Ixtlán!' 'Nunca llegaré a Ixtlán', dijo Genaro observando la distancia..."
Todo aprendizaje trascendente cambia el modelo mental del observador, por lo tanto, cambia también su realidad, su experiencia de lo real. Por eso es imposible volver a casa, por eso uno nunca llegará a Ixtlán. La "casa" que uno dejó ya no existe. El mundo ya no aparece de la misma forma para quien ha cruzado la barrera del conocimiento: las personas, los lugares, todo es distinto para él. Aun con todo el cariño y la nostalgia, es imposible volver a experimentar el mundo de la vieja manera. Por ello los chamanes dicen que uno debe ir al encuentro del conocimiento con la impecable perfección de un guerrero, con la intención pura de trascender toda ilusión y encontrar la verdad. El precio de esta verdad es el abandono de todo lo conocido. Como dice el Mummokan, antiguo libro de sabiduría oriental: "quien franquea la barrera sin barrera camina solo por el universo".
[...]
Cuando subía al Aconcagua, estas palabras cobraron un sentido profundo. Al caminar por sus laderas, sentía que la montaña iba puliendo las impurezas físicas, emocionales, mentales y espirituales que se habían acumulado en mi interior como una costra. Los kilos perdidos por la anorexia que produce la altura y por el ejercicio agotador, los cambios hormonales y la multiplicación de hematocritos en la sangre disparados por la insoportable levedad del aire, la desesperación de no poder más, el deseo incontenible de llegar a lo más alto, la seguridad del inminente desmayo y la sorpresa de seguir consciente al siguiente paso; todas son experiencias que pulverizan la auto-imagen y que desenmascaran irremediablemente aquello que uno cree que es.
Sabíamos que la última subida era difícil. Habíamos escuchado muchas veces las historias de horror de la "canaleta", esos trescientos metros de pedregullo resbaloso donde reina "María La Paz" (la que da un paso "pa'lante" y tres "pa'trás"). Estábamos preparados para ese combate, el round definitivo donde la montaña intentaría noquearnos. Pero lo que nadie nos dijo es que el encuentro con la montaña era más parecido a una larga maratón que a un corto encuentro de box. "La canaleta" (como desafío físico, emocional, mental y espiritual) había empezado 1.500 metros por debajo de la canaleta física (situada a los 6.600 metros), cuando nuestros estómagos se cerraron definitivamente, cuando nuestras cabezas empezaron a hincharse por la baja presión atmosférica, cuando nuestros pulmones empezaron a procesar fluidos junto con el aire. "La canaleta" había empezado con el temporal de la noche anterior que casi vuela todas las carpas. Ese temporal que impulsó a desistir a seis de los once que quedábamos a esa altura en la partida.
Cuántas veces siento la tentación de resumir el aprendizaje a un hecho único y final. Una situación límite en la que uno triunfa o fracasa definitivamente. Pero la vida no es así: la mayoría de los problemas que enfrentamos son compañeros de largo plazo más que asaltantes fugaces.
Necesitamos relacionarnos con ellos más que reaccionar frente a ellos. El aprendizaje, la resolución de problemas, es un proceso, no un hecho. La paciencia y la conciencia son elementos invalorables para llevar a cabo este proceso. La visión, la capacidad para demorar la gratificación (o soportar el sufrimiento) en lo inmediato, en aras de conseguir el objetivo trascendente, son la clave para vivir en libertad. La fuerza para relacionarse con la cara feroz de la vida, tal como lo hacemos con la cara mansa o apolínea. La montaña enseña eso en forma áspera. Pero al mismo tiempo, ofrece su ayuda a quienes aprenden la lección. Como decía Sir Edmund Hillary, el primero que volvió con vida después de escalar el Everest,


"Hasta que uno se compromete a hacer algo, la duda lo domina, tiene la oportunidad de echarse atrás, que nunca sirve para nada. En lo que respecta a todas las iniciativas y actos de creación hay una verdad única y elemental, cuya ignorancia asesina innumerables ideas y espléndidos planes: que en el momento en que uno se compromete definitivamente consigo mismo, entonces la Providencia se pone también en marcha. Toda suerte de cosas que de otro modo jamás le habrían ocurrido a uno, vienen entonces en su ayuda. Todo un flujo de acontecimientos surge de la decisión, brindándole toda clase de incidentes, encuentros y ayudas materiales, entes imprevisibles que ningún hombre podría haber soñado que vendrían a su encuentro. Siento un gran respeto por los versos de Goethe que dicen: 'Sea lo que fuere que puedes hacer, o soñar que puedes hacer, comiénzalo. El arrojo tiene en él genio, poder y magia'".


Tuvimos un día de cumbre espectacular: cálido, soleado y sin viento. Pero para disfrutar de él debimos superar un temporal con ráfagas de 80 kilómetros por hora y nieve a raudales. Fue como si la montaña nos dijera: "Para llegar a mi cumbre necesitan conocerme completamente; quienes no quieran abrazar mi lado oscuro no podrán abrazar tampoco mi lado luminoso". Esa noche de terror, mientras el techo de la carpa golpeaba mi cara semi congelada, me la pasé repitiendo las palabras de Helen Keller (famosa escritora norteamericana que desarrolló sus habilidades a pesar de haber nacido ciega, sorda y muda) como un mantra consolador: "La seguridad es, más que nada, una superstición. Ni existe en la naturaleza, ni la experimentan los hijos de los humanos. Evitar el peligro no es más seguro en el largo plazo que la exposición absoluta. La vida es una aventura osada, o nada en absoluto".
Marcela regresó; los demás continuamos. No creo que estuviéramos mucho menos cansados que ella; creo que lo que tuvimos fue una mayor capacidad para aguantar el dolor sofocante de los músculos exigidos más allá de su límite. Pero los cuatro que seguimos tuvimos la misma vivencia: de algo que estaba más allá de quienes creíamos ser. Cada uno de nuestros egos "abandonó" la escalada final entre las cinco y seis horas de camino. Las tres horas restantes no fueron caminadas por lo que normalmente llamamos "yo mismo". Hubo algo más allá, una fuerza trascendente que se hizo carne y siguió subiendo cuando la intención egoica se había agotado.
Ya en la famosa canaleta, me sentía desfallecer a cada momento. De hecho, la única manera de caminar era dar diez pasitos (muy cortos) y recostarme en una piedra o en mis propios bastones para jadear como un perro durante un minuto. Era desconsolador (y vergonzante para mi ego) no poder avanzar más que unos pocos metros sin quedar totalmente agotado. Pero en ese momento me asaltó un pensamiento, tal vez un regalo de inspiración del propio Apu (el espíritu de la montaña): "Hay sólo un número finito de pasos desde aquí hasta la cumbre, y los voy a caminar de uno en uno". Tal vez mil, tal vez diez mil, pero fuera lo que fuese, cada paso que daba me acercaba un paso más a mi objetivo. En el llano, este pensamiento puede parecer trivial o infantil pero, a 6.700 metros de altura, fue un verdadero "salvavidas".
Ante el colapso de la capa superficial de la personalidad, apareció una intención profunda, capaz de seguir adelante. Esto es precisamente lo que cada uno de nosotros había ido a buscar al Aconcagua: llegar al límite de sus fuerzas personales para encontrar la puerta de sus fuerzas transpersonales. Más allá de las reservas conocidas, encontramos un manantial de energía oculto, una fuerte de poder reservada para situaciones límites. Este descubrimiento fue comparable al de avistar un oasis en el desierto. En el momento en que uno está listo para rendirse, aparece un hada madrina con una carroza y zapatitos de cristal. Hasta ese momento tenía esperanzas en el hada, tenía fe. Pero a partir de ese entonces, tengo conocimiento y certeza. Sé por mi propia experiencia que hay algo más allá de la voluntad individual.
Cuando llegamos a la cumbre (aunque en realidad lo que llegó a la cumbre no puede ser correctamente categorizado como lo que convencionalmente llamamos "nosotros") estallamos en un llanto incontenible. Es difícil explicar esas lágrimas, era como si el cuerpo no pudiera contener tanta emoción y necesitara descargarla por los ojos. Sentirse al mismo tiempo infinito, e infinitesimal: grandioso en una comunión cuasi mística con las montañas circundantes, y pequeño en la observación asombrada y reverente de la magnificencia del universo. En ese momento nos abrazamos, gimiendo, con el corazón uncido de amor. Cuatro almas, cuatro cuentas enhebradas en el collar luminoso del Aconcagua. Parafraseando al Curso de los milagros, pensé: "Nada real puede ser dañado, nada irreal existe, aquí yace la paz del espíritu". Todo lo irreal había sido disuelto por el amor salvaje de la montaña, sólo lo real quedaba. Y en ese estallido de realidad comprendí, con la tristeza más dulce del mundo, que jamás podría volver a Ixtlán. Ixtlán aún estaba allí, pero ya no quedaba un "yo" que pudiera volver a casa.
Mis padres, mis amigos, mis hijos, mi esposa, todos (salvo mis compañeros escaladores) me preguntaban lo mismo antes de salir: "¿Para qué demonios vas a sufrir? ¿Qué cuernos vas a buscar en uno de los ambientes más inhóspitos del planeta?". Hasta hoy, dos días después de hacer cumbre, no tenía respuesta. Sólo había un deseo abrasador en mi corazón que me atraía al desafío. Más allá de llegar a la cima o no, ahora comprendo que lo que quería era enfrentar todos mis límites y descubrir que tanto ellos como esa entidad que reconozco como "yo mismo" son una ilusión, una pared de viento, una barrera sin barrera, detrás de la cual está el universo, manifestación maravillosa y terrible del Espíritu radiante.
Para encontrar eso, vale la pena dislocarse un brazo, ampollarse la piel, dormir envuelto en plumas a 15 grados bajo cero, vomitar cualquier clase de comida, pasar hambre, no dormir, sentir que la cabeza estalla, desmayarse de cansancio. Porque cuando uno encuentra el milagro de la existencia, no hay más miedo, sólo queda la felicidad incontenible y la paz inquebrantable de reconocerse como expresión luminosa de la naturaleza última de la existencia.
[...]
Mucha gente me preguntó cuando volví: "¿Cómo se curan estos síntomas?". Lamentablemente la respuesta resulta insatisfactoria para la gran mayoría: estos síntomas no se curan. La única estrategia es soportarlos, tomarlos como signos de progreso.
[...]
Es imposible transformar la propia existencia sin convertirse en una amenaza para todos aquellos que prefieren vivir en la inconciencia. Cualquiera puede esconderse debajo del piadoso manto del "no se puede". Pero cuando alguien ofrece su vida como ejemplo de que "sí se puede", no es de extrañar que salgan a relucir los puñales.»
1(el resalte en negrita es mío)


¿Quién establece el límite que existe entre poder y no poder?
¿Cuándo es posible algo y cuando es imposible?
¿Cuándo es incapacidad real y cuando es incapacidad mental? ‘Tiene algo que ver la inmadurez? ¿La auto-estima?
¿Cuándo el esfuerzo es suficiente? ¿Cuándo es necesario el esfuerzo organizado, planificado y constante, es decir, la disciplina?
La naturaleza del ser humano es, hasta el momento, indescifrable, y eso es exactamente lo que me fascina. A pesar de mis esfuerzos, y los de muchos otros, nunca llegaremos al utópico momento en que se pueda decir: “el ser humano es así”; al menos así lo creo yo. Y esto está intrincado con la misma esencia del ser humano y su forma de conocer el mundo. En cada momento de la historia de la humanidad, el conocimiento que se tiene es diferente, y no siempre se acumula. Muchas veces encontramos regresiones, saltos, desviaciones y otras alternativas similares. El conocimiento acerca del hombre cambia constantemente, porque el hombre mismo cambia constantemente. La cosmovisión es una variable, y depende del tiempo, del contexto, de la historia. El hombre se posiciona frente al mundo según se sienta frente a él y según cuáles sean sus ideales. El hombre de las cavernas se sentía temeroso frente al mundo, cualquier evento natural era incomprendido, y me imagino que no tenía muchos más ideales que los de cubrir en todo momento sus necesidades fisiológicas (abrigo, comida, procreación). Los primeros hombres sedentarios, que ya tenían cierta tecnología para labrar la tierra, cultivar y cosechar, también se sentían temerosos, ya que el clima podría destruir todo lo que ellos construían. Un viento fuerte volaba toda vivienda construida. El hombre de hoy ha sido capaz de salir a explorar el espacio, se salió de la Tierra, que ya cree dominar. Ésto lo posiciona de otra forma frente al mundo. En cada momento de la historia, el hombre se piensa a sí mismo de otra forma.
Entonces y volviendo, ¿cómo es posible definir algo en constante cambio?. Es necesario para eso, delimitarlo, simplificarlo, restringirlo y recortarlo. Quedando únicamente lo que nos interesa o lo que estamos en condiciones de ver, lo que podemos ver. La percepción que tiene el hombre del hombre mismo, es decir, de sí mismo, es otra de las variables que se deben tener en cuenta en este análisis. El conocimiento es adquirido a partir de la actividad intelectual, pero sólo es accesible a través de la percepción, y la percepción no es una constante, es otra de las características variables; en síntesis, no es algo que se pueda estudiar en forma acabada, obteniendo una conclusión determinista y absolutista. Para estudiar cualquier aspecto “mental” del ser humano, es necesario cambiar la forma de estudio, porque el objeto de estudio y el observador, son la misma cosa. He aquí el quid de la cuestión. No es igual que en geografía, por ejemplo, donde lo que se estudia es la superficie terrestre, territorios, paisajes, lugares, regiones. En este caso el observador es el ser humano, que, a través de sus órganos perceptivos, puede tomar nota de su objeto de estudio: superficie terrestre, paisajes, etc.
El problema que surge al querer responder a las preguntas: ¿cómo sabemos?, ¿qué sabemos?, ¿quién sabe?, etc., nace con la especie humana. Estoy diciendo que, desde que el hombre tiene conciencia de sí mismo, se pregunta esto (aunque no estoy tan seguro que el hombre de las cavernas lo hiciera, como dice Maslow: hay que cubrir una cierta cuota de necesidades más básicas antes de poder aspirar a otras menos básicas). Así tenemos ramas del conocimiento, como la epistemología y la gnoseología, que estudian específicamente el conocimiento, son teorías del conocimiento. Si bien estas nomenclaturas son modernas, la actividad como tal se realiza desde hace mucho tiempo. Me fascina reflexionar sobre estos temas, aún cuando mucho ya lo han hecho mentes más brillantes que la mía. No tengo un estado del arte “actualizado”, lo cual me puede estar llevando irremediablemente a repetir, sin siquiera saberlo, lo que otros ya han pensado y escrito. Pero este escrito no pretende responder formalmente a estos cuestionamientos, sino acercar a otras personas, que tal vez no han tenido oportunidad de toparse con estos genios, una reflexión más, para abrir nuevos caminos e invitarlos a que reflexionemos en conjunto.
Ahora, luego de haber pasado por cuestiones tan profundas, quiero volver a las preguntas iniciales, que son incógnitas con las que hoy cuento y vivo cada día de mi vida. ¿Es el hombre capaz de “todo”?. ¿Cuándo creemos darnos cuenta de que es un “caso perdido” y abandonamos la causa?. Esta última pregunta me hace pensar que, en rigor, este conocimiento lo obtenemos en forma espontánea e intuitiva, cuando nuestra capacidad de soportar el fracaso es superada por los hechos. Pero esto no constituye una respuesta definitiva, ya que cada persona tiene un nivel distinto, cada persona es capaz de “demorar la gratificación”, como nos dice Fredy, de diferentes formas y de acuerdo, también, al momento de su vida que esté viviendo; en síntesis, todo se relativiza de acuerdo a cada persona, cada momento, cada contexto, cada situación. Termina siendo una respuesta personal y singular, con un alto contenido, sino total, de subjetividad.
Pero no puedo dejar todo esto en “nada es absoluto, todo es relativo”, quiero, deseo, necesito obtener ciertas pautas generales antes de abandonar la causa... ¿hasta acá llegué?, ¿éste es mi límite?.
Bueno, tal vez ésta sea la respuesta final. A pesar de eso, no puedo asegurar que el hombre es capaz de todo, creo que hay una cota superior, es decir, determinadas situaciones que sobrepasan los límites humanos, a todos los seres humanos. Qué difícil es establecer un límite claro. Tal vez mi planteo es tan abierto, tan flexible, tan falto de límites, que me exige a acotarlo para hallar una respuesta más concreta y no tan relativa. Parece ser que, inherentemente, desde la esencia misma del planteo, estoy obligando una respuesta relativa.
En cada situación, somos nosotros mismos los que ponemos el límite. Es nuestra mente la que dice hasta dónde llegaremos. En cada situación, nos limitamos acerca de lo que vamos a dar de nosotros mismos.
En lo personal, y en la historia misma de la humanidad, hay incontables casos en los que se pensaba, se creía, se intuía, se sabía, en la generalidad, que algo era imposible... hasta que dejó de serlo. Hasta que dejó de ser imposible. Sólo para citar un ejemplo, puedo mencionar al átomo (del latín atomum, y éste del griego ἄτομον, sin partes). Se le asignó ese nombre justamente por la creencia de que éste era, indivisible. Con el desarrollo de la física nuclear en el siglo XX se comprobó que el átomo puede subdividirse en partículas más pequeñas (protones, neutrones y electrones)2. Cuando se obtuvo el conocimiento o habilidad práctica correspondiente, fue posible lo imposible. Sucedió una recategorización, una reclasificación. Algo que encontrábamos en los “imposibles”, luego lo encontramos en los “posibles”.
Los problemas mismos son imposibles en un determinado momento y contexto. Pero dejan de serlo en el momento en que son superados, o resueltos.
Una dificultad nos detiene parcialmente, nos obliga a dar más de nosotros, y con ese simple refuerzo, se logra sobrepasarla. Sin embargo, un problema es aquel que, siendo una cuestión dificultosa, se convierte en un imposible. Luego de intentadas una serie de soluciones, un determinado número de veces, nos vemos frente a un imposible, lo categorizamos como no-posible. Reunimos todas nuestras capacidades, conocimientos y destrezas, las aplicamos reiteradas veces, lo intentamos, pero damos siempre con una negativa. Cuando asumimos nuestra incapacidad para realizar eso, es cuando lo incluimos en la clase de lo “no-posible”. Ahí es cuando se convierte en problema, lo que hasta ese momento no lo era. Fue un cambio lógico simplemente, no fue un cambio fáctico o real.
Luego de esto, en forma casual (¿causal?), esta u otra persona cualquiera, que desconoce esa clasificación, o que simplemente hace caso omiso y se posiciona frente al supuesto problema en forma optimista, pretende encontrar la(s) solución(es). Al salir de la posición pesimista, y entrar en la duda, comienza el juego del “a que sí se puede”.
Esto es lo que sucede, entre otras cosas, en la psicoterapia. Pero voy a dejar este tema que tanto me apasiona, para el futuro, en otro apartado.
Puedo volver al texto de Fredy Kofman y tomar el fragmento donde relata que Marcela se volvió y no siguió, aludiendo no a la diferencia de cansancio con respecto a ellos, sino a una menor capacidad de soportar el dolor físico. Es claro que Fredy no sabe esto con certeza, ya que no tiene una balanza que “pese” el dolor físico de una persona, o la capacidad de soportar dicho dolor; es algo que él intuyó a partir de lo que vivió y lo que vio. Sin embargo hay algo innegable, y es que, ciertamente, hubo una diferencia entre Marcela y los demás. Ahí es a donde dirijo mis dudas: a intentar saber cuál es el factor determinante, en una situación decisiva, para seguir o detenerse.
Por ejemplo, en una relación de noviazgo o de pareja, o incluso en el matrimonio, cuando se acercan a una separación, al fin de cuentas lo que se cuestiona es si seguir o no seguir, si intentarlo nuevamente o dejarlo ahí. Los dos integrantes, no pocas veces, suelen tener en esta disyuntiva decisiones opuestas, lo que provoca la separación definitiva. En este caso, ¿qué fue lo que hizo que una persona decidiera seguir y la otra detenerse?. En otras situaciones anteriores, muy probablemente, hablaron sobre lo mismo, pero sin embargo, esa vez decidieron, los dos, continuar en lugar de detenerse. ¿Qué fue lo que cambió desde aquella vez, en que ambos querían seguir, a la última, en que la separación fue inminente?. Uno de ellos (o los dos) se dio cuenta que ya no podía soportar, no podía seguir o no quería seguir. Entonces, ¿no podían seguir? ¿no querían? ¿llegaron al límite personal?.
Me gustaría poner en relieve, y a modo de conclusión, que de lo que se está hablando acá es del sentido. El sentido que atribuimos a una situación.
Victor Frankl sabe sobre esto, y en su libro El hombre en busca de sentido3 podemos encontrar algún destello de luz:
Pareciera que en los campos de concentración, según testimonia, existía una porción de decisión personal en la muerte de cada uno. Si no se quita el contexto a lo que acabo de decir, puedo postular que si una persona encuentra sentido en una situación dada, a pesar de que las circunstancias en las que vive sean inhumanas e inmodificables, esa persona puede seguir dando más de sí o, al menos, intentarlo. Él dice que sobrevivían sólo aquellos que aún tenían “algo por hacer” fuera del campo, aquellos que encontraban un sentido a la vida a pesar de lo que estaban viviendo. Parafraseando a Nietzsche, “quien tiene un por qué (para qué) vivir, es capaz de soportar cualquier cómo”.
Sintetizo entonces que es el sentido encontrado, en mi opinión, lo que discrimina el poder del no poder, o mejor dicho, lo que se cree posible o imposible.


Referencias:

1. Kofman, Fredy: Metamanagement, Granica, Buenos Aires, 2001.
2. Wikipedia. La enciclopedia libre.
3. Frankl, Viktor: El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, 1979.

19/3/10

La cultura de la queja


Gracias a ese conocimiento diferente que se adquiere luego de alejarse un tiempo de algo, he podido notar que vivimos en una cultura de queja constante. En todos los espacios, tanto concretos como en la Internet, a toda hora del día, en todos los ámbitos, la crítica, la queja, la protesta, la insatisfacción y el rechazo se hacen presentes en este país (Argentina). No sé en cuántos otros países sea así, pero estoy seguro que en este, lo es.

Puede resultar paradójico este escrito, ya que, si bien lo construyo en forma reflexiva e intento darle un tono informativo y testimonial (mis propias opiniones y percepciones), no deja de ser, en el fondo, una crítica a la cultura de la queja. Pero es una crítica a la crítica generalizada que encuentro en cada lugar a donde voy. Sin embargo, no por eso dejaré de dar mi punto de vista, el cual puede llegar a ser, incluso, una propuesta de cambio y de mejora social.

Tuve la oportunidad de estar fuera del país por unos meses, y la experiencia, al volver, fue impactante. Donde estuve (en Colombia, como muchos ya saben) la cultura no adquiere el carácter que tenemos acá. Ese contraste fue el que irrumpió en mi en el instante mismo en el que tuve contacto nuevamente con argentinos, en el aeropuerto internacional de Lima donde hizo escala mi vuelo. Luego de llegar a Ezeiza, no fui directamente a Capital, sino a la provincia de Buenos Aires, luego pasé unos días en mi estimado Neuquén, y ahora nuevamente estoy acá, en la provincia. Es increíble cómo aquí, en Argentina, aunque se incrementa gradualmente a medida que uno se acerca a la capital, todos tienen algo de qué quejarse, algo por qué protestar, algo que criticar. Si no es al de la tele, es al vecino, sino es al verdulero, o al presidente, o a los jóvenes, o a los adultos, o a los dueños, o a los empleados. Un amigo me replicaba: “pero es que acá la corrupción es altísima, y no te podés quedar cruzado de brazos”. Yo sé que vivo en un país donde existen altos niveles de corrupción, en todos los ámbitos, ya que no sólo ocurre esto en la política, o en cargos gubernamentales. Sin embargo, he visto en Colombia, personas que viven precariamente, se pasan el día entero en la calle, en la vereda, vendiendo alguna fruta, alguna película pirateada, o bebidas de frutas, en un lugar que huele hediondo, donde el calor es tan o más insoportable que en Buenos Aires en verano, donde la cantidad de gente que circula por ese lugar es comparable a la que podemos observar en la estación de trenes de Constitución, y sin embargo, a pesar de tener condiciones que para muchos acá serían insalubres e insostenibles, allá se los podía observar hablando con el vendedor de al lado, riendo, haciendo su trabajo sin quejarse de su situación, y atendiendo en forma muy servicial, muy amable, muy respetuosa. Acá uno va al kiosco y se encuentra con que, por poco, lo reciben con un golpe. La persona que se encuentra “atendiendo”, mientras mira su celular, hacia la calle, o cualquier otro punto que no sean los ojos de uno, nos recibe con un seco y cortante “¿Qué queré’?”. El antiguo saludo: “Hola” o “Buenos días/tardes/noches”, aquí, ya pasó de moda. Hacés señas para parar el colectivo desde la parada. Con suerte se detiene adelante tuyo, a 2 metros de la vereda. Te subís, y te llega un “¿cuánto?”, o, en el mejor de los casos es “¿donde va’?”. Creo que no es necesario aclarar el tono en que son emitidos. Si hay mucha gente, no falta el “arriba!”, aunque esté justo en la esquina y el semáforo esté en rojo. El chofer conduce como si llevara ganado detrás de él, o como si tuviese un deportivo de dos plazas. Si vas a la verdulería y querés elegir la verdura que vas a comprar (pagar) te sacan corriendo. Si de pronto, se te ocurrió cruzar la calle cuando estaba por cambiar el semáforo, no falta el que te toca bocina (insistentemente), cuando el semáforo está en amarillo todavía, al tiempo de un grito parecido a “¿no sabé’ lo’ colore’?”.

En la ciudad de Buenos Aires, según mis estimaciones, deben haber protestas, manifestaciones o paros unos 269 días al año, es decir, los 365 días que tiene el año menos los fines de semana. También están los que se quejan de aquel grupo de personas que se queja, esto es: un grupo de personas realizan una marcha o una manifestación, y esta forma de hacer valer sus intereses grupales va en desmedro de otros, por lo que esos otros no tardan en criticar a los primeros: “esos que no laburan y vienen a cortar la calle, y los trabajadores, los que sí laburamos, nos lo tenemos que bancar”.

Siempre hay motivos, y aunque suene irónico, no lo es, pero todos son válidos. Los del corralito, los jubilados, los empleados públicos, los maestros, los estudiantes. Subió la carne, subió la verdura, subió el combustible. Si construyen muchos edificios, si pasean perros, si talan árboles, si el tren hace mucho ruido. Todos estos motivos son válidos, son justificadas sus “luchas” o sus protestas. Ahora, ¿eso significa que, en los países que no tienen el despliegue de quejas que nuestro patrimonio exhibe, no existan este mismo tipo de problemas?. Yo creo que los hay, igual que acá, en más o en menos, en cualquier país.

La crítica se mezcla con la insatisfacción permanente y dirigida hacia todas partes, de esta forma el rechazo es altísimo: rechazo por la cultura, por el otro, por la sociedad, por la vida misma. Se genera un ámbito en el que todo es malo o negativo, todo es criticable, todo apesta. Las personas, de este modo, se sumergen en un estilo de vida que los enceguece completamente de los aspectos buenos que hay en todas partes, en todas las personas, en todos los momentos.

Hay una canción de Jorge Drexler que dice “un país habituado a añorar”. Si bien es uruguayo, esa frase también nos pertenece. Vivimos recordando el pasado, volviéndolo a vivir cada vez que es posible. Pensamos y pensamos en qué hubiera pasado si...; en dónde estaríamos si...; por qué a tal se le ocurrió hacer esto y no aquello otro; yo tenía...; antes se vivía de otra manera; todo tiempo pasado fue mejor (aunque también anterior, como dice la frase de Les Luthiers). Recordamos el mundial en que salimos campeones, y el gol que nos dio la victoria hace como 20 años. Tenemos feriados por la muerte de los próceres que vivieron hace 200 años, pero muy pocos saben lo que hicieron realmente o quiénes fueron. No es que sea malo recordar de dónde venimos, quiénes somos, cuáles fueron los hitos en nuestra historia, lo perjudicial resulta ser vivir en ese pasado. Tenemos un presente que, en rigor, es lo único real, ya que el pasado no existe, y si se lo rememora es en el presente donde ocurre. Sin embargo, ese presente pasa inadvertido. El gobierno de turno viene a vengar a los de “su bando” contra lo que les hizo el gobierno anterior. Ese resentimiento por lo que aconteció hace ya tiempo y la incapacidad de perdonar es lo que demanda tantas energías mal gastadas a la hora de gobernar, en lugar de buscar el bien común.

Insatisfechos con lo que viven, dan lugar a un mal humor generalizado, una alta predisposición hacia el enfrentamiento y la pelea.

No sé si se llega a notar en la nota que mi intención es no repetir el mismo patrón; si bien no realizo el énfasis necesario, queda sellado en la estructura del escrito. Quiero decir con ésto que, con la crítica (o con más crítica) no cambiamos la historia, sino que perpetuamos esa forma de relacionarnos. Tengo la intuición dentro mio de que la queja constante persiste justamente para no cambiar, es el intento de permanecer iguales. Uds. ya conocen el dicho: "más vale malo conocido, que bueno por conocer!".

Sería absurdo proponer soluciones a lo que constituye una forma de vida, una cultura, pero creo yo que, si fuésemos capaces de vivir con menos rechazo por todo lo que nos rodea, ese cambio de actitud generaría un círculo virtuoso, en términos de la cibernética, se generaría una retroalimentación positiva, donde la sonrisa sería contagiosa, el buen humor estaría en el aire, el buen trato sería lo cotidiano y, como dice el dicho, si pudiéramos poner “al mal tiempo, buena cara”, tendríamos mejores resultados. Debido a toda esa ola de amabilidad, y aunque suene algo utópico, el país entero se beneficiaría. Si piensan que estoy volando demasiado, entonces simplemente imaginen un lugar donde la mayoría estuviese de buen humor, viviera con mayor alegría; aunque la situación fuese la misma y los hechos no cambiaran, tendríamos igual un país mejor y más sano.

Este escrito puede tener un sabor a cambio para los que están dispuestos a construir, ya sea en pequeños gestos, un mejor lugar; y amargo para aquel que se identificó con él, ya que se presenta la realidad cotidiana en forma cruda, y además, critica su forma o estilo de vida. Por eso, y ahora sí, como buen “argento”, te pido que critiques esta crítica hecha a los que critican constantemente.

Gracias!