1/4/10

No van a volver los mismos...


Hoy quiero publicar un extracto del epílogo de un libro que fue verdaderamente importante para mi, es un relato autobiográfico del mismo autor del libro. Luego hago una reflexión personal con algunas inquietudes. Ahora sí los dejo con la cita:

«"No van a volver los mismos", nos advirtió Fede, el cocinero de la expedición. Apenas pasadas las seis de la mañana, con 20 grados bajo cero y un amanecer inminente, Marcela, Nico, Vicente, Richi y yo nos disponíamos a salir del campamento Berlín hacia la cima del Aconcagua. "Pase lo que pase", insistió Fede, "nadie vuelve igual de la cumbre. Tanto los que llegan como los que no, cambian para siempre. Ya van a ver." Me estremecí, y no de frío. Me embargaba una sensación a la vez exultante y ominosa. Estaba entrando en un camino sin retorno, una experiencia de la cual no volvería la persona que la había emprendido. Las palabras de Fede me recordaron la historia del "Viaje a Ixtlán". Mientras empezaba con mis cuatro compañeros el devastador camino hacia la cumbre del "Centinela de Piedra" (significado de "Aconcagua" en quechua), reflexionaba sobre las palabras de don Juan, el maestro chamán de Carlos Castaneda.
"Si sobrevives [al encuentro con el conocimiento] te encontrarás en una tierra desconocida. Entonces, como es natural, lo primero que querrás hacer es volver [a tu hogar]. Pero no hay modo de volver. Lo que dejaste allí está perdido para siempre... Todo cuanto amas, odias o deseas habrá quedado atrás. Pero los sentimientos del hombre no mueren ni cambian, y el chamán inicia su camino a casa sabiendo que nunca llegará, sabiendo que ningún poder sobre la tierra lo conducirá al sitio, las cosas, la gente que amaba (...) [Encontrarte con el conocimiento] cambiará tu idea del mundo [tu modelo mental]. Esa idea es todo y, cuando cambia, el mundo entero cambia [irreversiblemente]".
Para ilustrar esta idea, don Juan invita a su compadre don Genaro a constar la historia de su viaje a Ixtlán. Mientras caminaba hacia su casa, Genaro se encontró con su "aliado" (fuente de conocimiento) y se trabó en combate con él. "Después que lo atrapé", relata Genaro, "empezamos a girar. El aliado me hizo dar vueltas, pero yo no lo solté. Giramos por el aire tan rápido y tan fuerte que yo ya no veía nada. Todo era como una nube. Dimos vueltas, y vueltas, y más vueltas. De repente sentí que estaba de pie otra vez en el suelo. Me miré. El aliado no me había matado. Estaba entero. ¡Era yo mismo! Supe entonces que había triunfado. Por fin tenía un aliado. Me puse a saltar de alegría...
"Luego miré alrededor para averiguar dónde estaba. No conocía ese lugar. Pensé que el aliado debía de haberme llevado por los aires para arrojarme en algún sitio, muy lejos de donde empezamos a dar vueltas. Me orienté. Pensaba que mi casa estaría hacia el este, así que empecé a caminar en esa dirección...”
"'¿Cuál fue el resultado final de aquella experiencia, don Genaro? ¿Cuándo y cómo llegó usted por fin a Ixtlán?'", preguntó Castaneda. Don Juan y don Genaro echaron a reír al mismo tiempo. 'Con que ese es para ti el resultado final', comentó don Juan. 'Digamos entonces que no hubo ningún resultado final en el viaje de Genaro. Nunca habrá ningún resultado final. ¡Genaro va todavía camino a Ixtlán!' 'Nunca llegaré a Ixtlán', dijo Genaro observando la distancia..."
Todo aprendizaje trascendente cambia el modelo mental del observador, por lo tanto, cambia también su realidad, su experiencia de lo real. Por eso es imposible volver a casa, por eso uno nunca llegará a Ixtlán. La "casa" que uno dejó ya no existe. El mundo ya no aparece de la misma forma para quien ha cruzado la barrera del conocimiento: las personas, los lugares, todo es distinto para él. Aun con todo el cariño y la nostalgia, es imposible volver a experimentar el mundo de la vieja manera. Por ello los chamanes dicen que uno debe ir al encuentro del conocimiento con la impecable perfección de un guerrero, con la intención pura de trascender toda ilusión y encontrar la verdad. El precio de esta verdad es el abandono de todo lo conocido. Como dice el Mummokan, antiguo libro de sabiduría oriental: "quien franquea la barrera sin barrera camina solo por el universo".
[...]
Cuando subía al Aconcagua, estas palabras cobraron un sentido profundo. Al caminar por sus laderas, sentía que la montaña iba puliendo las impurezas físicas, emocionales, mentales y espirituales que se habían acumulado en mi interior como una costra. Los kilos perdidos por la anorexia que produce la altura y por el ejercicio agotador, los cambios hormonales y la multiplicación de hematocritos en la sangre disparados por la insoportable levedad del aire, la desesperación de no poder más, el deseo incontenible de llegar a lo más alto, la seguridad del inminente desmayo y la sorpresa de seguir consciente al siguiente paso; todas son experiencias que pulverizan la auto-imagen y que desenmascaran irremediablemente aquello que uno cree que es.
Sabíamos que la última subida era difícil. Habíamos escuchado muchas veces las historias de horror de la "canaleta", esos trescientos metros de pedregullo resbaloso donde reina "María La Paz" (la que da un paso "pa'lante" y tres "pa'trás"). Estábamos preparados para ese combate, el round definitivo donde la montaña intentaría noquearnos. Pero lo que nadie nos dijo es que el encuentro con la montaña era más parecido a una larga maratón que a un corto encuentro de box. "La canaleta" (como desafío físico, emocional, mental y espiritual) había empezado 1.500 metros por debajo de la canaleta física (situada a los 6.600 metros), cuando nuestros estómagos se cerraron definitivamente, cuando nuestras cabezas empezaron a hincharse por la baja presión atmosférica, cuando nuestros pulmones empezaron a procesar fluidos junto con el aire. "La canaleta" había empezado con el temporal de la noche anterior que casi vuela todas las carpas. Ese temporal que impulsó a desistir a seis de los once que quedábamos a esa altura en la partida.
Cuántas veces siento la tentación de resumir el aprendizaje a un hecho único y final. Una situación límite en la que uno triunfa o fracasa definitivamente. Pero la vida no es así: la mayoría de los problemas que enfrentamos son compañeros de largo plazo más que asaltantes fugaces.
Necesitamos relacionarnos con ellos más que reaccionar frente a ellos. El aprendizaje, la resolución de problemas, es un proceso, no un hecho. La paciencia y la conciencia son elementos invalorables para llevar a cabo este proceso. La visión, la capacidad para demorar la gratificación (o soportar el sufrimiento) en lo inmediato, en aras de conseguir el objetivo trascendente, son la clave para vivir en libertad. La fuerza para relacionarse con la cara feroz de la vida, tal como lo hacemos con la cara mansa o apolínea. La montaña enseña eso en forma áspera. Pero al mismo tiempo, ofrece su ayuda a quienes aprenden la lección. Como decía Sir Edmund Hillary, el primero que volvió con vida después de escalar el Everest,


"Hasta que uno se compromete a hacer algo, la duda lo domina, tiene la oportunidad de echarse atrás, que nunca sirve para nada. En lo que respecta a todas las iniciativas y actos de creación hay una verdad única y elemental, cuya ignorancia asesina innumerables ideas y espléndidos planes: que en el momento en que uno se compromete definitivamente consigo mismo, entonces la Providencia se pone también en marcha. Toda suerte de cosas que de otro modo jamás le habrían ocurrido a uno, vienen entonces en su ayuda. Todo un flujo de acontecimientos surge de la decisión, brindándole toda clase de incidentes, encuentros y ayudas materiales, entes imprevisibles que ningún hombre podría haber soñado que vendrían a su encuentro. Siento un gran respeto por los versos de Goethe que dicen: 'Sea lo que fuere que puedes hacer, o soñar que puedes hacer, comiénzalo. El arrojo tiene en él genio, poder y magia'".


Tuvimos un día de cumbre espectacular: cálido, soleado y sin viento. Pero para disfrutar de él debimos superar un temporal con ráfagas de 80 kilómetros por hora y nieve a raudales. Fue como si la montaña nos dijera: "Para llegar a mi cumbre necesitan conocerme completamente; quienes no quieran abrazar mi lado oscuro no podrán abrazar tampoco mi lado luminoso". Esa noche de terror, mientras el techo de la carpa golpeaba mi cara semi congelada, me la pasé repitiendo las palabras de Helen Keller (famosa escritora norteamericana que desarrolló sus habilidades a pesar de haber nacido ciega, sorda y muda) como un mantra consolador: "La seguridad es, más que nada, una superstición. Ni existe en la naturaleza, ni la experimentan los hijos de los humanos. Evitar el peligro no es más seguro en el largo plazo que la exposición absoluta. La vida es una aventura osada, o nada en absoluto".
Marcela regresó; los demás continuamos. No creo que estuviéramos mucho menos cansados que ella; creo que lo que tuvimos fue una mayor capacidad para aguantar el dolor sofocante de los músculos exigidos más allá de su límite. Pero los cuatro que seguimos tuvimos la misma vivencia: de algo que estaba más allá de quienes creíamos ser. Cada uno de nuestros egos "abandonó" la escalada final entre las cinco y seis horas de camino. Las tres horas restantes no fueron caminadas por lo que normalmente llamamos "yo mismo". Hubo algo más allá, una fuerza trascendente que se hizo carne y siguió subiendo cuando la intención egoica se había agotado.
Ya en la famosa canaleta, me sentía desfallecer a cada momento. De hecho, la única manera de caminar era dar diez pasitos (muy cortos) y recostarme en una piedra o en mis propios bastones para jadear como un perro durante un minuto. Era desconsolador (y vergonzante para mi ego) no poder avanzar más que unos pocos metros sin quedar totalmente agotado. Pero en ese momento me asaltó un pensamiento, tal vez un regalo de inspiración del propio Apu (el espíritu de la montaña): "Hay sólo un número finito de pasos desde aquí hasta la cumbre, y los voy a caminar de uno en uno". Tal vez mil, tal vez diez mil, pero fuera lo que fuese, cada paso que daba me acercaba un paso más a mi objetivo. En el llano, este pensamiento puede parecer trivial o infantil pero, a 6.700 metros de altura, fue un verdadero "salvavidas".
Ante el colapso de la capa superficial de la personalidad, apareció una intención profunda, capaz de seguir adelante. Esto es precisamente lo que cada uno de nosotros había ido a buscar al Aconcagua: llegar al límite de sus fuerzas personales para encontrar la puerta de sus fuerzas transpersonales. Más allá de las reservas conocidas, encontramos un manantial de energía oculto, una fuerte de poder reservada para situaciones límites. Este descubrimiento fue comparable al de avistar un oasis en el desierto. En el momento en que uno está listo para rendirse, aparece un hada madrina con una carroza y zapatitos de cristal. Hasta ese momento tenía esperanzas en el hada, tenía fe. Pero a partir de ese entonces, tengo conocimiento y certeza. Sé por mi propia experiencia que hay algo más allá de la voluntad individual.
Cuando llegamos a la cumbre (aunque en realidad lo que llegó a la cumbre no puede ser correctamente categorizado como lo que convencionalmente llamamos "nosotros") estallamos en un llanto incontenible. Es difícil explicar esas lágrimas, era como si el cuerpo no pudiera contener tanta emoción y necesitara descargarla por los ojos. Sentirse al mismo tiempo infinito, e infinitesimal: grandioso en una comunión cuasi mística con las montañas circundantes, y pequeño en la observación asombrada y reverente de la magnificencia del universo. En ese momento nos abrazamos, gimiendo, con el corazón uncido de amor. Cuatro almas, cuatro cuentas enhebradas en el collar luminoso del Aconcagua. Parafraseando al Curso de los milagros, pensé: "Nada real puede ser dañado, nada irreal existe, aquí yace la paz del espíritu". Todo lo irreal había sido disuelto por el amor salvaje de la montaña, sólo lo real quedaba. Y en ese estallido de realidad comprendí, con la tristeza más dulce del mundo, que jamás podría volver a Ixtlán. Ixtlán aún estaba allí, pero ya no quedaba un "yo" que pudiera volver a casa.
Mis padres, mis amigos, mis hijos, mi esposa, todos (salvo mis compañeros escaladores) me preguntaban lo mismo antes de salir: "¿Para qué demonios vas a sufrir? ¿Qué cuernos vas a buscar en uno de los ambientes más inhóspitos del planeta?". Hasta hoy, dos días después de hacer cumbre, no tenía respuesta. Sólo había un deseo abrasador en mi corazón que me atraía al desafío. Más allá de llegar a la cima o no, ahora comprendo que lo que quería era enfrentar todos mis límites y descubrir que tanto ellos como esa entidad que reconozco como "yo mismo" son una ilusión, una pared de viento, una barrera sin barrera, detrás de la cual está el universo, manifestación maravillosa y terrible del Espíritu radiante.
Para encontrar eso, vale la pena dislocarse un brazo, ampollarse la piel, dormir envuelto en plumas a 15 grados bajo cero, vomitar cualquier clase de comida, pasar hambre, no dormir, sentir que la cabeza estalla, desmayarse de cansancio. Porque cuando uno encuentra el milagro de la existencia, no hay más miedo, sólo queda la felicidad incontenible y la paz inquebrantable de reconocerse como expresión luminosa de la naturaleza última de la existencia.
[...]
Mucha gente me preguntó cuando volví: "¿Cómo se curan estos síntomas?". Lamentablemente la respuesta resulta insatisfactoria para la gran mayoría: estos síntomas no se curan. La única estrategia es soportarlos, tomarlos como signos de progreso.
[...]
Es imposible transformar la propia existencia sin convertirse en una amenaza para todos aquellos que prefieren vivir en la inconciencia. Cualquiera puede esconderse debajo del piadoso manto del "no se puede". Pero cuando alguien ofrece su vida como ejemplo de que "sí se puede", no es de extrañar que salgan a relucir los puñales.»
1(el resalte en negrita es mío)


¿Quién establece el límite que existe entre poder y no poder?
¿Cuándo es posible algo y cuando es imposible?
¿Cuándo es incapacidad real y cuando es incapacidad mental? ‘Tiene algo que ver la inmadurez? ¿La auto-estima?
¿Cuándo el esfuerzo es suficiente? ¿Cuándo es necesario el esfuerzo organizado, planificado y constante, es decir, la disciplina?
La naturaleza del ser humano es, hasta el momento, indescifrable, y eso es exactamente lo que me fascina. A pesar de mis esfuerzos, y los de muchos otros, nunca llegaremos al utópico momento en que se pueda decir: “el ser humano es así”; al menos así lo creo yo. Y esto está intrincado con la misma esencia del ser humano y su forma de conocer el mundo. En cada momento de la historia de la humanidad, el conocimiento que se tiene es diferente, y no siempre se acumula. Muchas veces encontramos regresiones, saltos, desviaciones y otras alternativas similares. El conocimiento acerca del hombre cambia constantemente, porque el hombre mismo cambia constantemente. La cosmovisión es una variable, y depende del tiempo, del contexto, de la historia. El hombre se posiciona frente al mundo según se sienta frente a él y según cuáles sean sus ideales. El hombre de las cavernas se sentía temeroso frente al mundo, cualquier evento natural era incomprendido, y me imagino que no tenía muchos más ideales que los de cubrir en todo momento sus necesidades fisiológicas (abrigo, comida, procreación). Los primeros hombres sedentarios, que ya tenían cierta tecnología para labrar la tierra, cultivar y cosechar, también se sentían temerosos, ya que el clima podría destruir todo lo que ellos construían. Un viento fuerte volaba toda vivienda construida. El hombre de hoy ha sido capaz de salir a explorar el espacio, se salió de la Tierra, que ya cree dominar. Ésto lo posiciona de otra forma frente al mundo. En cada momento de la historia, el hombre se piensa a sí mismo de otra forma.
Entonces y volviendo, ¿cómo es posible definir algo en constante cambio?. Es necesario para eso, delimitarlo, simplificarlo, restringirlo y recortarlo. Quedando únicamente lo que nos interesa o lo que estamos en condiciones de ver, lo que podemos ver. La percepción que tiene el hombre del hombre mismo, es decir, de sí mismo, es otra de las variables que se deben tener en cuenta en este análisis. El conocimiento es adquirido a partir de la actividad intelectual, pero sólo es accesible a través de la percepción, y la percepción no es una constante, es otra de las características variables; en síntesis, no es algo que se pueda estudiar en forma acabada, obteniendo una conclusión determinista y absolutista. Para estudiar cualquier aspecto “mental” del ser humano, es necesario cambiar la forma de estudio, porque el objeto de estudio y el observador, son la misma cosa. He aquí el quid de la cuestión. No es igual que en geografía, por ejemplo, donde lo que se estudia es la superficie terrestre, territorios, paisajes, lugares, regiones. En este caso el observador es el ser humano, que, a través de sus órganos perceptivos, puede tomar nota de su objeto de estudio: superficie terrestre, paisajes, etc.
El problema que surge al querer responder a las preguntas: ¿cómo sabemos?, ¿qué sabemos?, ¿quién sabe?, etc., nace con la especie humana. Estoy diciendo que, desde que el hombre tiene conciencia de sí mismo, se pregunta esto (aunque no estoy tan seguro que el hombre de las cavernas lo hiciera, como dice Maslow: hay que cubrir una cierta cuota de necesidades más básicas antes de poder aspirar a otras menos básicas). Así tenemos ramas del conocimiento, como la epistemología y la gnoseología, que estudian específicamente el conocimiento, son teorías del conocimiento. Si bien estas nomenclaturas son modernas, la actividad como tal se realiza desde hace mucho tiempo. Me fascina reflexionar sobre estos temas, aún cuando mucho ya lo han hecho mentes más brillantes que la mía. No tengo un estado del arte “actualizado”, lo cual me puede estar llevando irremediablemente a repetir, sin siquiera saberlo, lo que otros ya han pensado y escrito. Pero este escrito no pretende responder formalmente a estos cuestionamientos, sino acercar a otras personas, que tal vez no han tenido oportunidad de toparse con estos genios, una reflexión más, para abrir nuevos caminos e invitarlos a que reflexionemos en conjunto.
Ahora, luego de haber pasado por cuestiones tan profundas, quiero volver a las preguntas iniciales, que son incógnitas con las que hoy cuento y vivo cada día de mi vida. ¿Es el hombre capaz de “todo”?. ¿Cuándo creemos darnos cuenta de que es un “caso perdido” y abandonamos la causa?. Esta última pregunta me hace pensar que, en rigor, este conocimiento lo obtenemos en forma espontánea e intuitiva, cuando nuestra capacidad de soportar el fracaso es superada por los hechos. Pero esto no constituye una respuesta definitiva, ya que cada persona tiene un nivel distinto, cada persona es capaz de “demorar la gratificación”, como nos dice Fredy, de diferentes formas y de acuerdo, también, al momento de su vida que esté viviendo; en síntesis, todo se relativiza de acuerdo a cada persona, cada momento, cada contexto, cada situación. Termina siendo una respuesta personal y singular, con un alto contenido, sino total, de subjetividad.
Pero no puedo dejar todo esto en “nada es absoluto, todo es relativo”, quiero, deseo, necesito obtener ciertas pautas generales antes de abandonar la causa... ¿hasta acá llegué?, ¿éste es mi límite?.
Bueno, tal vez ésta sea la respuesta final. A pesar de eso, no puedo asegurar que el hombre es capaz de todo, creo que hay una cota superior, es decir, determinadas situaciones que sobrepasan los límites humanos, a todos los seres humanos. Qué difícil es establecer un límite claro. Tal vez mi planteo es tan abierto, tan flexible, tan falto de límites, que me exige a acotarlo para hallar una respuesta más concreta y no tan relativa. Parece ser que, inherentemente, desde la esencia misma del planteo, estoy obligando una respuesta relativa.
En cada situación, somos nosotros mismos los que ponemos el límite. Es nuestra mente la que dice hasta dónde llegaremos. En cada situación, nos limitamos acerca de lo que vamos a dar de nosotros mismos.
En lo personal, y en la historia misma de la humanidad, hay incontables casos en los que se pensaba, se creía, se intuía, se sabía, en la generalidad, que algo era imposible... hasta que dejó de serlo. Hasta que dejó de ser imposible. Sólo para citar un ejemplo, puedo mencionar al átomo (del latín atomum, y éste del griego ἄτομον, sin partes). Se le asignó ese nombre justamente por la creencia de que éste era, indivisible. Con el desarrollo de la física nuclear en el siglo XX se comprobó que el átomo puede subdividirse en partículas más pequeñas (protones, neutrones y electrones)2. Cuando se obtuvo el conocimiento o habilidad práctica correspondiente, fue posible lo imposible. Sucedió una recategorización, una reclasificación. Algo que encontrábamos en los “imposibles”, luego lo encontramos en los “posibles”.
Los problemas mismos son imposibles en un determinado momento y contexto. Pero dejan de serlo en el momento en que son superados, o resueltos.
Una dificultad nos detiene parcialmente, nos obliga a dar más de nosotros, y con ese simple refuerzo, se logra sobrepasarla. Sin embargo, un problema es aquel que, siendo una cuestión dificultosa, se convierte en un imposible. Luego de intentadas una serie de soluciones, un determinado número de veces, nos vemos frente a un imposible, lo categorizamos como no-posible. Reunimos todas nuestras capacidades, conocimientos y destrezas, las aplicamos reiteradas veces, lo intentamos, pero damos siempre con una negativa. Cuando asumimos nuestra incapacidad para realizar eso, es cuando lo incluimos en la clase de lo “no-posible”. Ahí es cuando se convierte en problema, lo que hasta ese momento no lo era. Fue un cambio lógico simplemente, no fue un cambio fáctico o real.
Luego de esto, en forma casual (¿causal?), esta u otra persona cualquiera, que desconoce esa clasificación, o que simplemente hace caso omiso y se posiciona frente al supuesto problema en forma optimista, pretende encontrar la(s) solución(es). Al salir de la posición pesimista, y entrar en la duda, comienza el juego del “a que sí se puede”.
Esto es lo que sucede, entre otras cosas, en la psicoterapia. Pero voy a dejar este tema que tanto me apasiona, para el futuro, en otro apartado.
Puedo volver al texto de Fredy Kofman y tomar el fragmento donde relata que Marcela se volvió y no siguió, aludiendo no a la diferencia de cansancio con respecto a ellos, sino a una menor capacidad de soportar el dolor físico. Es claro que Fredy no sabe esto con certeza, ya que no tiene una balanza que “pese” el dolor físico de una persona, o la capacidad de soportar dicho dolor; es algo que él intuyó a partir de lo que vivió y lo que vio. Sin embargo hay algo innegable, y es que, ciertamente, hubo una diferencia entre Marcela y los demás. Ahí es a donde dirijo mis dudas: a intentar saber cuál es el factor determinante, en una situación decisiva, para seguir o detenerse.
Por ejemplo, en una relación de noviazgo o de pareja, o incluso en el matrimonio, cuando se acercan a una separación, al fin de cuentas lo que se cuestiona es si seguir o no seguir, si intentarlo nuevamente o dejarlo ahí. Los dos integrantes, no pocas veces, suelen tener en esta disyuntiva decisiones opuestas, lo que provoca la separación definitiva. En este caso, ¿qué fue lo que hizo que una persona decidiera seguir y la otra detenerse?. En otras situaciones anteriores, muy probablemente, hablaron sobre lo mismo, pero sin embargo, esa vez decidieron, los dos, continuar en lugar de detenerse. ¿Qué fue lo que cambió desde aquella vez, en que ambos querían seguir, a la última, en que la separación fue inminente?. Uno de ellos (o los dos) se dio cuenta que ya no podía soportar, no podía seguir o no quería seguir. Entonces, ¿no podían seguir? ¿no querían? ¿llegaron al límite personal?.
Me gustaría poner en relieve, y a modo de conclusión, que de lo que se está hablando acá es del sentido. El sentido que atribuimos a una situación.
Victor Frankl sabe sobre esto, y en su libro El hombre en busca de sentido3 podemos encontrar algún destello de luz:
Pareciera que en los campos de concentración, según testimonia, existía una porción de decisión personal en la muerte de cada uno. Si no se quita el contexto a lo que acabo de decir, puedo postular que si una persona encuentra sentido en una situación dada, a pesar de que las circunstancias en las que vive sean inhumanas e inmodificables, esa persona puede seguir dando más de sí o, al menos, intentarlo. Él dice que sobrevivían sólo aquellos que aún tenían “algo por hacer” fuera del campo, aquellos que encontraban un sentido a la vida a pesar de lo que estaban viviendo. Parafraseando a Nietzsche, “quien tiene un por qué (para qué) vivir, es capaz de soportar cualquier cómo”.
Sintetizo entonces que es el sentido encontrado, en mi opinión, lo que discrimina el poder del no poder, o mejor dicho, lo que se cree posible o imposible.


Referencias:

1. Kofman, Fredy: Metamanagement, Granica, Buenos Aires, 2001.
2. Wikipedia. La enciclopedia libre.
3. Frankl, Viktor: El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, 1979.

1 comentario:

  1. Pibe , solo una palabra excelente!!, me vino muy bien para el reto que estoy por enfrentar sobre el que hablamos el otro día, me quedo con esto de la "capacidad para demorar la gratificación o soportar el sufrimiento".
    ÉXITOS !!!

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