Abrimos un cajón viejo de madera,
y un aroma, allí guardado para nosotros, brinca.
Salta hacia nosotros y nos baña.
Explota
Como el mar rompe las olas contra las rocas.
Y nos deja una espuma,
con sabor a recuerdo salado.
La piel se nos humedece,
por dentro y por fuera,
y algo más ocurre,
un algo sin nombre.
Y ese algo se parece tanto
al encuentro de dos cuerpos,
bañados de sal,
arenosos por fuera, sedientos por dentro.
Así es la belleza de los aromas,
que incluye y trasciende lo que olemos,
que atraviesa nuestra piel y sentidos,
que nos deja y se va.
Se va y nos deja,
un momento único,
un instante eterno.