14/4/10

Aprendiendo


Siempre se nos pide que no nos equivoquemos, o que lo hagamos lo menos posible. Desde nuestra familia de origen hasta la misma sociedad, que pide personas cada vez más capacitadas, con menor edad, con mayor experiencia y habilidad para llevar adelante un proyecto: es decir un experto que ya no se equivoca.
Se nos exige saber vivir, cuando en verdad, es algo que se aprende toda la vida, desde que se nace hasta que se muere. Se exige saber sin haber aprendido, sin habernos dado el espacio y el tiempo para adquirir comprensión.
Es justamente el desafío, la nueva experiencia, lo desconocido, lo no vivido, lo no sabido y lo no aprendido lo que le da esa magia y ese suspenso a la vida, le da emoción y dinamismo, le da chispa. Cuando nos encontramos sin respuesta, sentimos que estamos vivos, tal vez algo desesperados o angustiados, pero vivos, seguro!. Es eso mismo lo que nos motiva, incita y hasta obliga a crecer, a madurar, a cambiar, a abrirnos al nuevo aprendizaje, a la vida!. Cada vez que ocurre, nos enfrentamos con una realidad inevitable: no sabemos todo y sobre lo que hoy sabemos, mañana cambiará, por lo tanto tendremos que cambiar nosotros también y aprender constantemente.
Sin desafíos, sin desconocimiento e incertezas estaríamos quietos, seguros, estables, apagados. Eso nos llevaría sin escalas a un profundo desgano, y sin duda, pereceríamos sin gracia.
Tenemos que vivir esas experiencias faltas de seguridad y certeza para aprehender al conocimiento.
Lo que siempre se exige, obligaría una inversión del proceso natural: primero saber para luego enfrentar la situación donde usaríamos ese conocimiento, esa experticia. Algunos más despabilados, otros menos, todos estamos al día con esta verdad: constantemente, en toda vida, surge una necesidad a partir de una carencia. Es decir, las situaciones emergentes que ocurren en la vida presentan ante nuestros ojos la realidad en la que carecemos de las herramientas, los conocimientos y las aptitudes para sobrellevar esa nueva situación. Esa ausencia, carencia o falta de, es la que nos genera la necesidad.
Entonces se pone en marcha el proceso de adaptación: el organismo vivo comienza a desarrollarse, tomando información del medio con el cual interactúa y adquiere un conocimiento nuevo, que utilizará en esa situación y en futuras situaciones desafiantes, amenazantes y punzantes.
De este modo se restablece nuevamente la situación de seguridad temporal, que será, en el devenir, aplazada por otra de desconcierto.
Hoy presenciamos una sociedad en la que se intenta controlar todo a favor del hombre, también los procesos naturales: fertilizantes, vitaminas y aditivos a las plantas; conservantes a los alimentos; cirugías plásticas para aparentar menor edad; anabólicos para acelerar el desarrollo muscular; etc. Yo creo que es necesario respetar los tiempos vitales; cada proceso, entre ellas la vida misma, tiene tiempos intrínsecos, inherentes a cada etapa, que juntas cierran el ciclo. Por más hambre que uno tenga, los fideos no se cocinan más rápido. Entonces inventamos el microondas y el delivery. Lo que ocurre es que si se intenta dar mayor celeridad a una etapa, es muy posible que no se supere completamente, se precipite y quede trunca, ejerciendo, en adelante, fuertes movimientos condicionantes y limitantes desde nuestro interior.
Al mismo tiempo, esto contrasta con el aparente aletargamiento actual de los procesos normales o esperables, como lo es hoy la eterna adolescencia. ¿Será que la presión ejercida para adelantarse es la misma presión que el proceso ejerce en forma contraria para detener esa aceleración coercitiva?. Me recuerda a la 3ra ley de Newton en física, de acción y reacción: por cada fuerza que actúa sobre un cuerpo, éste realiza una fuerza de igual intensidad y dirección, pero de sentido contrario sobre el cuerpo que la produjo. Me pregunto si las leyes de la física pueden ser aplicadas también a los procesos vitales, o a la vida social.
Hoy, el niño que adquiere aptitudes intelectuales antes de lo esperado, es elogiado en exceso, y así aprende a vivir frenéticamente, intentando superarse en forma constante para mantener los elogios. Pero, más tarde, las mismas personas que lo impulsaban a vivir de esta manera, se extrañan cuando el niño no logra encajar entre sus compañeros de clase, o cuando es desplazado, o cuando no puede resolver situaciones normales en su vida cotidiana, habiendo confundido amor con elogios.
Se irrespeta a la vida (y a quienes la viven), se le quita el valor y la sabiduría que ella trae en sí misma, y esto ocurre al intentar controlarla, al desconectarse de los procesos básicos y sus tiempos. No se la escucha. Se cierran los canales de entrada y sólo se persiguen objetivos utópicos e infantiles.

A los niños (y a los no tan niños también) no los dejan moverse, golpearse, ni equivocarse. Les construyen límites, excesiva cantidad de límites, pero no les dan motivos. Paradójicamente, los obligan a ser perfectos. No tienen que sufrir, no tienen que lastimarse, no tienen que probar, no tienen que intentar. Siempre se les debe proveer seguridad y situaciones en las que sólo pueden acertar, ganar o triunfar. No se los invita a la experiencia, al contacto, a seguir sus instintos, sus intuiciones, su voz interior. Debe confiar ciegamente en lo que los demás le digan, sin importar por qué, y por sobre lo que él considere, piense o crea. No importa su opinión. De este modo terminamos como empezamos: los cavernícolas no sabían qué ocurría, simplemente adoraban al dios del fuego, al dios de la lluvia. La evolución se vuelve retrógrada.

Hubo un experimento muy famoso realizado con nuestros hermanos más cercanos: los simios. Lo que hicieron fue: encerrar en una jaula a un grupo de 5 con una escalera ubicada en el centro del recinto, y arriba de ella, un racimo de bananas colgadas del techo. Los monos, al ser ingresados, comenzaron a explorar el lugar. Rápidamente encontraron ese manjar, y se lanzaron escalera arriba para alcanzarlas. Lo que no se imaginaban era que todo el conjunto (los que subieron y los que no) iban a ser rociados con un potente chorro de agua. Luego de varios intentos con el mismo “castigo”, quedaron condicionados, y ya no intentaron subir. Si alguno de ellos, en un acto de arrojo, intentaba subir, era detenido, ya no por el agua, sino por los otros monos, que conocían las consecuencias. Una vez lograda esta estabilidad, los que controlaban el experimento, hicieron un cambio: un mono de la jaula por otro que no había estado en esa jaula antes, ni vivido esa experiencia. Al poco tiempo de ingresar, hizo el intento de buscar las bananas, a lo que recibió una paliza por los otros 4 integrantes del grupo inicial. Esto sucedió algunas veces hasta que fue condicionado igual que los otros, con la diferencia que este nuevo simio nunca recibió agua, sólo una fuerte oposición por el grupo de sus semejantes. Él no conoció las consecuencias reales. De esta forma y de a uno, se fueron cambiando todos los monos del grupo inicial, y también de a uno fueron condicionados por los otros monos. Así se llegó a cambiar a todos los monos de la jaula, quedando sólo monos nuevos, es decir que nunca habían recibido el “castigo” del agua por intentar coger las bananas. La estabilidad lograda, en monos que no “sabían” el motivo original por el cual no debían subir a la escalera, nos muestra cómo fue establecido un comportamiento limitante sin una razón externa válida. Fue el comportamiento interno del grupo lo que les estableció el límite, lo que les hizo renunciar a su impulso.
Nosotros, creo yo, no estamos muy lejos de limitarnos sin razones, al igual que estos monos. Lo podemos ver y comprobar. Podemos verlo y comprobarlo al no dejar que el nuevo integrante, el infante, tenga su propia experiencia, se equivoque él mismo, se lastime y hasta sufra como consecuencia de sus propios actos. La cultura yanqui, donde todo está colmado de protección y sobreprotección para que a nadie le pase nada, es bastante representativa, y probablemente la influencia más grande recibida en otros países. Existe una protección extrema, tal vez ridícula, que es claramente disfuncional e ineficaz. No funciona. Cuando tienen que enfrentar una vida real, fuera de ese sistema, se mueren debido a su ingenuidad, igual que la de un niño. Y ocurre porque crearon un mundo ficticio en el que nada malo puede pasar, nada malo debe suceder. Un caso anecdótico es, quizá, Disneylandia. En este mundo de Disney, todo debe ser perfecto, al punto de que ningún niño puede llorar. Y para evitar ésto tienen un ejército de personas atentas a los niños, y en cuanto ocurre algo, aparece en forma instantánea una personita con un hermoso helado, que detiene el llanto del niño. O tal vez el caso de los turistas que visitaron un zoológico en el que los animales estaban sueltos, y la gente paseaba en sus autos; esa era su seguridad. Pero uno de estos turistas, ingenuo, al ver una manada de leones muy relajados, se bajó de su auto para fotografiarlos desde un lugar más cercano. Aunque cualquiera de nosotros podemos predecirlo, él no, y en pocos segundos se convirtió en comida de leones. Muchas veces, los límites son impuestos sin razones, el niño no entiende, llega a ser adulto sin saber realmente, sin haber aprendido, experienciado. Porque el límite no fue desde su experiencia, desde su vida, desde vivir personalmente las consecuencias directas de su accionar. Fue una censura coercitiva, vivida como irritante y frustrante, completamente incomprensible.
¿Se le puede exigir a un mono que acaba de ingresar a la jaula que sepa que no tiene que subir la escalera? ¿Se le puede exigir al que ingresa al mundo que no se equivoque? ¿Es conveniente protegerlo poniendo límites, restringiendo su experiencia, recortando su realidad? Yo creo que no. Ustedes que piensan? ... ustedes qué hacen con sus hijos, hermanos, primos, amigos?


Creo que tenemos que aprender a vivir y a dejar vivir a los demás, a pesar de lo que sintamos con la experiencia del otro. Y para todo esto, creo que la Vida es una fuente de sabiduría más que confiable.

2 comentarios:

  1. Aja! Que tema... bueno respecto de la velocidad del aprendizaje te voy a mandar un escrito (bastante viejo) de Dolina, que me gusta mucho, y dejo a tu criterio si suma a lo expuesto y vale la pena compartirlo.

    Por el otro lado creo que actuamos en base no solo a las experiencias propias, sino también a las ajenas. Si de los otros monos dependiera la vida del nuevo ingresante a la jaula, por ejemplo: si en vez de agua le dieran un choque eléctrico mortal, creo que no estaría tan mal estar avisado de antemano y dudo que el simio nuevito quiera probar la veracidad de las advertencias de sus amigos. Jejeje. Digo que depende que tipo de experiencia sea y que gravedad puedan tener las consecuencias del accionar. En parte la evolución de las especies puede que sea justamente esto: “sumar a una experiencia común”.

    En fin, mi opinión.
    Otro abrazo!

    Diego.

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  2. Dieguín, agradezco tu comentario. Quisiera agregar, también con la intención de sumar, otro comentario que me hizo Juan Pablo (un amigo) en Facebook, y que hace referencia, creo yo, a lo mismo. Lo cito:
    "casualmente hace un rato estuve cuidando a mi sobrino de 2 años y pico y mientras se subió a un banco de pesas que usó como moto el niño se pegó un palo bestial pero al rato ya estaba de nuevo montado en su moto jugando con discos de fundicion y cosas filosas y puntudas, lo voy a sacar bueno a ese pibin!! man te tenes que leer unos libros de castaneda de una".
    Gracias a este feed-back recibido por parte tuya y por JuanPa, resultó algo buenísimo:
    Tal vez me faltó un último párrafo, donde explicitar este tipo de salvedades. Mi escrito fue directo y bien crudo a esa gente que no deja vivir, que quiere vivir a través de los otros, o que por miedo propio les quita experiencias a todo el que pueda. Descuidé la contraparte, es decir, no fui ecuánime al escribirlo. Les agradezco nuevamente por su aporte equilibrante.
    Aclarando entonces: no es mi intención incitar a dejarlos para que se maten solitos, y que sobrevivan los afortunados. Lo que sí propugno es: dejarlos equivocarse. Si es algo peligroso, entonces, en lugar de evitarles la experiencia, mostrarles qué pasa, simular lo que podría ocurrir, delante de ellos, que ellos sientan lo que sucede en carne propia. Pero claro, hay que hacerlo, en la medida de lo posible, de forma que sigan vivos después del simulacro... jajajaj.
    Tal vez la comparación entre los monos y nosotros no es la más afortunada, pero tenemos, claramente, características comunes. Ellos no son capaces de preguntarse, ni de entender, sólo tienen un comportamiento adaptativo automático. Pero nosotros, a diferencia de ellos, sí poseemos el raciocinio, y podemos entender o comprender lo que ocurre (al menos así lo creemos la gran mayoría). Por eso estamos un paso por delante en la evolución. Esto nos da una mayor capacidad de predicción.
    Apoyo totalmente lo que me decís vos y lo que me dice JuanPa: hay que medir y predecir, basados en nuestra propia experiencia (y la acumulada), cada experiencia y la gravedad que conlleva, para evitar posibles fallos irreversiblemente perjudiciales.
    Por todo ésto, el leitmotiv es: mostrar, no ocultar. Demostrar en lugar de poner límites rígidos sin explicaciones. En dos palabras: dejar vivir!
    Saludos!

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