13/10/10

Buscando soluciones donde no las hay


Este artículo está dirigido a todos aquellos que, como yo (¿cómo todos?), solemos intentar dar solución a un problema en un ámbito diferente al cual pertenece ese problema que queremos solucionar.
Es habitual encontrarse con formas absurdas, que hemos ido desarrollando o simplemente heredado, que intentan vanamente solucionar problemas de la forma equivocada. Esta es la forma de buscar donde no hay solución. Seguramente podrán recordar el cuento en el que una persona buscaba sus llaves bajo el haz de luz que irradiaba una lámpara, cuando se acerca otra persona a ayudarle en su búsqueda y le pregunta si las había perdido ahí, a lo que ésta le responde que no, pero no tenía sentido buscarlas en otra parte, ya que en la oscuridad no iba a poder verlas. Es una respuesta absurda, todos podemos notar eso, sin embargo, no podemos notarlo cuando nosotros mismos lo estamos haciendo (hasta incluso con unas inocuas llaves).

No se imaginan cuántas veces quise (y me pongo como ejemplo para evitar plantear situaciones hipotéticas o teóricas, sino claras, concretas y experimentadas personalmente) solucionar mis problemas emocionales desde mi cabeza: pensando más y más. O leyendo libros de todo tipo, sofisticados libros de filosofía y psicología, los más abstractos y sutiles libros de pensamientos orientales, o la gran variedad de libros de autoayuda que hay!. También intenté dar solución a mis problemas emocionales con otras actividades, que como regla general, tenían que entretener al director de la orquesta de mi organismo. Con estos ejemplos no quiero limitarme únicamente a problemas emocionales o problemas particulares míos. ¿A cuántos de ustedes no les ha pasado buscar en una relación algo que sólo podían encontrarlo al cambiar ustedes mismos?. ¿Cuántas veces proyectamos (vemos) en los demás algo que nos sucede a nosotros mismos?. ¿Quién no ha somatizado gran parte de sus problemas en tontas enfermedades nerviosas?. Yo digo que es tan difícil aceptar la realidad o la verdad (nuestra), que buscamos cualquier treta que nos saque de la situación incómoda y dolorosa.

Cada uno puede interpretar ésto desde el lugar que quiera, pero debe aceptar que las situaciones muchas veces nos superan y no encontramos la solución que tanto necesitamos. Sin embargo acá no se termina todo, no sólo es esto. En mi experiencia personal, me parece haber aprendido que (todo esto que digo) es sólo una parte del proceso. Tan necesaria como cualquier otra. ¿Qué estoy queriendo decir?. Que en el camino del crecimiento y del aprendizaje, muchas veces nos topamos con "imposibles", pero que pertenecen sólo a esa parte del proceso. En ese contexto tienen sentido, y no sólo eso, sino que se convierten en necesarios. Es decir que, no tenemos que “dejar de hacer” nada si no estamos preparados para dejar de hacerlo, no tendría sentido dejar de hacerlo. De hecho, estoy convencido que no podríamos: la vida misma no nos lo “permitiría”. Con suerte nos engañaríamos a nosotros mismos, pero nuestro inconsciente (¿nuestro karma, nuestro destino, nuestro dios, la vida misma, la naturaleza?) tiene un poder mayor (o un plan distinto).

Me refiero a que es muy difícil dejar de hacer siempre lo mismo. Y acá no me refiero a cosas superficiales como tomar la misma bebida, tener siempre el mismo corte de pelo, el mismo estilo de ropa, el mismo tipo de trabajo, la misma casa o la misma inclinación política y filosófica. Acá me refiero a algo más sutil y menos perceptible, casi intangible, pero que sin embargo nos determina enormemente. Aunque lo parezca, no se trata sólo de una nueva interpretación de los hechos. Reflexionen por un momento, piensen en esto: si no somos los mismos, no vivimos lo mismo, no damos lo mismo y no recibimos lo mismo. O sea, cambiamos nosotros y también cambia nuestro entorno, y viceversa, cambia nuestro entorno y también cambiamos nosotros. Es cierto también que no siempre podemos (ni queremos) dejar de ser los mismos. No sé cuánto se pueda entender de todo esto, no es algo fácil de captar con una simple leída a un artículo.
Déjenme explicarlo mejor: de lo que estoy hablando es de que muchas veces nos exceden las circunstancias, trascienden nuestra capacidad y nos obligan a vivir necesariamente ciertas relaciones, a tener ciertos sentimientos y emociones, a estar frecuentemente en las mismas situaciones (insatisfactorias). ¿Será que la vida nos incita a (¿exige?) crecer y a aprender?. Todavía no sé lo que es, y no sé si algún día lo podré saber “a ciencia cierta”, pero lo que veo por doquier es esto que describo: coincidencias, repeticiones, reincidencias, perpetuaciones, etc. Y algo más a tener en cuenta mis amigos: todo eso tiene que ver con nosotros. No miremos afuera, no culpemos al vecino, no nos desliguemos de lo que nos pertenece. Seamos responsables!.

Intento que quede claro todo esto. Sé que es muy fuerte lo que estoy diciendo, porque para poder dejar atrás todo eso, para cambiar realmente, antes, es necesario tener estas reincidencias, hay que bancarse ese estadío, y mucho más: hay que bancarse trascenderlo. ¿Quién se anima de buenas a primeras a transitar un camino tan tormentoso sin un buen motivo?. Perdón si soy insistente con ésto: nadie se salva del dolor. Nada se supera sin el sudor de la frente. El camino que debemos transitar es el dolor: el maldito, el odioso, el terrible, el inmenso. El que todos queremos evitar. No se vayan por otro camino, que el dolor del que les hablo no es el que nos vuelve a lo mismo, no es el que nos deja como estábamos antes de sentirlo. Les aseguro que no es necesario prestar especial atención para no confundirlo, en el momento en que sientan verdadero dolor, lo reconocerán de inmediato.
Me refiero a aquel dolor que se vuelve gratificante (y no lo confundan con el masoquismo por favor!). Es el dolor que de pronto nos sorprende, porque luego de sentirlo nos sentimos más livianos, como si nos hubiésemos liberado de una gran carga que llevábamos siempre con nosotros. Nos sentimos diferentes, pero desconcertados y sin entender mucho. Me refiero al verdadero dolor. ¿Lo han sentido alguna vez?.

¿Han notado la soltura y sencillez a la que los lleva un sentimiento tan hondo, tan profundo?. Si dejamos de sentir un sufrimiento externo, encadenante, un sufrimiento que no nos lleva a ninguna parte y pasamos a “sentir lo que sentimos”, al dolor que realmente nos libera, entonces es que estamos avanzando, estamos cambiando. Algo dentro de nosotros está cambiando. No importa qué. No importa cómo. No importa por qué. Importa que lo estamos sintiendo, nos animamos a sentirlo!. Importa que estamos yendo por el camino liberador. Estamos dejando atrás lo absurdo, lo redundante, lo recurrente y lo incomprensible. Estamos abriéndonos al dolor. Y éste a su vez, nos abre paso a que podamos lograr el cambio que necesitamos. Olvidémonos de tratar de entender con nuestra cabeza insaciable de conocimiento, y vayamos a lo importante: al cambio.
Probablemente me tildarán de insistente y cansador, pero no puedo dejar de decir lo importante que es agotarnos. Antes de poder dar este paso, tenemos que cansarnos, tenemos que cargarnos hasta el cuello y más arriba del “siempre igual”. Necesitamos llenarnos de coraje de alguna forma, y necesitamos desear más el cambio que el miedo.

Claro que podemos adaptarnos bastante bien en cualquier momento de nuestra vida (proceso). En cualquier punto de la evolución personal, del crecimiento interno o simplemente del proceso madurativo, podríamos detenernos si así lo quisiéramos. Sólo depende de nosotros, de lo que queramos y de lo que estemos dispuestos a dar y a recibir. Es tan fácil vivir una vida neurótica, obsesiva, trastornada, angustiante, depresiva, triste, chata o renegada. Todos podríamos hacer esto. De hecho es lo que hacemos la gran mayoría. Y cuando digo la gran mayoría me refiero a LA GRAN MAYORÍA… ¿fui claro?. Pero sepan que también tenemos otra opción. Podemos ir dando pasos. Podemos ir soltando un poco, aflojando, dejando que este dolor libere nuestra neurosis, nuestras obsesiones, nuestros trastornos, nuestras angustias profundas, nuestras depresiones sin fin, nuestras tristezas sin sentido, nuestras chatezas y negaciones incomprensibles. Bueno… tengo que ser muy sincero en este punto: esto ya no lo podrían hacer todos. ¿Por qué?. Porque no todos están dispuestos a sentir tanto dolor ni tan profundo. Espero cansarlos de hablarles del dolor, porque sólo así van a dejar de leer esto y van a salir a la vida a sentirlo, a vivirlo y a trascenderlo. Tienen que saber que no todos tuvieron la fortuna de haber recibido las herramientas para poder buscar más, no todos han podido adquirir la fortaleza, el sostén y la valentía que se necesita para querer más, para animarse a más (y no es una publicidad de Pepsi). Si están acá leyendo esto, es porque algo los atrapó, algo llamó su atención. Además, no todos quieren hacer el proceso, y ¿saben qué? están en todo su derecho!!!. Porque además, no todos saben lo que les espera luego de trascender esta barrera. Y esto no es una promesa religiosa.

Para cerrar con el artículo y no extenderlo más, permítanme contarles ahora cómo fue para mí este proceso, en el que todavía estoy, pero del cual les puedo contar lo que viví (que no es poco en absoluto). Prometo volver a esto en un próximo artículo.

Para mí, fue muy difícil dar el paso. Sin embargo, lo fui dando sin darme cuenta, y esto es extraño, porque fue muy doloroso. Ahora que hago memoria y pienso en el inicio del proceso me doy cuenta que fue hace mucho tiempo. Comencé buscando donde no había solución, pero la vida me fue guiando, algo dentro mío no se cansó de buscar nunca.
Es cierto que encontré algunas personas que me dieron mucho, pero igualmente quiero contarles que en todo este tiempo pasé por muchas etapas diferentes, y necesariamente tuve que vivir muchos opuestos. Entre esas etapas recuerdo fuertemente que me angustié muchísimo, más allá de donde creí que estaba mi límite. Llegué al centro de la desesperación, al punto de casi desvanecerme. Permanecí dormido durante meses, y también, llegué a obsesionarme con varias cuestiones. La verdad es que cometí muchísimos errores y también lastimé a varias personas. Me anestesié con lecturas de todo tipo. Busqué desesperadamente una salida a mi falta de sentido que cada día ganaba más campo en mi vida. El vacío que sentía era total. Y aunque sea paradójico, busqué una salida en forma apasionada a mi falta de sentido. Mi desgano era aterrador, sin embargo nunca dejé de buscar. Sentía apatía y abulia. Desinterés completo. Pero no cesaba mi búsqueda. Recuerdo que peleaba con todas las personas que conocía, con todas las personas con las que interactuaba. Estuve en contra del mundo y de la sociedad. Pasé por el catolicismo más fuerte al ateísmo más aterrador. Hice deportes y dejé de hacerlos por completo. Comencé 3 carreras universitarias de orientaciones completamente distintas, y las abandoné también a todas. Me lancé de lleno a cursos de coaching y PNL. Me “cambié de bando” dejando atrás el occidentalismo y me metí en la onda oriental: medité, hice yoga, vestí como ellos, intenté relajarme, hice un curso de masajes japoneses y también encendí sahumerios. Viajé, busqué nuevos rumbos y nuevas experiencias. Me afeité la barba y la cabeza. Me dejé la barba y el pelo largo. Viví sólo, en una residencia con gente desconocida. Viví con mi papá, en la casa de mi novia, con mi tía, conviví con mi pareja y volví a vivir sólo. Podría decir que probé y viví muchísimas cosas. Si hay algo que nunca dejé de hacer fue buscar incansablemente algo que me ayudara, metiéndome de lleno en cada cosa nueva que descubría, me empapaba de la novedad. Nada me detuvo. En el camino me encontré con muchos tesoros ficticios: algunos me sirvieron para pasar el momento, otros me movieron mucho internamente, pero ninguno me daba la tranquilidad que buscaba, el sentido que había perdido (que nunca había tenído). Ninguno me daba la seguridad que ofrece el confiar plenamente.

Hacia el final de todo este proceso (final provisorio y temporal) llegué al nodo central: mis orígenes. A veces me sorprende saber que tuve que hacer tantas cosas para volver al lugar donde comencé mi vida: mi familia.

Los dejo por el momento con este final aparentemente abierto, pero nos volveremos a encontrar en mi próximo artículo. Hasta pronto!