5/2/11

Coherencia


Hoy leí una frase en FB de Ale que me disparó las ganas de responder y después de escribir sobre el tema.
La frase se trataba sobre la coherencia. La frase es de Aldous Huxley. Escribía novelas y ensayos (creo).
Decía lo fácil que es saber y lo difícil que es ponerlo en práctica. Eso mismo hablamos muchas veces con Tati: la importancia / la dificultad de ser coherente en pensamiento, palabra y obra. Es un tema muy gastado ya, pero siempre está ahí dando vueltas, en nuevas frases, en nuevas personas, en nuevas formas, pero sigue siendo lo mismo de siempre.
Yo le “respondía a Ale” que la coherencia nos “habilita” hacia la credibilidad, la confianza, la sinceridad y la tranquilidad. Y la in-coherencia nos da flexibilidad para vivir, porque no somos capaces de (o no queremos) pertenecer al primer grupo. Así vivimos la mayoría, en el medio de un extremo y el otro.
Es difícil lograr lo primero, pero también es difícil lograr lo segundo; aunque lo primero sea más deseado que lo segundo por la gran mayoría de nosotros.
Lo primero nos da tranquilidad, porque llegado a este punto, no es necesario ya pensar en hacer lo correcto, en hacer lo que debemos, en hacer lo que tenemos que hacer. Pierde sentido pensar antes de hablar, porque natural y espontáneamente logramos expresar lo que somos dentro, es decir, lo que realmente somos. No hay lugar para la actuación fingida, para la auto-recriminación, para la auto-dictaminación, porque en esta situación sucede todo en sentido inverso: desde dentro hacia fuera. Las cosas fluyen, las palabras fluyen, los movimientos de nuestro cuerpo fluyen y la vida misma fluye sin necesidad de exigirnos nada. No hay espacio para la crítica, aunque sí para el respeto y los límites necesarios; pero siempre desde un lugar de paz y armonía con uno mismo, y ello se traslada hacia afuera sin necesidad de pensarlo.
Lo segundo, o al menos la gran franja que existe entre los dos extremos, nos da la flexibilidad necesaria para adaptarnos. Adaptarnos a muchas cosas: a lo que hay afuera y a lo que hay adentro. Es como que en este punto somos dos partes disociadas que necesitan un mediador, y ese mediador somos nosotros mismos, nuestro “yo consciente”. Él es quien dice qué hacer en cada momento de acuerdo a lo que hay dentro y lo que hay fuera. Necesita tomar las riendas y dominar al de adentro de acuerdo a lo que pase fuera; ya sea para protegernos, para cuidarnos o para obtener lo que necesitamos. Este “yo” es el que tiene que dominar, controlar, exigir, demandar y, llegado al límite más bajo, extorsionar al que llevamos dentro para poder adecuarse a los estímulos externos (y aquí es donde perdemos el respeto por nosotros mismos). Pero para ser más preciso, diría que son estímulos que creemos ver afuera. Esto mismo es lo que crea nuestra realidad externa, y es a esa realidad construida por nosotros mismos a la que responde nuestro “yo” (es decir, nosotros).

Relacionado con ésto, leí también un artículo (casualidad o no, pero compartido también por Ale) en el que decía que tenemos que protegernos de nuestro yo interior, porque es él el que más nos critica, el que nos castiga, el que más nos limita, el que nos incita a hacer las peores cosas con nosotros mismos, y que por eso habría peligro en nuestro interior. Es una hipótesis que no comparto. Sobre todo con lo que continuaba: lo injustificado del miedo, que siempre hace de las suyas y por sobre toda decisión propia consciente. Es cierto que el miedo es más “poderoso” que nuestras decisiones, y lo relaciono con el comienzo: uno sabe qué es lo mejor, pero no hace lo que mejor nos haría. Creo yo que el miedo existe y tiene sus razones de existir. No sólo es útil el miedo en sí, sino que cada miedo tiene sus raíces dentro nuestro, y muy probablemente asociado a muchas experiencias. No hay que temerle al miedo, hay que saber interpretarlo. No debemos cuidarnos de nuestro interior, sino más bien procesarlo y trabajarlo. Luego no habrá necesidad de cuidarse de nada, porque lo que habrá dentro nuestro va a ser el producto de un proceso madurativo, en el cual habremos trabajado sobre nuestro miedos, sobre nuestra culpa, sobre nuestros remordimientos, nuestra falta de auto valoración, y todas aquellas “falencias” que encontramos al buscar en forma crítica dentro nuestro. Yo estoy en la vereda de los que tienen una mirada más comprensiva del ser humano, y no tan crítica. Creo que hay motivos dentro nuestro, en nuestra historia, en nuestras experiencias, en nuestras creencias para todo aquello que manifestamos y somos. No podemos dejar de ser lo que somos simplemente con proponérnoslo. No podemos “decidir” ser otros a partir de ahora, como quien decide cruzar la calle. Para dejar de temer, para valorarnos, para vivir más relajados, tranquilos y seguros debemos recorrer un camino, debemos procesar muchas cuestiones.
Si queremos el camino fácil y hacemos vista gorda a todo lo que hay dentro nuestro, muy probablemente tengamos después que salir corriendo y llamar a la “persona-más-cercana-de-tipo-911” que nos socorra. O a nuestra “mami” y nuestro “papi” a que nos cuiden, nos protejan, nos provean de alimento y abrigo, nos entiendan y nos escuchen. Lo más probable es que si necesitamos de eso siendo adultos (hablando en un sentido cronológico, y no madurativo) es porque justamente no lo hemos recibido de niños (idem). Seguramente ahora no podrán darnos aquello que no supieron darnos antes, y muy probablemente, aunque hagan el intento, no podrán sanar aquel niño con necesidades insatisfechas.
Tendremos dos opciones: o jugamos a que ya estamos mejor y nos decimos (mentimos) que no volverá a pasar, o bien seguimos el largo camino que nos llevara a casa, a nuestra casa, a nosotros mismos. En el primer caso, como suele ocurrir con mucha frecuencia, la situación será insosteniblemente desesperada, pero no seria (así decía Paul Watzlawick y estoy totalmente de acuerdo con él). En el segundo caso, navegaremos con rumbo fijo, pero por trayectos sinuosos y dolorosos. El primero nos llevará directo al encarcelamiento, el segundo a la libertad. En el primer caso tendremos que apagar incendios, domeñar al monstruo interno y luchar contra el enemigo externo. En el segundo caso podremos vivir espontáneamente cada momento, disfrutar, estar tranquilos y en paz. Simplemente vivir, nada más ni nada menos.
Los que lo deseen pueden seguir hablando de controlar, del deber, del “tener que” y de todas esos malabares (y viviendo en esta forma lamentable); tendrán dos vidas y dos caras (o caretas).
Los que hayan llegado hasta su propio límite, ya estarán preparados para comenzar el regreso a uno mismo!.